Capítulo 38

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Ya era de mañana y Luciana se despierta cuando siente que Maximiliano se separa de ella para levantarse. El cuerpo le dolía y no podía abrir los ojos por el cansancio, durmiéndose nuevamente, aunque no quería hacerlo, debía luchar contra la pereza, puesto que no deseaba que él se fuera, así que abre los ojos y observa como le miraba desde la chimenea. Pensaba que solo habían pasado un par de segundos desde que él se levantó de la cama, pero ya estaba aseado y vestido, abotonando su chaqueta para marcharse.

Luciana quería poder decir algo, pero no tenía fuerzas y cierra nuevamente los ojos. Cuando nuevamente los abre, él ya no estaba ahí y el sol de la mañana ya era luminoso, lo que le asusta, ya que había dormido demasiado, saltando de la cama para vestirse, pero al hacerlo, casi cae, pues sus piernas estaban débiles, debido a lo ocurrido anoche.

Por un momento, ella creía que lo de ayer solo fue un sueño erótico, pero al quitar su camisón para asearse, este tenía manchas de sangre. Se aproxima a la cama y retira las sábanas, también en ellas había algunas manchas, demostrándole que lo de anoche sí ocurrió y esas marcas eran señal de que había entregado su virginidad al Conde.

Al llegar a la Boutique, esta se encontraba abierta y sus empleadas trabajaban como de costumbre, lo que aliviaba a Luciana, ya que, en su ausencia, el lugar seguiría en funcionamiento. Se sienta en su oficina que tenía grandes ventanas, las que daban a la sala de costura. Pide una taza de té con limón, puesto que le dolía el vientre, como cuando le llegaba el periodo, pero sabía que esa molestia era por algo muy distinto.

Luciana no podía concentrarse, solo volvía a pensar en lo que ocurrió ayer, lo que le hacía sonreír. Aquel momento fue mágico, y él había sido maravilloso, recordarlo le erizaba la piel y ruborizaba sus mejillas, sintiendo cómo nuevamente esas emociones se acumulaban en su vientre. Siempre se le había dicho que el perder la virginidad era doloroso y algo incómodo, pero no fue su caso, ya que había logrado alcanzar las estrellas junto a él. Definitivamente, él era divino, que incluso en temas tan íntimos como aquellos, se había preocupado de no lastimarla y buscaba su disfrute.

Después de estar un rato meditando en ello, comenzó a hacerse miles de preguntas sobre qué pensará él, si la extrañaba y si ¿solamente lo hizo para complacerla? Tal vez estaba molesto, por eso no se quedó esa mañana, y si ¿la detestaba por pedirle algo como eso? Trata de alejar aquellos pensamientos nefastos, ya que era únicamente sus inseguridades que jugaban con su mente, además que, si a él le hubiera desagradado, no habría sido tan apasionado como lo fue, definitivamente él lo había disfrutado.

Las costureras que estaban en las máquinas de coser, le miraban y se reían, lo que le quita el aturdimiento a Luciana, seguramente se burlaban por verla distraída y colocar cara de boba, así que regresa a sus diseños.

No pasa mucho, cuando nuevamente pierde la concentración, puesto que vuelve a pensar en que haber tenido sexualidad con Maximiliano, traía consecuencias que no se podían evadir. Al entregarse a él, ahora era su mujer, puesto que consumaron su matrimonio y estaban unidos ante la ley de Dios y los hombres. De solo pensar en eso, Luciana comenzó a sonreír, pero otra preocupación aparece. ¿Qué pasaría si estaba embarazada? No sabría cuál sería la reacción de él ante una noticia como aquella, además que jamás había supuesto en ser madre, pero probablemente ya estaba su hijo alojado en su vientre. Luciana prefería no imaginar aquello, puesto que ser madre le atemoriza, al desconocer si el Conde deseaba tener familia.

— Mi señora... — llamaba Mila.

Luciana nuevamente regresa de sus pensamientos.

— Dígame, señora Mila.

— Disculpe que le moleste, pero han traído el muestrario de las nuevas telas que vienen desde India.

Mila le entrega el portafolios con las telas que debía solicitar para los nuevos vestidos, pero su mente seguía divagando, mirando el portafolio sin abrirlo.

— ¿Se encuentra bien, Señora Condesa? — pregunta Mila sonriente.

— Sí, gracias.

La mujer se marcha en dónde estaban las costureras, que le volvían a mirar con tono picaresco y ocultaban su sonrisa.

Luciana vuelve a ver su cuaderno, y este solo tenía dibujado unas líneas, debía esforzarse por hacer su trabajo, ya que le habían solicitado un vestido de fiestas para una clienta que era bajita y regordeta, al igual que lo fue la antigua esposa del Conde de Valcáliz. Aquella mujer fue la primera en la vida de su esposo, con quien debió haber pasado las noches y la que le había enseñado los secretos maritales. Pensar en ella le enfurecía y odiaba imaginar que sus labios besaron a Maximiliano, que sus manos le acariciaran y que intimaran, por eso ella lucía tan feliz cuando se le veía, y como no estarlo, si el Conde era un excelente amante.

Ya Luciana no podía seguir con el lío que se había vuelto su mente, encontraba ridículo que estuviera celosa de una difunta.

Era ya medio día, vuelve a mira el cuaderno que tenía en su escritorio, y seguía con su dibujo a medio terminar. No podía seguir así, pero no se podía quitar a Maximiliano de la cabeza, solo sabía que deseaba verlo y eso es lo que decide hacer. Toma su bolso, se coloca su abrigo y sale de la Boutique en dirección al Banco Claramonte para invitarlo a almorzar.

Mientras caminaba por la calle, preguntándose cómo debía actuar y que decirle cuando lo vea, se sobresalta al ver que el Conde caminaba por la calle en su dirección, esto la hace sonreír inmediatamente, volviendo a desbocar su corazón.

— Mi señor, qué sorpresa verlo aquí.

— Lo mismo digo. Es increíble que le encuentre en la calle, ¿va algún lado? ¿Desea que le acompañe? — pregunta de manera nerviosa Maximiliano.

— Me dirigía al Banco, para preguntarle, ¿si desea almorzar conmigo? Pero si está ocupado, no le interrumpo.

— No lo hace, puesto que también me dirigía a la Boutique para preguntarle lo mismo

— Qué coincidencia tan maravillosa

— Y tan afortunada también.

Ambos comienzan a reír de manera nerviosa, actuando de forma avergonzada al hablar con quién les había robado el pensamiento durante toda esa mañana.

El Conde le ofrece el brazo a su esposa, para dirigirse a un restaurante cercano, calmando el nerviosismo del momento por sus habituales pláticas, lo que les tranquiliza a ambos, al saber que todo seguía igual que siempre entre ellos, pero la verdad de todo, es que ya nada volvería a ser como antes en su relación.

Un Amor Tan EquivocadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora