CAPÍTULO 20

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CONTRATIEMPO
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Leanne

Ahora mismo, estoy en ese momento en el que siento que el corazón se me va a salir por la garganta. De nuevo, vuelvo a experimentar una de esas pocas veces en las que siento que pierdo el control y me siento perdida. Lidia me da apoyo en la limusina después de que el evento haya finalizado, pero yo solo puedo pensar en qué podría estar embarazada o solo fue mi amiga la que me pegó su paranoia. Pero dije la verdad, olvidé ese pequeño detalle; no recuerdo cuándo fue la última vez que tuve mi período.

Estuve durante todo el evento llenándome la cabeza.

Sí, tuve la cabeza en cualquier lado y no pensé mucho en mi método anticonceptivo. Me cuidé, mierda, sí lo hice, pero me despisté y no le puse atención a cosas que eran importantes. Lo admito, actué por impulso.

—No me di cuenta. —Empiezo—. No me preguntes cómo pude olvidarlo, solo lo pasé por alto y me olvidé por completo. No había pensado en ello hasta que lo mencionaste.

—Está bien. Sé que estuviste muy ocupada, yo también lo olvidaría. Sé que estuviste enfocada en lo de tu carrera y lo pasaste por alto. Puede pasar.

La limusina se detiene frente a una farmacia que está ubicada en un sitio despejado, apenas hay personas. Podría contar con los dedos el número de personas que deambulan por la calle, no son demasiadas y es imposible que conozcan a Lidia.

Me quedo en la limusina mientras tamborileo los dedos sobre mis muslos. Una imagen viene a mi mente; me veo a mí misma siendo madre y, aunque la idea me provoque escalofríos, me visualizo a mí misma criando a mi propio hijo, arropandolo por las noches y aprendiendo a cocinar más platos para que tenga una buena impresión de su madre. Una sensación agridulce se instala en mi pecho, no es de desagrado, pero tampoco es de agrado. Es extraña.

La idea de imaginarme a Edward siendo padre tampoco me cabe en la cabeza, porque no puedo y su disgusto hacia los niños es más que claro para mí.

Lidia regresa al vehículo con una bolsa.

—¿A dónde nos dirigimos, señorita? —interroga Carlo, el chofer.

Lidia me mira.

—Al penthouse, por favor.

Asiente.

Lidia me muestra la bolsa.

—Compré dos —murmura.

Asiento.

»—¿Sigues nerviosa?

—Solo un poco, se me está pasando. —La miro—. ¿Podrías acompañarme hasta el edificio?

—Por supuesto.

—Gracias.

Nos quedamos en silencio.

—¿Y qué harás si lo estás? Me refiero a... ¿pensaste en ello?

—Primero quiero saber si lo estoy.

—Entiendo.

Cuando llegamos a la recepción del edificio, Lidia me acompaña y me entrega con discreción la bolsa que meto dentro de mi bolso.

—Llámame para lo que necesites.

—Lo haré —afirmo.

—Está bien. —Me frota el hombro con su mano—. Mucha suerte, adiós.

—Adiós.

Una vez estoy en mi penthouse, quito el par de tacones y me encierro dentro del cuarto de baño. Vacío la bolsa sobre el lavabo y observo las dos cajas de tests de embarazo. Me haré las dos pruebas, solo para cerciorarme.

Caricias PeligrosasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora