CAPÍTULO 32

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LATIDOS
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Leanne

Su boca asciende por la piel de mi cuello hasta alcanzar mi boca que se prende de la suya al tiempo que manosea mis senos. Tiro de las hebras de su cabello, la cercanía no es suficiente, quiero sentirlo más cerca.

—Mía.

—Edward...

Nuestras lenguas se encuentran, hundo las rodillas en el colchón y... Se siente tan bien que no sé si en donde me estoy hundiendo es en un paraíso o un infierno en el que el mismísimo diablo me quiere solo para él.

Hunde sus dedos en mi sexo de una manera tan placentera que... mierda, podría correrme ahora mismo. Nuestras miradas no se desconectan, al igual que nuestras bocas que no parecen querer soltarse y...

Abro los ojos, desorientada, todo parece cobrar realidad y me llevo las manos a la cara con resignación a la vez que dejo escapar un leve quejido. Ya no estoy en la sala, estoy en la habitación, cubierta por el enorme edredón de la cama.

Estoy taquicardica y sudorosa.

Me paso una mano por la frente. Lo que me faltaba, fantasear con él hasta en mis putos sueños. Me pongo de pie y me encierro en el baño con rapidez para abrir el grifo, quitarme la ropa y meterme bajo el agua de la ducha.

Me enjuago el cabello con ambas manos, el cuerpo y regreso a la habitación con una toalla envuelta alrededor de mi cuerpo. Abro el closet para escoger mi ropa y es entonces que el teléfono que yace sobre la mesita de noche empieza a sonar.

Me acerco para coger la llamada.

—¿Si? —digo, a la espera de que alguien hable.

Pero se quedan en silencio.

—¿Quién habla? —insisto.

Estoy a punto de colgar y...

Me encanta tu acento italiano, creo que podría oírte hablar por horas.

Frunzo el ceño con la voz que oigo.

»Siempre me pareció un acento muy fuerte para las mujeres, pero el tuyo... Te hace sonar decidida y segura de ti misma.

—Jackson Bogdánov, ¿no es así? —digo. Jamás olvidaría su acento ruso.

Puedo oír su ronca risa desde la otra línea.

El mismo.

—Edward no está en casa.

La única razón por la que debe llamar es por él.

Qué mal, esperaba poder hablar con él.

—Si hay algo que quieras decirle, yo puedo decírselo por ti.

Resopla.

Agradezco tu compromiso, pero lo hablaré personalmente con él.

—Como quieras.

Fue un placer haber hablado con una mujer tan bella —dice—. Espero podamos vernos pronto, si Edward lo permite, claro —menciona lo último con un atisbo de sarcasmo.

—¿Por qué no lo permitiría?

Es un poco posesivo, ¿no crees?

—Edward no tiene ningún tipo de control sobre mí. La única dueña de mis decisiones soy yo —digo—. Tengo que colgar. Adiós.

Adiós.

Cuelgo la llamada.

Ese hombre es tan extraño, hay algo en él que aún me hace mella, como si él supiera algo que yo no, como si siempre dijera las cosas que dice de cierta forma para insinuar algo.

Caricias PeligrosasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora