CAPÍTULO 33

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ALEJADOS DEL CENTRO DE LA CIUDAD
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Leanne

Abro los ojos repentinamente.

Hago una mueca al notar que la luz se cuela por el ventanal, Edward duerme a mi lado en la cama y Hades duerme en la otra punta. Ruedo los ojos. Mi pobre cachorro. Edward lo desplazó de mí.

Trato de salir de la cama, sin embargo, me sujeta del brazo.

—¿A dónde vas? —interroga.

—A ducharme, ¿te unes?

—Ahora voy.

Me voy hasta el cuarto de baño y abro el grifo de agua. Antes de meterme bajo la ducha, examinó mi aspecto frente al espejo; me veo menos pálida, mucho mejor.

Me quito la ropa, me meto bajo el agua caliente y Edward se une a los pocos segundos.

Salimos de la ducha con rapidez, me seco un poco el cabello y me visto para ir al comedor. La mesa está repleta de comida, por lo que, cojo una de las fresas bañadas en chocolate y me la llevo a la boca. Delicia pura.

Me siento en el borde de la mesa solo con tal de provocarlo y se acerca al poco tiempo como un felino en busca de su presa. Coge una de las fresas bañadas en chocolate y la acerca a mí.

—Abre —ordena y así lo hago.

Introduce la fruta en mi boca y mastico bajo su mirada. A la mierda. Sello nuestros labios en un fogoso beso, desabotono su camisa con rapidez mientras él me separa las piernas y reparto besos húmedos por su cuello.

Medio me quita las bragas y desliza dos dedos en mi interior, provocando mis gemidos. Terminamos follando sobre la mesa, pero no es suficiente, ya que pasamos una gran parte de la mañana de la misma manera hasta el atardecer.

Ahora, nos hallamos en el sofá de la sala; ambos desnudos, con una manta que nos cubre y con el ventanal que muestra la tarde que empieza a caer en la ciudad. Pasamos todo el día follando, ni siquiera salimos del penthouse, y no me quejo. Es como si saciar estas ganas que tenemos el uno del otro nunca serán suficiente, siempre querremos más.

Me vuelvo hacia él y me tomo el tiempo de recorrer su rostro con las puntas de mis dedos. Empiezo por su cabello oscuro, casi negro y desciendo hasta tocar sus pómulos definidos, su boca...

—Recoge tus cosas —suelta.

—¿Qué?

—Haz una maleta, guarda lo necesario y nos vamos.

Sonrío.

—No puedes hablar en serio —digo—. ¿A dónde?

—No sé.

—No mientas —lo acuso.

—Ten paciencia.

Me pongo de pie, solo me pongo encima mi bata de seda y me dirijo a la habitación. Me siento como una niña pequeña a punto de irse a Disneyland. Primero, me cambio de ropa a algo más presentable y en una pequeña maleta empaco lo justo y necesario.

Regreso a la sala al minuto, Edward ya está vestido y Hades mueve la cola al verme.

—¿Ahora me dirás a dónde vamos? —indago.

Niega.

—Despídete del perro.

—Idiota —murmuro.

Me agacho frente a Hades y le acaricio su suave pelaje mientras reparto besos sobre su rostro. Después, sigo a Edward hacia el ascensor y salimos del edificio.

Caricias PeligrosasUnde poveștirile trăiesc. Descoperă acum