14.

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MAURICIO

No pude resistirme más. Ella no se levantó como todos, trató de comprender por qué actuaba con mis hermanos de aquella forma y, a su manera, me dijo que no era tan imbécil como ella pensaba.

Gabriela tiene días volviéndome loco, ¡semanas, mejor dicho! Es más, para ser más conciso, desde el día que tropezamos. ¡Joder! Es que no hay nada que a esa mujer la deja callada, siempre refuta ante injusticias y se sabe defender también. La importancia de mi apellido le importa un pepino y... me tiene obsesionado, ¿para qué negarlo?

«Bueno, sí que encontré una forma de hacerla callar» pienso y sonrío. Me levanto de la cama y me doy una ducha fría, todo esto sin dejar de sonreír.

Siento que si relamo mis labios puedo rememorar el momento en que unimos nuestras bocas, como si tomara una máquina del tiempo y regresase al momento exacto del beso y su cara de estupefacción.

Me visto informal, con unos jeans desgastados y una camisa blanca lisa. Me calzo unas botas de cuero marrón y la colonia que no puede faltar.

Eso me hace recordar a una ebria Gaby reconociendo el olor de la colonia: Invictus.

La puerta se abre y Sebas tuerce los ojos en mi dirección antes de meterse en el vestidor para buscar ropa.

―Sebas ―lo llamo, pero me ignora―. ¡Sebas! —grito.

―A mí no me hablas así, cabrón ―dice, saliendo del vestidor y se me acerca―. No eres mi jodido padre, no me das órdenes. No trabajo para ti, así que déjame en paz.

―Sé que estás molesto, pero en serio no le di una oferta de trabajo a Federica. Sé que te cae mal y además, en serio no tenemos espacio para un repostero más ―miento―. Solo lo dije por cortesía.

―Dos cosas: Federica no me cae mal y no me mientas. Para la próxima hablen más claros los dos, sé que papá no me quiere allí ―dice y se aleja, golpeando mi hombro con el suyo.

―Sebastián ―lo llamo y él se detiene en el umbral. Sus músculos están tensos y está preparado para lanzarme un puñetazo si siente que me lo merezco―. Eres un excelente repostero y me encantaría tenerte en Fraga, pero no es el momento. No lo digo porque eres mi hermano, sabes que si fueses una cagada de pastelero no te diría esto.

Respira hondo y menea la cabeza de lado a lado, relajándose.

―Ahora, ¿qué te parece si montamos a caballo? ―pregunto.

Él me mira de reojo y veo un asomo de sonrisa antes de que camine fuera de la habitación. Sabía que se relajaría con eso; ama montar a Silvestre, su caballo.

Agarro mi sombrero y salgo de la habitación, encontrándome con las chicas. Mi hermana no puede estar tanto tiempo peleada conmigo así que me saluda con una sonrisa en el rostro.

―Federica ―saludo con un asentimiento y me quedo viendo a Gabriela, quien desvía la mirada―. Gabriela.

―Señor Díaz ―saluda, asintiendo en mi dirección―. Lo siento, Mauricio.

―Mucho mejor ―digo, sonriendo―. ¿Quieres que conozcan a Esmeralda? ―le pregunto a Montse y esta por supuesto que se emociona.

― ¡Sí! Chicas, tienen que conocer a mi yegua. Es preciosa ―dice, aplaudiendo―. Pero tenemos que cambiarnos si vamos a montar a los caballos. Venga, vamos.

Montse tira de Fede y cuando Gabriela está por entrar enrollo mi mano en su muñeca, con delicadeza por supuesto. Ella se paraliza y me mira.

― ¿Qué quieres? Porque si es otro puto beso, te puedes imaginar el bofetón que te voy a dar ―masculla en voz baja.

A fuego lento | Libro 1|  Trilogía "Gastronomía del placer". (+18)Where stories live. Discover now