Capítulo 39

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En la deliciosa cena que se sirvió en la mansión de Valcáliz, los Condes, prácticamente no probaban bocados. Luciana trataba de hablar sobre cualquier banalidad, con el propósito de armonizar el tenso ambiente que se respiraba, pero su esposo solo respondía escasos monosílabos, puesto que estaba distraído en sus pensamientos. La actitud de él le preocupaba, así que se apoya en el respaldo de la silla, mirando de manera silenciosa sus manos.

Quizás, después de todo lo que pasó ayer, él sí la odiaba y pensaba que era una pervertida por pedirle esa noche a su lado. Por eso él no deseaba verla a la cara, a pesar de haber compartido un almuerzo tranquilo y una tarde agradable, pero ahora que deberían regresar nuevamente al dormitorio en donde todo ocurrió, él se mostraba reservado.

— Me iré a dormir. ¿Me acompañará? — pregunta con voz triste Luciana.

— Sí. — responde el Conde y se levanta de la silla al igual que ella.

En la habitación, ninguno se dirigía la palabra. Maximiliano estaba usando un camisón de dormir y se mantenía pensativo de pie, al lado de la chimenea, mirando los leños que crepitaban.

Luciana estaba recostada en la cama, con el libro que estaba leyendo en sus manos, pero que no había abierto, ya que estaba al pendiente de su esposo, que se mantenía inmóvil en el mismo lugar.

— Mi señor, ¿qué le pasa? — pregunta Luciana con una voz suave y calmada.

— Nada

— No mienta, usted no es así. Sé que algo le aflige. Por favor, confíe en mí, pues me preocupa verlo así.

Maximiliano se gira y ve el rostro angustiado de Luciana, así que camina hasta la cama, sentándose en el borde de esta, dándole la espalda para que no pueda ver su rostro.

— No puedo hablar de aquello con usted.

Ella deja el libro en la mesita de noche y se aproxima en la cama, hasta estar detrás de él.

— No puede hacerlo, porque se trata de lo que ocurrió anoche ¿Verdad?

Él asiente con la cabeza.

— Le pedí ayer no volver a hablar sobre eso y que lo olvidé, porque temía cuál fuera su reacción al solicitar algo tan desvergonzado como aquello. Pero, también deseaba hablar sobre esto con usted.

— No es solo eso, existen muchas más cosas relacionadas.

— Necesito saber que son.

— Si le hablo de ellas, estaría rompiendo las promesas que le hice ayer y las de antes de nuestra boda.

Luciana coloca sus manos sobre los hombros de Maximiliano de forma cuidadosa, sintiendo que, al tocarlo, él relajaba sus músculos.

— Le libero de todas aquellas egoístas promesas. Así que, por favor, no tenga miedo de contarme.

Él lanza un suspiro, miras sus manos que las tenía cruzadas en sus piernas, para luego volver a dar otro suspiro.

— Una vez me preguntó, ¿por qué me casé con usted? La respuesta a eso, es porque me atraía, por ser linda, graciosa y honesta. Con el paso del tiempo, esa atracción creció a algo mucho más fuerte, debido a su cariño desinteresado y sus atenciones que siempre tenía conmigo. Sin poder controlarlo, usted comenzó a ocupar una parte importante de mis pensamientos, haciéndome sentir bien y cada vez que me sonríe, me siento especial y querido...

Ante aquellas hermosas palabras, Luciana no puede controlar su emoción, abrazándolo por la espalda, a lo que él toma de su mano que tenía apoyada en su pecho, para nuevamente entrecruzar sus dedos.

— Por favor, continúe — le susurra Luciana.

— Lo que ocurrió anoche, no lo puedo olvidar, porque para mí, aquello fue muy especial. La amo con desesperación. — Vuelve a dar un suspiro para calmar su nerviosismo — Ya sé que usted no desea escuchar declaraciones sentimentales de mi parte, pero debía decírselo, porque no puedo controlar la necesidad que nace en mí, de demostrarle mi amor.

— Por favor, hágalo. Porque también necesito de manera desespera aquellas muestras de afecto.

