9.

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Algo que aprendí este fin de semana con los Díaz es que a Montse no se le puede decir que no a nada. ¡Dios mío! ¿Cómo se le ocurre proponer que nos quedemos en el rancho de su familia por un fin de semana? ¡Otro puto fin de semana con Mauricio! Es que esto tiene que ser un castigo divino. ¿Acaso no entiende que me cae mal su hermano?

Nada más pensar en él siento que me hierve el cuerpo. Me molesta tanto que, por un incidente, el me trunque el camino y me quite una oportunidad grandiosa, una que me llevaría a mejorar mi estatus como cocinera y mi currículum, por supuesto.

Tanto que me he matado yo estudiando para que venga un hijo de puta a querer cortar mis alas, por un tropiezo. ¡Ja! Eso sí que no, ni a mi papá le permití rebajarme nunca.

Tengo que buscar la forma de lograr que en serio me suplique para trabajar con él. Porque eso va a suceder sea como sea.

En serio no sabe con quién se ha metido, Mauricio Díaz. A mí nadie me trunca mis sueños y si lo hacen, yo les jodo donde más les duele.

Borro de mi mente a Mauricio, él no se merece la energía que le estoy dando y hoy tengo algo más importante que hacer.

Guardo mis cosas y me encamino al baño para arreglarme, hoy sí me vestí lo más decente posible para la entrevista de trabajo y decido retocarme el maquillaje y arreglar mi cabello.

Cristian me ofrece el aventón y lo acepto. Nos trepamos a la motocicleta y cuando está a punto de arrancar observo a lo lejos a Montse, quien nos mira con ojos entrecerrados.

Cristian acelera y me sostengo de él con fuerza por el tirón. Cuando llegamos al café, me veo en su espejo retrovisor para verificar que todo esté en su lugar.

―Gaby, estás perfecta. Te va a ir bien ―dice, tomándome de los hombros para enderezarme―. Te espero.

***

Salgo del café y corro a los brazos de Cristian con una sonrisa en el rostro. Él me recibe, tambaleándose un poco hacia atrás y nos reímos.

―Supongo que te fue bien ―dice, arreglando mis cabellos tras mi oreja.

―Mañana empiezo ―le cuento, alzando mis cejas de forma divertida―. ¡Oh! ¿Cómo sigue tu abuela? ―Le pregunto, recordando que el sábado tuvo que irse corriendo a resolver unos problemas médicos en Colombia.

―Ya pudieron hacerle el chequeo médico. Está muy viejita, así que es común que se empiece a sentir mal ―explica un poco decaído.

―Estará bien. Tiene un nieto que la cuida aún en la distancia ―digo, tomando su barbilla con mi mano y meneándola de lado a lado para que se ría, cosa que hace.

―Montse me ayudó con el dinero, pronto se lo voy a devolver ―admite.

―Ella no parece una Díaz, en serio. Aunque Sebas no me cayó mal ―le cuento, mientras nos trepamos de nuevo a su moto―. ¿Vamos a mi casa, cierto?

―Sí, claro ―responde y acelera.

Llegamos en menos de lo que canta un gallo. Me bajo de la motocicleta y le entrego el casco, sonriéndole con agradecimiento.

― ¿Te... gustaría pasar? ―pregunto, señalando con mi pulgar hacia atrás, en dirección a la puerta.

―No quiero molestar, de verdad ―responde, apenado.

―Mis tíos salieron, no te preocupes. No molestas ―insisto, tomando su mano para acercarnos más a la entrada―. Te hago un cafecito, ¿vale?

―Pensé que no te gustaba el café ―dice mientras abro la puerta.

A fuego lento | Libro 1|  Trilogía "Gastronomía del placer". (+18)Dove le storie prendono vita. Scoprilo ora