25.

2.2K 218 17
                                    

―Puedo saber... ¿por qué coño me compraste el vestido? ―pregunto, entrando a su oficina sin tocar ni pedir permiso.

Él alza la vista de unos papeles y me exijo concentración cuando noto que lleva gafas puestas. Me mira de arriba abajo con una sonrisa petulante en el rostro y yo me cruzo de brazos, quedándome a una distancia prudente de él.

―Creo que las cosas que dices y las cosas que haces no son coherentes. Me dijiste que estarías fuera de mi vida, por lo menos hasta donde puedes, y mira... ¡me compras cosas! ―le digo, molesta.

―Pues porque te dije que asistirías a la inauguración y lo cumplí. No puedo negar que estoy molesto contigo, pero eso no quita que te quiera allí. Así que me aseguré de que ya no tuvieras más excusas ―dice, levantándose de su puesto para recargarse del escritorio.

« ¡Oh, el escritorio!» pienso y sacudo mi cabeza para borrar ese recuerdo.

― ¿Sucede algo? ―pregunta, alzando una ceja. Una sonrisita se dibuja en su cara al ver que me remuevo un poco―. ¿Señorita Arellano?

―Solo por esta vez, aceptaré tu regalo. Solo por esta vez y porque Montse me mataría ―digo, alzando el mentón cuando lo noto acercarse más a mí con esa mirada hambrienta puesta sobre mí―. Sigo firme ante mi decisión de que entre tú y yo no puede volver a pasar nada, Mauricio Díaz.

―Y yo sigo firme con mi decisión de querer follarte sobre cualquier cosa, cada vez que te tengo cerca ―dice con un brillo perverso en sus ojos mieles, cosa que solo hace que desvíe la mirada con nerviosismo.

Creo que tengo mucho calor de repente...

―No quiero más regalos, señor Díaz. Seamos dos personas, adultas y profesionales ―digo, acercándome a él lo suficiente como para rozar nuestras narices―. Hasta luego.

Me doy la media vuelta y camino con rapidez hacia la salida. Una vez fuera es que puedo respirar con calma para desacelerar mi corazón, recargándome de la puerta.

Para mí, el día continúa así que me encamino hasta la parada de autobuses más cercana y me dirijo a mi trabajo.

Reclamarle era una excusa para verle, pero estar a solas con él es peligroso y ahora veo que es un error.

Me encamino a la parada de autobuses, pero alguien intercede en mi camino, mejor dicho: Leonardo Díaz. Lo miro con cierto recelo, luego de lo que Mauricio me comentó estoy segura el por qué se acerca a mí.

Es un viejo verde y baboso.

—Señorita Arellano, nos volvemos a encontrar. ¿Qué hace por el restaurante? ¿Le invito algo de comer? —inquiere y yo respiro hondo, fingiendo una sonrisa.

—No se preocupe, señor Díaz. Voy de camino a mi trabajo —respondo, aunque sé que seguro se va a ofrecer a llevarme.

—Puedo llevarte sin problemas. Tengo algo que preguntarte —responde, haciendo una seña hacia su camioneta y yo hago acopio de todo mi autocontrol para no rodar los ojos.

—No se preocupe, no es necesario. Dígame, ¿qué se le ofrece?

—Quisiera invitarla a la inauguración del segundo restaurante. Como sabrá es un paso importante tanto para el negocio como para la familia y quiero que gente especial esté allí, usted es parte de ese grupo de personas —invita y yo finjo una sonrisa.

—Gracias, ya me invitaron —me hago la tonta y él aplana sus labios.

—Quiero decir que la invito como mi acompañante, señorita Arellano —insiste y yo niego con la cabeza.

A fuego lento | Libro 1|  Trilogía "Gastronomía del placer". (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora