Capítulo 29

9.8K 709 22
                                    

―Gracias profesor Buenfil ―respondí mientras aceptaba la chaqueta y la colocaba sobre mis hombros.

De improviso, él negó.

― ¡Oh no! Fuera de la academia soy solamente Daniel ―dijo de buen ánimo, revelándome su nombre―. Daniel Buenfil para los amigos.

¿Acaso quería de verdad que fuéramos amigos?

Sopesé por un momento su petición, ¿Qué podría salir mal?

―Está bien, profesor ―me miró con desaprobación―, quise decir, Daniel ―me corregí―. Y de nuevo gracias por el aventón de hace un rato.

Se encogió de hombros restándole importancia.

―No tienes nada que agradecer... ¿Tu nombre es? ―hizo una mueca.

¿No sabía mi nombre a estas alturas?

―Ámbar, mucho gusto ―le ofrecí mi mano y él la acepto con una sonrisa radiante y peligrosa que dejaba a la vista su dentadura colgate.

Nos quedamos por unos segundos mirándonos a los ojos en completo silencio.

Seguía lloviendo a mares.

Por alguna razón que no sabría explicar su cara se me hizo tan familiar, y no solo porque fue con él con quien había bailado en mi audición, de eso no quedaban dudas; pero la sensación de familiaridad iba más allá. Era algo en su cara y sus facciones que me resultaban conocidas. Yo ya las había visto antes en otra persona, de eso estaba completamente segura.

Rompí nuestro contacto visual porque su mirada azul era bastante profunda y me incomodó un poco.

El azul de sus ojos era muy pálido, pero nada en comparación con el azul intenso de los ojos de Derek; extrañaba tanto su mirada.

―Hmm... ¿Te gustaría ir por un café? ―Daniel interrumpió mis pensamientos. Lo miré nuevamente y con la cabeza señaló un pequeña cafetería a unos cuantos metros de donde estábamos refugiados de la lluvia torrencial.

Sonreí tímida y afirmé, era lo menos que podía hacer.

―Si claro, ¿por qué no? ―Accedí―. Igual no creo llegar a mi destino pronto.

Entramos a café Madeira luego de una corta carrera para no mojarnos más de lo que ya estábamos. Resulto ser un pequeño local de estilo rustico y bastante acogedor para lo reducido que era. Gracias a la lluvia el lugar estaba abarrotado de clientes ansiosos por calentar su cuerpo con un buen café de media tarde; por lo cual, no encontramos mesa libre y tuvimos que acomodarnos en la barra donde se despachaban todos los pedidos.

― ¡Hey! ―con un ademán por parte del profesor, el encargado del negocio no tardo en acercarse a nosotros.

― ¡Daniel, que bueno verte por aquí chamo! ―El tipo rubio y de ojos grises se acercó hasta nosotros con una sonrisa genuina en el rostro.

Era obvio que se conocían.

―No exageres, Paulo. Siempre vengo y Susana puede dar fe de eso ―chocaron sus manos en un saludo habitual entre hombres―. Además sabes que en ningún lugar preparan los Moccachinos como aquí.

El rubio mayor identificado como Paulo asiente.

―En eso te doy toda la razón, bro ―cedió de buena gana dejando el reclamo olvidado―. ¿Cómo va todo por la academia? ―Preguntó al tiempo mientras cogía un trapo para limpiar la barra, justo donde nos habíamos sentado.

―Todo muy bien y en orden ―contestó el profesor―. Jazmín cada vez avanza más y si sigue así, es probable que muy pronto obtenga un lugar dentro de la compañía ―Daniel me miró de reojo dedicándome un guiño travieso―. Por cierto, ella es Ámbar, una de mis nuevas alumnas de este semestre ―me señaló con la mano, Paulo disparo una mirada divertida hacia Daniel y luego a mí.

Bailando Contigo © VERSIÓN MEJORADAWhere stories live. Discover now