39.

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La venda en mis ojos cae con suavidad y yo no tengo que adaptarme a la luz de nuevo, ya que estamos en un bendito acuario. La oscuridad predomina y la luz que hay es de tonos azules y morados, debido al agua y a los corales.

Los peces, las tortugas y erizos de mar se ven por todas partes y yo solo puedo observar todo maravillada. Él toma mi mano y tira de mí para empezar el recorrido.

― ¿Qué te parece el lugar? ―pregunta, mirándome.

―Es increíble. Sé que parece tonto, pero nunca había ido a un acuario ―le comento y luego le miro con ojos entrecerrados―, pero presiento que ya lo sabías.

―Te lo juro que no ―dice, alzando la mano en señal de juramento―. Este es el primer lugar de muchos a los que quiero llevarte.

Besa el dorso de mi mano, haciéndome sonreír y empezamos a caminar, admirando la vida marítima que aquí reside. No sé muy bien los nombres de los peces, pero me emociono al ver aquellos que reconozco por Nemo. Mauricio se ríe por mi actitud infantil, y tal vez por ignorancia, ganándose una mirada fulminante de mi parte que se me quita cuando toma mi rostro entre sus manos y lo llena de besos, hasta finalmente unir nuestros labios.

Hay una zona específica donde pueden verse tiburones de todo tipo y me quedo embobada viéndolos, a pesar de que me parezcan un poco terroríficos. Él parece conocer un poco porque me nombra algunos y los señala con su mano libre, ya que no nos hemos soltado de manos en todo el rato.

Luego de ver los tiburones y tomarnos fotos juntos, muy románticas y divertidas, nos acercamos a la zona interactiva. Me emociono demasiado al ver a las tortugas, las estrellas de mar y a los erizos de mar, aunque estos últimos me parecen horribles.

―Extraño ir a la playa como no tienes idea y estar aquí me hace sentir cerquita ―comento, acariciando una estrella de mar sin sacarla del agua. El tacto me da un poco de grima, pero no alejo la mano.

―Podemos ir este fin de semana, si quieres. O podemos ir al rancho, al fin y al cabo, me lo debes todavía ―me recuerda, acariciando mi mejilla con sus dedos y yo sonrío.

―Pues el rancho suena bien para mí ―le digo.

Siento que llevo pocos minutos aquí dentro cuando en realidad llevamos como una hora. Mauricio me guía hasta la enorme sala con peces y me sorprendo al ver una enorme sábana extendida en el suelo, con queso, baguette y vino sobre ella, almohadas y una cobija suave de cuadros.

El lugar se ve mágico por los colores que desprenden los corales y los peces a nuestro alrededor.

―Ahora es que me acabo de dar cuenta de que no hay nadie. No me digas que alquilaste esto solo para nosotros, ¿eh? ―le digo y él alza una ceja con arrogancia―. No te soporto ―le digo, riéndome.

Tomamos asientos uno al lado del otro y él sirve en unas copas un poco de vino blanco. Conversamos sobre nuestra infancia y nuestras travesuras mientras disfrutamos de la comida y el vino hasta que dejamos la tabla de picar sin nada.

― ¿Por qué me trajiste a este lugar? ―pregunto, estirando mi cuello para poder mirarle.

Estoy sobre su pecho y él rodea mi cuerpo con sus brazos, colocando su barbilla sobre mi cabeza. Me mira de reojo y sonríe de lado antes de hablar.

―Quería pasar un día diferente contigo ―responde―. Puedes considerar esto como una cita si gustas, para mí lo es.

― ¿El señor Díaz? ¿En una cita? ―me burlo, sentándome para verle mejor y él rueda los ojos.

—No es la primera que tenemos tampoco, ¿o no recuerdas Aragón?

No sabía que él lo consideraba una cita, pero sí que fue una salida especial. Así que me ablanda el corazón saber que estamos en la misma sintonía.

A fuego lento | Libro 1|  Trilogía "Gastronomía del placer". (+18)Where stories live. Discover now