CAPÍTULO 26

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¡FELIZ CUMPLEAÑOS, LEANNE!
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Leanne

El sol se cuela por el ventanal de forma vigorosa, lo cual me obliga a cubrirme el rostro con ambas manos para tratar de habituarme a la luz que se cuela en la habitación.

Al acostumbrarme a la luz y caer en cuenta de que me encuentro en mi habitación, mi cuerpo se relaja. Estar en buenos términos con Edward es un peso menos. Por inercia, me llevo una mano al vientre para tocar a mi bebé.

Una sonrisa curva mis labios cuando oigo la tranquila respiración de mi marido a mis espaldas, que me atrae hacia él por la cintura, pegandome a su cuerpo. Observo la hora en el reloj que yace en la pared, mi mente me recuerda el día que es hoy.

Siento como su mano desciende por mi vientre hasta cubrir uno de mis senos, provocando que un leve jadeo abandone mis labios. Ya había olvidado lo que se sentía despertar del lado de este hombre.

—Feliz cumpleaños.

Mis terminaciones nerviosas al igual que mis hormonas revolotean y fantasean con su voz que emite las palabras de forma ronca.

—¿Y mi regalo? —bromeo.

—Ya lo tienes, no cualquiera tiene la dicha de despertarse a mi lado.

—Idiota. Estoy embarazada, deberías prepararme un desayuno, hacerme masajes y consentirme como el buen marido que eres.

—Pídele un desayuno a la empleada.

—Qué romántico.

Noto que empieza a descender las yemas de los dedos por la piel de mi cintura hasta mis muslos y meterse entre mis piernas.

—Quiero que te pongas el anillo, traigas tus cosas y vuelvas.

—Ajá.

—Leanne —gruñe levemente.

—Creo que me lo pensaré...

Dejo las palabras al aire al sentir como introduce sus dedos en mi sexo con lentitud.

—¿Así me vas a dar mi regalo de cumpleaños?

—Siempre.

Alza mi pierna derecha y la sujeta contra su antebrazo. Puedo sentir su erección contra mi culo, rozándose. Roza mi clítoris con sus dedos y los introduce de nuevo.

—Edward —gimo.

—¿Qué? —Mueve los dedos en círculos, me lleva al borde del éxtasis.

—Más.

Me falta el aire, incrementa el ritmo y a los pocos minutos, alcanzo el orgasmo. Edward toma su erección, la lleva a mi entrada y...

—Señor, señora Haste. —Mellea toca la puerta—. Tienen invitados en la sala.

—Ahora vamos —digo. Me volteo hacia Edward—. Vamos, están esperándonos.

—Que sigan esperando.

Sella nuestros labios en un beso bastante tentativo que, aun así, me obliga a poner un poco de distancia entre ambos.

—No seas así. Tendremos mucho tiempo para estar a solas, ¿no crees?

Entierra su rostro en mi cuello y las manos en mi cabello.

Nos ponemos de pie, nos metemos dentro del cuarto de baño y nos duchamos, Edward sale primero de la ducha mientras que yo termino de lavarme el cabello.

Al salir de la ducha, envuelvo una toalla alrededor de mi cuerpo, me cepillo los dientes, el cabello y me coloco una de las pocas batas de seda que dejé en el closet.

Caricias PeligrosasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora