CAPÍTULO 34

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WILLIAM
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Leanne

Edward me folla tan bien, que podríamos hacerlo un día entero y no me cansaría. Se siente tan jodidamente bien. Creo que es uno de los pocos hombres con los que realmente pude disfrutar del sexo con total plenitud.

Tal vez sea por el embarazo, pero quiero seguir, mi cuerpo lo clama. Sus besos son como una droga adictiva. 

Ya está atardeciendo, ambos nos hallamos desnudos en el sofá de la sala. Tengo la respiración acelerada, el cabello ondulado producto de la piscina y las piernas un poco adoloridas, pero lo vale.

No me cansaría nunca.

—Bésame —digo. 

Su boca se prende de la mía.

—Eres una adicta.

—Tú me hiciste así —me defiendo.

Nuestras bocas se unen de nuevo, esta vez su lengua recorre mi boca. Juraría que esto es todo lo que necesitaba, estamos tan bien que hasta parece irreal, pero me hace sentir bien estar a su lado. Es inexplicable incluso para mí, porque nunca me sentí así por nadie más y quiero que dure para siempre.

—Podríamos salir a recorrer un poco durante la noche, ¿No crees?

Asiente con la cabeza y me atrae hacia él.

Me acurruco contra su pecho y me aseguro de enredar nuestras piernas para dormir al menos por un rato. Cuando anochece y ya son alrededor de las nueve, nos abrigamos para salir. La temperatura es un poco baja. No hay muchas personas en la calle y es algo que agradezco, tenemos más privacidad, aunque este no se vea como un sitio en el que haya prensa, pero es mejor prevenir que curar.

Entrelazamos nuestras manos y nos echamos a caminar.

—Algún día deberíamos regresar aquí.

—Cuando quieras —dice.

La caminata es un poco extensa, hablamos un poco hasta que nos topamos con un restaurante de comida china.

—Llevemos comida china —sugiero.

Entramos al sitio, un hombre nos atiende muy bien y nos entrega a los pocos minutos nuestros pedidos para llevar.

Regresamos a la casa, Edward enciende la chimenea y nos sentamos frente a ella para comer.

—Quizá trate de hacerlo —dice, a los pocos segundos—. Siempre quise tener mi empresa, pero Società Haste fue lo que me tocó.

—No tienes por qué seguir allí si no te gusta.

Seguimos comiendo, el ruido que produce la chimenea me relaja bastante.

—¿Le diste a tus hermanos la noticia del embarazo? —interrogo.

—Aún no. —Deja el plato de comida a un lado—. Lo haré en su momento y cuando considere que deban enterarse.

Asiento.

—¿Arreglaste las cosas con Daniel?

—No me hables de ese imbécil.

También dejo mi plato de comida a un lado. 

—¿En serio vas a tirar a la basura la relación con tu hermano por ese incidente? No lo justifico, Edward, pero es tu hermano.

—Cruzó un límite que no se lo voy a perdonar. Se atrevió a tocarte, y no es un secreto para nadie que siempre le gustaste, pero tú eres mi mujer, no la suya.

Esbozo una sonrisa.

—Tu mujer —repito.

—Solo mía y de nadie más. —Me atrae hacia él—. Ni de ese imbécil que cree que te llega a los talones, solo mía, porque nadie nunca te hará sentir como lo hago yo, ni Daniel ni nadie.

Caricias PeligrosasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora