CAPÍTULO 2

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LUNA DE MIEL
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Leanne

Mis párpados se abren y hago una mueca al ser incapaz de acostumbrarme a la luz que se cuela a través del ventanal de la habitación.

Me acurruco contra el torso desnudo de Edward, en un intento por acostumbrarme a la luz y cuando logro hacerlo, sonrío al mirar la playa que se ve; el agua cristalina meciéndose con lentitud, la arena fina robándose el protagonismo y el cielo despejado.

Maldivas es un paraíso.

Le echo un vistazo a Edward; sigue dormido. Con cuidado, hago un intento por ponerme de pie, pero la forma en la que su mano sujeta mi muñeca abruptamente me obliga a detenerme.

—¿A dónde vas? —interroga.

—Muero de hambre.

—En la puerta está el desayuno.

Arqueo una ceja.

—¿En serio?

Se pasa una mano por el pelo, abriendo los ojos y asiente con la cabeza. Me pongo de pie, siento su mirada sobre mi cuerpo y cuando llego a la sala, abro mi maleta que dejé ahí y saco la prenda que me pongo encima. Se trata de una camisola de encaje negra que apenas me llega a los muslos y deja mucho a la imaginación, quizá demasiado diría yo. Tiene un escote muy provocativo y fue Emma quien me aconsejó traerla.

Una vez me pongo un poco de ropa encima, abro la puerta y tal como dijo Edward; allí se encuentra el desayuno. Está sobre una bandeja de plata que se encuentra cubierta por su respectiva tapa que yace sobre un carrito.

Cojo la bandeja y cierro la puerta. Regreso a la habitación, en donde está Edward , y dejo el desayuno sobre la cama. 

—Te vestiste.

Lo miro.

—¿Querías que fuera desnuda a buscar el desayuno? —interrogo.

—Tal vez —Sus dedos acarician la tela de mi camisola.

Le quito a la tapa a la bandeja, descubriendo el delicioso desayuno tropical que nos han traído; frutas y dos botellas de zumo de naranja junto con dos pequeños vasos de vidrio.

Cojo una de las fresas y se la extiendo.

—Pruébala —digo.

Abre la boca y le doy la fresa que degusta. Hago lo mismo. Desayunamos con tranquilidad hasta  que noto la erección que se carga encima.

—¿Qué? —Se pasa una mano por la erección—. ¿Admiras lo que produces?

Me relamo los labios, siento que mi entrepierna se humedece y en un rápido movimiento, me tumba contra la cama. Levanta la tela de la camisola, exponiendo mi sexo. Gimo al sentir dos de sus dedos deslizándose en mi interior, comprobando lo mojada que estoy.

—Dios, Edward.

Me sujeto de sus hombros cuando siento un espasmo de placer recorrerme los muslos. Coge el falo erecto con sus manos y lo desliza por mis pliegues. Llevo una mano hacia su erección y la acaricio de arriba hacia abajo antes de guiarla a mi entrada. Suelto un sonoro gemido cuando termina de hundirse del todo. Echo la cabeza hacia atrás. La sensación es tan jodidamente placentera que la intensifico. Llevo mi mano a mi centro y acariciando mi clítoris mientras me embiste. 
Su rostro se entierra en mi cuello, respirando de manera agitada mientras se mueve y me posee con salvajismo. Mueve las caderas, me embiste mientras me recuerda lo suya que soy en medio de jadeos. Su boca toma mis pechos mientras sus manos descienden por debajo de mi cintura hasta llegar a mis nalgas y hundirse con más profundidad. Sus labios atrapan los míos, el ritmo de las embestidas aumentan, oigo el sonido de nuestros cuerpos chocar entre sí y nuestros acalorados jadeos y gemidos que se mezclan entre sí. Entierro mis uñas en la piel de su espalda y su mano se aferra a mi mentón, haciendo que lo mire a los ojos mientras que el desbordante orgasmo se apodera de ambos. Siento su tibieza entre mis muslos y termina de descargarse en mi interior.

Caricias PeligrosasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora