11.

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Estiro mi vestido un poco, sintiéndolo diminuto ante su escrutinio y recojo la mesa para volver a trabajar. Lo ignoro, dejando que otra mesera los atienda y miro de reojo hacia las afueras del local donde se encuentran Montse y Cristian.

Ojalá se solucionen las cosas entre ellos. Cristian y yo solo tenemos una amistad y... la verdad no sé si vaya a pasar algo, no me gustaría arruinarlo. Sin embargo, Montse debe aceptar que no es correspondida de igual forma y que no es mi culpa que él sienta lo que sienta.

―Gaby ―me llama Maite y yo espabilo.

―Sí, ¿dime?

―Te solicitan en la mesa cinco ―dice y yo busco la mesa, gruñendo al ver quien es―. Quiere ser atendido únicamente por ti. Probablemente su papá le habló bien de ti. Aprovecha, dejan buena propina.

― ¿Y si no quiero? ―pregunto, mirándola.

― ¿Estás loca? Es el hijo del mejor amigo del dueño de este café, ve ―ordena.

―Bien ―acepto a regañadientes.

Camino con el paso más firme de lo normal y la barbilla alzada, mientras en mi mente lo insulto repetidas veces: Imbécil, imbécil, imbécil.

―Buenas tardes, señor ―digo y miro a Montse, quien toma asiento de inmediato, fingiendo una sonrisa―. Hola, Montse.

―Hola, Gaby. No sabía que trabajabas aquí ―murmura, acomodándose en su puesto.

―Empecé esta semana ―comento―. ¿Qué desean ordenar?

―Sebas está por salir, así que no nos quedaremos mucho tiempo ―habla Mauricio―. Creo haberle dicho que me llamara Mauricio, señorita Arellano.

Ignoro la última línea y vuelvo a insistir para que me digan qué desean ordenar.

Waffles y café ―responde Montse―, por favor.

―Señorita Arellano, una pregunta ―habla Mauricio, interrumpiendo mi paso a otra mesa―. ¿No puedo llamarle Gabriela? Es más corto.

―No ―es lo único que respondo y sigo mi camino.

Preparo los waffles y el café, los coloco sobre los platos y luego sobre la bandeja. Camino hasta su mesa, pero Mauricio se levanta de sopetón (no sé si a propósito o sin querer, porque honestamente estaba de espaldas a mí) y su cabeza impacta contra la bandeja, haciendo que todo caiga tanto sobre mí como sobre su camisa.

― ¡Maldita sea! ―gruño, observando el desastre que se ha ocasionado y como todos nos miran. Entonces recuerdo que pueden botarme por esto y creo que mi cara se transforma en una de pánico, porque Mauricio se levanta de inmediato―. No, no, no.

―Hey, hey ―dice y me toma de los brazos―. Estás pálida, vamos a un lugar más privado.

La verdad no le presto atención ya que veo los rostros de mis compañeras y me dicen que el embrollo en el que acabo de meterme no es para nada bueno. Maite le dice algo a Mauricio y camino aún en pánico, siendo guiada por él.

Nos adentramos en el almacén y lo empujo, sacudiéndome de su agarre.

― ¡Me van a botar por este estúpido accidente! ―gruño, molesta―. ¿No te basta con quitarme la ilusión de intentar ganarme la pasantía, eh?

―Gabriela, tú mismo lo acabas de decir. Fue un accidente, no te preocupes ―dice, intentando calmarme y noto que se ha atrevido a tutearme―. Yo hablaré con Aarón, de verdad. Vas a conservar el empleo. Necesitas cambiarte esa ropa caliente porque puedes quemarte.

―Iré por... otro uniforme ―murmuro, más calmada.

Me adentro aún más en el almacén y busco entre las cosas otro uniforme. Hay varios estantes que me cubren de Mauricio, así que tomo una toalla pequeña, la humedezco con alcohol y abro mi vestido, limpiándome rápidamente el pegoste de café y me cambio lo más rápido que puedo, vigilando a cada nada para cerciorarme de que no me vea.

A fuego lento | Libro 1|  Trilogía "Gastronomía del placer". (+18)Où les histoires vivent. Découvrez maintenant