CAPÍTULO 38

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AMENAZA
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Leanne

¿Cuántas oportunidades fueron?¿Cuántas veces lo perdoné?

Este, este preciso momento, es el que me siento como una estúpida manipulada por amor. La realidad hace que me estrelle contra una pared y que por fin me despierte de esta farsa. Es una maldita decepción y duele, duele como la mierda. Duele tener la verdad ante tus ojos y, aún así, apenas ser capaz de captar lo que estás viendo.

—Leanne...

Emma trata de hablar.

—Basta —la interrumpo—. Necesito estar sola.

—Leanne...

—Si me entienden, entonces se irán por mi bien.

Emma asiente pese a que Hailey trata de decir algo. Solamente me dicen que estarán para lo que sea que necesite, no replico nada ante esto y simplemente se marchan.

Suelto la revista que cae sobre la mesa. Siento que el mundo se me termina de venir abajo cuando me dejo caer sobre el sofá y las lágrimas me cubren las mejillas. Ni siquiera merece que llore por él después de todo esto, pero duele tanto...

La traición está frente a mis putos ojos. Es la maldita verdad y es difícil de aceptarla después de todas las cosas que él dijo, hizo...

Me llevo las manos a la cara. Todo es un maldito desorden tras desorden y problema tras problema que solo consigue hacerme sentir peor.

Me pongo de pie. Podría irme y dejarlo, es lo que merece. Ni siquiera merece mi presencia, no merece que me quede aquí, pero no huiré por el simple hecho de que no soy ese tipo de persona. Me quedaré a enfrentarlo, porque no me pesa hacerlo y gritarle cada una de sus verdades en la cara.

La rabia que siento ahora mismo traspasa cualquier límite que hubiera existido antes. Es una mezcla de decepción, rabia... Me siento como una idiota.

Me seco las lágrimas con resentimiento y me empieza a cansar el sentimiento que hace que mi pecho pese. No sé por cuánto tiempo me quedo en mi posición, quieta, sentada en el sofá y con la mirada puesta en aquella revista de vez en cuando. Me duele admitir que todavía no soy capaz de habituarme a la situación y caer en cuenta de que acabo de ser humillada públicamente con una revista amarillista.

Decido encerrarme en la habitación. Sé que tengo que hallar una forma de calmarme, tampoco es bueno que esté así durante mi embarazo, ¿pero cómo se supone que lo haga con todo lo que está sucediendo? Todo es una puta locura.

Camino hacia el cuarto de baño, enciendo el hidromasaje y me quito la ropa. El agua caliente no me calma, apenas puedo pensar con tranquilidad y solo me quedo en la tina por un par de minutos, acariciando mi vientre. Al salir, envuelvo una toalla alrededor de mi cuerpo y regreso a la habitación cuando el teléfono sobre la mesita de noche empieza a sonar.

—¿Si? —digo, sonando más fastidiada de lo que estaba antes.

—Señorita Vitali, nos comunicamos con usted desde la recepción para advertirle que en la entrada hay un gentío de personas pertenecientes a la prensa rogando por usted; quieren que salga a dar una rueda de prensa respecto a lo sucedido.

No podría estar más enfadada, cansada y fastidiada. ¿Es que no pueden dejarme en paz? ¿No puedo tener un puto día normal?

—No quiero hablar de nada. Echen a todos y despejen la zona.

Cuelgo la llamada. No quiero oír ningún reclamo por parte de nadie, solo quiero que mis órdenes sean cumplidas.

Me calzo la ropa, me seco el cabello y regreso a la sala. Me siento sobre el sofá que está situado justo al lado del ventanal que da a la ciudad. Dejo escapar un cansino suspiro al tiempo que me llevo una mano al vientre. Es lo único que me puede hacer sentir mejor, saber que mi bebé está bien y que es mi único sostén ahora mismo. Me da igual si cuento con Edward o no, siempre seremos nosotros.

Caricias PeligrosasOnde histórias criam vida. Descubra agora