32.

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Mi vista se empaña por las lágrimas mientras ella se endereza en su puesto, sorprendida de verme. No se cubre, tal vez porque es demasiado perfecta para hacerlo y se levanta, acercándose a mí con mejillas sonrojadas.

―No pensé que entrarías tú, cari. O alguien que no fuese Mauricio ―admite, acariciando mi hombro, pero yo me alejo de su contacto―. Disculpa todo esto, de verdad. Era una sorpresa para él, aunque menos mal has sido tú ¿eh? Y no Montse.

―Sí ―hablo, sonriendo con falsedad evidente―. Tal vez te hubiese arrastrado por los pelos y te saca así vestida del hotel.

―Bueno, tía, sé que lo que he hecho está mal. No necesito que me lo recuerdes ―me dice, desviando la mirada―. Además, todos merecemos una segunda oportunidad y yo voy a aprovechar la mía. A mí él no me engaña, me invitó por algo y no, no fue por el prestigio de tenerme en su inauguración. Donde hubo fuego, cenizas quedan.

Donde hubo fuego, cenizas quedan. ¿Acaso eso es cierto? Porque yo me acabo de encontrar con mi ex novio y no sentí cenizas. Tal vez porque nunca hubo fuego, como con...

―De todas formas, cari. ¿Qué haces aquí? No sabía que vosotros fueran tan confianzudos ―dice, tomando asiento de nuevo en la cama—. Dejé la llave pegada del ascensor porque pensé que solo vendría él.

―Ya... ya no importa ―digo, dándome media vuelta para irme―. Lamento haber interrumpido.

―Tranquila, mujer. Peor hubiese sido que nos encontrases haciendo el amor ―dice y suelta una risilla sensual que me estruja el corazón.

Haciendo el amor. ¡Dios! No puedo seguir aquí.

El ascensor tarda un poco en llegar, o tal vez son mis ganas de huir de este lugar lo que me desespera, y me adentro en este apenas abren sus puertas. Empiezo a descender, así como las lágrimas que brotan a montón de mis ojos y las limpio con molestia.

Ella estará ahí cuando él llegue, yo no. A ella es quien la hará estremecer, gemir, temblar... acabar; no a mí. Y debería importarme un bledo, pero no lo hace. Al contrario, me duele y me quema de una forma en la que no esperaba arder por él.

Un fin de semana increíble hecho mierda por una mujer. ¡Y no cualquier mujer! La más bella que los ojos de cualquiera han podido tener el lujo de ver.

Busco el número de Carlos, pero como no estoy viendo por donde camino (como siempre), choco con alguien. Alzo la mirada para disculparme, avergonzada por mi torpeza, pero me tenso en mi lugar al ver que es Leonardo.

Él, por supuesto, sonríe con socarronería al verme hasta que se da cuenta de mi estado.

— ¿Está todo bien, Gabriela? —pregunta.

—Eh, sí —respondo, limpiando mis mejillas—. si me disculpa, estoy algo apurada —trato de pasar de él, pero sus manos van a mis hombros y me detiene.

—Espera, tranquilízate. ¿Necesitas ir a algún lado? Sabes que puedo llevarte —invita y yo niego.

—Voy a verme con un amigo, así que no es necesario —miento a medias. Sí estoy planeando llamar a Carlos.

— ¿Sabes? Hay algo que me da curiosidad, señorita Arellano —musita él, sin soltarme todavía—. ¿Qué hacías saliendo del ascensor del hotel? ¿Te estás hospedando aquí? ¡No me sorprendería! Te he visto mucho por este lugar.

—De verdad, señor Díaz, otro día podemos conversarlo con calma, pero tengo que irme. Me están esperando —insisto, aterrada ante la idea de que pueda deducir lo que ocurre entre su hijo mayor y yo.

—Mi paciencia tiene un límite, Gabriela —masculla, pegándome contra un muro y yo me quejo por el pequeño pinchazo de dolor que me ocasiona. Sus ojos oscuros me miran de arriba abajo y se lame la boca, rozando su bigote gris y yo siento que el estómago se me revuelve—. Sabes lo que quiero de ti y yo todo lo que quiero, lo obtengo. Cueste lo que cueste.

A fuego lento | Libro 1|  Trilogía "Gastronomía del placer". (+18)Nơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