Capítulo 37

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Maximiliano, al escuchar la petición de Luciana, se sorprende y no sabía si había oído bien, puesto que su corazón se agita con tanta violencia, que estaba aturdido. Logra calmar aquella primera impresión y da un suspiro para aliviar su nerviosismo, ya que ella, al no tener una respuesta rápida de su parte, volvía a bajar la mirada avergonzada y comenzó a alejarse lentamente, así que la detiene, tomando de su mano y besando sus nudillos.

Ella eleva la vista y sus ojos brillaban por la emoción, a lo que él, de manera delicada se aproxima y le acaricia el rostro, para finalmente sostener su mentón entre sus dedos, cerrar sus ojos y juntar sus labios con los de ella, que se abrían suavemente para recibirlo.

Aquel primer beso trajo a ambos una oleada de emociones que era difícil de describir, sintiendo que el pecho se les hinchaba, la piel se erizaba y un hormigueo tan fuerte en el vientre se volvía doloroso.

Ambos se separan para tomar aire y ver la reacción de quien tenían en frente, pero ninguno dijo nada, lo que les relaja, volviéndose a besar de manera calmada, disfrutando al hacerlo.

Aquel beso gentil, húmedo y apasionado, era completamente placentero y Luciana deseaba que no terminara, así que lo abraza por el cuello, para sentir su calor cerca de ella, a lo que él la rodea completamente con sus brazos, como si la acunara en ellos, sintiendo ahora el corazón del Conde, como golpeaba con fuerza su pecho.

Él estaba tan nervioso al igual que ella, así que Luciana se relaja y descansa en sus brazos, para disfrutar sin miedos de aquel delicioso beso, jugando con sus dedos sobre el cabello de él.

Habían pasado varios minutos en los que no dijeron nada, solo se besaban y se volvían a mirar, para nuevamente unir sus labios, hasta que Luciana quiebra el silencio.

— No volveremos a hablar de esto, ¿Verdad?

— No, si así lo desea.

— Entonces, quiero pedir algo más.

— Lo que quiera.

— Deseo... verlo desnudo.

Esa petición avergüenza a Maximiliano, que vuelve agitar su corazón con tal violencia, que creía que se le saldría por la garganta.

De manera calmada, él la suelta para ponerse de pie al borde de la cama, mirándola fijamente, mientras desabotonaba el cuello de su camisón, retirándoselo lentamente, descubriendo su desnudez.

La mirada de Luciana era penetrante y no apartaba la vista de él, lo que provocaba pudor en Maximiliano, puesto que no podía ocultar la excitación que se alojaba en su miembro, dejando al descubierto el deseo que sentía por ella. Luciana se aproxima y estira la mano para poder tocar su pecho, brazos y abdomen, lo que le hace contener el aliento, sintiendo como aquel tacto femenino por su piel, era como fuego que le quemaba y aumentaba aún más su deseo, al punto que comenzó a temblar.

Ella no podía dejar de tocarlo, aquel cuerpo le gustaba demasiado y por fin podía acariciarlo. Sentir al Conde tímido y avergonzado, era en extremo estimulante para Luciana, puesto que se estaba aprovechando de la inocencia de aquel hombre y eso la extasiaba.

Ella se eleva y camina de rodillas sobre la cama, para quedar a la misma altura que su esposo, colgándose de su cuello para volver a besarlo, y presionando sus piernas para contener la excitación que se acumulaba en su femineidad, al sentir como él la volvía a estrechar entre sus brazos, presionándola contra su cuerpo y sintiendo la firmeza y grosor de aquel miembro viril que golpeaba su vientre.

Ambos sentían que se ahogaba, y que no podrían más con aquel deseo, pero Maximiliano no actuaría por impulso, ya que esperaba el completo consentimiento de ella, resistiéndose a no cruzar las barreras que no le había autorizado a pasar.

Un Amor Tan EquivocadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora