Capítulo 13

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Durante la mañana, el Palacio Fortunato vivía un gran revuelo, puesto que varios carruajes aparcaban en sus patios, ya que varios pretendientes llegaron para cortejar a las señoritas Fortunato, pero en realidad, era a solo una de ellas.

El debut de Eleonora atrajo varias miradas y varios caballeros deseaban pretenderla después de la fiesta de ayer, ya que ella, además de ser en extremo hermosa, era agradable, graciosa e inteligente, cualidades que la hacían perfecta para ser una buena esposa.

Para la desgracia de aquellos que fueron a visitarla y expresar sus respetos, esperando humildemente una posibilidad de cortejo, ella de forma amable les comenzó a rechazar de uno en uno, lo que le daba mayor esperanza a Danilo para confesar sus sentimientos.

En cuanto a Luciana, solo había llegado un pretendiente para ella esa mañana, un joven de cabello rubio platinado y ojos celestes ojerosos, delgado, con apariencia enfermiza. Luciana le recordaba de la noche anterior, su nombre era Aitor y era uno de los muchos que le hablaban de las riquezas que tenía su familia, quienes poseían grandes cultivos de cebada y maíz al este del país o ¿era crianza de ganado?, ya no lo recordaba muy bien, pero a diferencia de su prima que estaba rechazando a quienes le visitaba, ella decidió aceptar el cortejo.

— Eso te pasa por ser apática con todos los que quisieron bailar contigo anoche, no les diste oportunidad a que puedan conocerte — recriminaba Emelina a su hija, mirando al otro lado de la sala, como llegaban exclusivamente pretendientes a su ahijada Eleonora.

— Ya lo sé, mamá, pero es mejor así, puesto que he prometido aceptar a todo quién llegué para conocerlo mejor.

— Eso es muy inteligente de tu parte. Si por algún motivo no te ha cautivado tu pretendiente, siempre existirán más fiestas a las cuales asistir, y espero que puedas tener una mejor disposición. Pero no olvides que, al pasar más tiempo, menos cantidad de varones querrán pretenderte.

Ya pronto sería el medio día y la afluencia de personas que visitaban el Palacio Fortunato estaba disminuyendo.

Sergio Fortunato, que se encontraba en la entrada recibiendo a los pretendientes con sus familias, sonríe alegremente al ver llegar a su amigo, el Conde de Valcáliz, que bajaba de su carruaje y se aproximaba sonriente con una pequeña caja de madera tallada en las manos.

— ¡Ah! Maximiliano, que agradable sorpresa que estés aquí, gracias por venir a visitarme en este agotador día — saludaba animadamente Sergio.

— Sí, bueno... — intenta hablar Maximiliano, pero es interrumpido por su amigo.

— Han llegado muchos pretendientes este día, estoy orgulloso de las niñas, lo bueno es que ya todos se están marchando. Te quedarás a almorzar ¿Verdad?

— No... no he venido por eso.

Sergio ríe de su amigo, haciendo broma de la situación.

— No me dirás que has venido para cortejar a alguna de las muchachas.

Sergio comienza a carcajear, pero rápidamente se detiene al darse cuenta de que su amigo no reía con él, por el contrario, él había bajado la vista ante la vergüenza y presionaba con firmeza la cajita que traía consigo, haciendo que las puntas de sus dedos quedarán en blanco por la presión contra el objeto.

Sergio palidece al darse cuenta de que cometió un grave error, puesto que había ofendido a su amigo.

— Maximiliano, perdona mi falta de sensibilidad...

— Está bien Sergio, pero tienes razón, venir aquí ha sido una estupidez. Gracias por impedir que cometa un acto tan imprudente...

— Claro que no, por favor ven conmigo, te llevaré a donde se encuentran las jovencitas.

Un Amor Tan EquivocadoWhere stories live. Discover now