CAPÍTULO 41

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LOVE ON THE BRAIN
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Leanne

La decepción se instala en mi pecho al abrir los ojos y ver que estoy sola en la cama. Él fue tan honesto conmigo anoche y ahora...

Me tallo los ojos. Este es el problema; que cada vez que siente o le sucede algo tiene la puta costumbre de apartar a todos de su lado. Si dice que soy la única que lo hace sentir, la única a la que ama y elige, ¿por qué sigue comportándose así? Trato de entenderlo, quiero hacerlo, y a veces no puedo cuando se porta de esta manera y aparta a todos de su lado.

Trato de obviar lo que siento, la palabra «divorcio» me sigue dando vueltas en la cabeza mientras me cepillo los dientes en el cuarto de baño. Me siento como una idiota por seguir aquí, debería desaparecer.

Me dirijo a la cocina a desayunar, paso el tiempo pintando en la sala y por la tarde, tenemos un encuentro con la obstetra. Se supone que este encuentro tendría que haber sido algunos días atrás, pero tuve que posponerlo con todo lo que estaba pasando. La tensión sigue presente, ya que ninguno de los dos pronuncia ni una sola palabra. Me pregunto si Edward recuerda todo lo que hizo y dijo anoche. Y si es así, ¿cómo se siente con ello?

—Edward, Leanne.

La voz de Daniela me saca de sus pensamientos apenas cruzamos el umbral de su despacho. La saludo con amabilidad mientras que Edward se conforma con sus actitudes gélidas.

—¿Lista para la revisión? —me pregunta.

—Claro.

Me indica que me recueste en la camilla y trato de obviar la tensión que me recorre el cuerpo por medio de un suspiro. Me subo la playera mientras Daniela prepara todo y me coloca el gel en el vientre. Chequeamos los latidos que empiezan a oírse a través de los monitores. Aun no me acostumbro, es increíble oírlo, verlo a través de una máquina.

No puedo esperar a verlo en persona.

—¿Les gustaría saber el sexo del bebé?

Era una pregunta que no me esperaba. Comparto una mirada de reojo con Edward y asiento con la cabeza, entusiasmada.

La observo mover el aparato sobre mi vientre hasta que...

—Es un niño muy sano.

Una sonrisa se extiende a lo largo de mi rostro.

Un niño.

«William».

Es inevitable que aquel nombre se aparezca en mi cabeza. Cuando finalizamos la sesión, Daniela deja los aparatos en su sitio, recoge una de las servilletas que siempre me extiende para limpiarme el gel del vientre y esta vez, se lo entrega a Edward.

Mis ojos caen sobre él cuando se acerca a mí, paso saliva disimuladamente al sentir el contacto del papel sobre mi vientre limpiando el gel. Su mirada me blinda durante unos minutos, siento un nudo en el estómago y me cuesta romper el contacto visual estrecho que acabamos de crear.

Una vez me limpia el gel del vientre, se aleja de mí y me acomodo la playera. Salimos del consultorio y nos metemos dentro de la limusina que nos espera fuera. Saber que nuestro hijo es un niño me emociona lo suficiente, pero desearía que las circunstancias fueran distintas. El silencio sigue presente entre los dos y durante el trayecto a casa, no dejo de tocarme el vientre cada tres minutos y de pensar en toda la ropa que le compraré.

Al llegar al penthouse, las puertas del ascensor se abren y me dirijo a la cocina para comer algo que logre saciar mis antojos. Opto por lo que más quiero; un delicioso helado de chocolate y una barrita rellena de caramelo bañada en chocolate.

Caricias PeligrosasWhere stories live. Discover now