10.

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― ¿Eres imbécil o qué coño te pasa? ―casi grito cuando me libera la boca.

―Menos mal llegué a tiempo, ya ibas a empezar a despotricar contra mi padre ―dice, rodando los ojos―. Allí está el dueño del café, ¿acaso estás loca?

―Pues mejor, para dejarle en claro que la cocina dejó de ser dominada por hombres desde hace mucho tiempo. Es más, las mujeres siempre han sido las encargadas de la cocina, ¿por qué ahora quieren quitarnos el puesto? ―gruño, molesta.

―Quienes suelen ser los jefes en las cocinas son los hombres, Gabriela. A eso se refería mi papá ―explica.

― ¡Claro que no, Sebastián! ―gruño, furiosa―. Joder, quiero matar a medio mundo. ¿Por qué ustedes tienen que ser tan machitos, eh?

― ¿Por qué ustedes tienen que ser tan feministas? Fede y tú nos van a volver locos ―dice, sonriendo un poco.

― ¿Qué escuchaste exactamente que dijo tu papá? ―le pregunto, recordando que había hablado de él con anterioridad.

―Supuse que estaban hablando de mi hermana y de que es mujer, escuché lo de imponerse y toda la cosa. Ya te habías detenido antes y deduje que eso no podía ser nada bueno ―responde, alzando una ceja.

― ¿Por qué no trabajas en Fraga? ―le pregunto y su semblante cambia, alejándose de mí.

―Creo que deberías volver al trabajo, Gabriela ―dice, señalando las mesas―. Y, por favor, no te metas en problemas.

«¿Por qué todo el mundo me dice eso?» pienso con irritación.

Sigo mi trabajo, observando de vez en cuando la mesa donde se encuentra Sebastián. No sé qué estaré esperando, así que me regaño mentalmente para continuar con mi labor.

«Es obvio que no vendrá» pienso y me detengo al percatarme de ello. ¿Quién no vendrá? ¿No estaré esperando que aparezca Mauricio, cierto? ¡Ya vine a parar en loca yo!

La hora de retirar los platos en la mesa del señor Díaz llega, luego de tanta cháchara toda la tarde. Me piden la cuenta y se la entrego a él, ganándome una mirada de un moreno de ojos claros. ¿Y si es el dueño del local?

¡Seguro metí la pata!

―Permíteme pagar, por favor. La otra vez te dije que la comida iba por mi cuenta en Fraga e igual pagaste ―le recuerda el señor Leonardo y el moreno se ríe, asintiendo con lentitud.

―No seríamos amigos si no nos apoyáramos mutuamente, Leo ―responde, negando con la cabeza, al parecer, bastante divertido.

―Disculpe, señorita ―me llama el señor Díaz y yo trago saliva, repentinamente nerviosa―. Creo que la he visto en algún lado, ¿tuvo la oportunidad de ir a Fraga tal vez?

―Sí, Leonardo. Ella estudia en la escuela con Montserrat ―responde Sebastián, sonriendo―. Es una de sus amigas.

―Un gusto conocerle, señor Díaz ―murmuro, sonriendo con nerviosismo.

―Estudiando para ser chef, mira nomás. ¿Esperas ganarte una pasantía en el restaurante? ―pregunta.

―No tendría tiempo para realizarla, señor. Necesito el trabajo ―respondo con cortesía.

―No eres de por aquí, ¿cierto?

―No, soy de Venezuela ―respondo.

―Interesante ―admite, sonriendo y me remuevo incómoda cuando me detalla el cuerpo con los ojos―. Pues... no interrumpo más su trabajo, una lástima que no pueda aceptar la pasantía si la ganara.

A fuego lento | Libro 1|  Trilogía "Gastronomía del placer". (+18)Where stories live. Discover now