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Me adentro en la oficina, tirando todo lo que está sobre mi escritorio al suelo en un gran manotazo. Estoy furioso y quiero golpear a alguien, quiero golpearlo a él.

El dichoso Carlos, quien hoy llevó a Gabriela a su trabajo. Ella no contestó mis llamadas y, por supuesto, me está evadiendo y yo no sé por qué.

―Al menos que... ―hablo para mí mismo, pensando en la probabilidad más acertada―. ¡Chingada madre, Charlotte Pedraza!

Estoy casi seguro de que me mintió. ¿Cómo es que no pude verlo antes, maldita sea? Por supuesto que ella la vio, sabrá Dios en qué pose, y con la pasional decoración a su alrededor. Y dudó, dudó de mí porque sigue creyendo que soy un casanova.

―Joder, Gaby... ―murmuro para nadie en específico, tomando asiento frente a mi escritorio―. Después de todo lo que hemos vivido, ¿aún dudas de mí?

Debo esperar a que sea su hora de descanso, aunque ahí puede evadirme diciendo que no la tomará. Y debo hablar con ella hoy mismo, así que mejor esperaré a su salida. Tengo que aclararle que no estuve con Charlotte, pero... que es mejor que no sigamos juntos.

Si es que, por supuesto, no se va con el Carlitos ese, su maldito ex novio.

―Montse, ¿quién es el nuevo? ―pregunté, apretando mi mano sobre el volante mientras manejaba hasta el depa de mi hermana.

―Es un amigo de Gaby, su ex novio por lo que me dijo antes de que, muy groseramente, nos interrumpieras ―respondió, sonriendo con poca amabilidad.

Me la jugó muy mal, ¿eh? Aunque supongo que estamos a mano, con eso de llevar a mi ex a la inauguración me sirvió para ponerla celosa ¡y qué bien funcionó!

Me puso duro al instante en que me dijo que no tenía nada puesto debajo de ese bendito vestido rojo. Sin embargo, mi mejor recuerdo es de cuando hablamos por horas de nuestras vidas: de sus ganas de ir a Europa, de sacar a su familia de Venezuela, de probar la mayor cantidad de platillos en el mundo.

Y se lo merece, por supuesto que sí. Si por mi fuera, ya le habría dado un ticket de avión a Italia, a Londres, a donde quisiera; pero conmigo.

―Puta madre ―maldigo, sobando mi sien―. Ojalá pudiera ir ya mismo y hablar con ella.

Juárez llega y le comento la situación. Él me mira como si no pudiera creer que Leonardo Díaz sea capaz de amenazarme de tal forma, pero de inmediato me explica cómo proceder a través de la Ley Olimpia.

Además, le cuento que quiero buscar la manera de obligarlo a que me venda el resto de las acciones y me haga el dueño principal del negocio para así poder arreglar mi familia rota poco a poco.

-Bueno, si a tu padre lo apresan por amenazarte con divulgar contenido íntimo para extorsionarte y seguir acosando a tu... eh, compañera, deberías quedar a cargo tú y la junta directiva presionaría para que él ceda sus acciones -me indica-. Sin tener ninguna remuneración a cambio. Además, recuerda que le pueden dar hasta seis años de cárcel por lo que intenta hacerte.

-Tengo que hacer esa denuncia ya -le digo y él afirma.

-Pero... vas a necesitar a tu compañera. Ella va a dar testimonio de que la ha acosado, además, y necesitas pruebas del intento de extorsión de tu padre.

-Mierda, no quería involucrarla en esto -musito, acariciando mis sienes-. Me da miedo que este caso se difunda al ser de una familia importante en la ciudad.

-No debería, ustedes pueden pedir que se mantenga en anonimato a las víctimas de la extorsión -me tranquiliza-. Ahora, ¿tienes pruebas de la extorsión?

A fuego lento | Libro 1|  Trilogía "Gastronomía del placer". (+18)Where stories live. Discover now