Ella le suelta, y se sienta a su lado, para verlo de frente. Los ojos de él expresaban tanta dulzura que conmovía a Luciana.

— Siempre sentí miedo a su rechazo, ya que me había pedido el no hablar de estos temas con usted, por eso guardé por tanto tiempo este sentimiento.

— La persona que le dijo eso hace más de un año atrás, era inmadura y egoísta. La persona que soy ahora, es alguien muy distinta, que quiere mejorar y ser su apoyo, porque usted significa tanto para mí.

— Entonces, quiero volver a preguntarle, ¿si me permite tener gestos románticos con usted? ¿Puedo expresarle mi sentir y declararle mi amor a diario?

— Le suplicó que lo haga. Eso me haría tan dichosa, porque usted me hace muy feliz.

Con esas mágicas palabras, ambos sintieron que se liberaron un peso de encima, el corazón no les dolía al latir y brotaban solo pensamientos alegres de un futuro glorioso para los dos.

Maximiliano, sin contener su emoción, toma del rostro de Luciana entre sus manos, para poder besarla, expresando todo lo que sentía por ella.

Los besos calmados les traían tanta alegría, que ambos comienzan a lanzar pequeñas risitas, y se volvieron a mirar.

— Quiero pedirle algo — dice Luciana.

— Lo que sea, ya que me agradan sus peticiones — ríe Maximiliano.

— Quiero que me hable de manera casual, sin necesidad de tanta formalidad.

— Lo haré, si también recibo el mismo trato.

— Claro que sí, Maximiliano.

Escuchar su nombre en los labios de ella, fue como una oleada de calor, volviéndola a besar.

— Luciana, mi deseo por ti es muy grande, por favor, ayúdame a calmar esta pasión que siento.

Ella de manera silenciosa se levanta de la cama, para quedar de pie al frente de él, quien le miraba expectante y a la vez con ternura. Con delicadeza, comenzó a retirar su camisón, para regarle su desnudez, tomándolo de las manos, para que pueda tocarla.

Maximiliano estaba extasiado ante aquella imagen, perdiendo la calma y arrastrándola hasta la cama, para recortarla en ella y volver a besarla, mientras se desprendía de su ropa de dormir.

Al estar en aquella cama, recostados cómodamente, ambos descubrían el cuerpo del otro, depositando tiernos besos sobre su piel. Maximiliano sabía que a pesar de todo, Luciana seguía siendo pudorosa, puesto que evitaba tocarlo completamente, así que él toma de su mano, para guiarla.

Entre caricias y besos, ambos se sentían cómodos para iniciar el acto marital, el que fue calmado, lleno de sentimientos, utilizando el momento para expresarse tanto, acompañado del erotismo que le daba el estar compenetrados.

— ¡Ah! Luciana, te amo tanto... — Suspiraba en el hombro de ella, pasando sus labios por su piel.

Ella sonreía y suspiraba, se sentía completamente amada, y adoraba como el cuerpo de su esposo se amoldaba al de ella.

La culminación se aproximaba y Maximiliano toma de las manos de su esposa para entrecruzar sus dedos con los de ella, presionándola y sintiendo cómo ella arqueaba su espalda, para finalmente estremecerse, lo que lo arrastra también al clímax.

No se separaron, y mantenían el abrazo, dándose suaves besos y mirándose con tal ternura, que les hacía sonreír y sentir satisfacción. Charlaron por un momento sobre lo que estaban sintiendo, hasta que nuevamente la virilidad del Conde se endurece, para volver a moverse de forma sutil, puesto que temía lastimarla, pero no podía controlar el fuego de sus pasiones, pero Luciana, solo podía disfrutar de todo lo que él le ofrecía, puesto que se había vuelto en su maestro, que le enseñaba a descubrir aquel mundo de sensaciones y romanticismo.

Esa noche fue larga, debido a que tenían tanto que expresarse, y hacer el amor se volvió en una necesidad para por fin calmar sus agitados corazones, ya que, de esta manera, al fin sentían que todo era perfecto, pronosticando bellos días de completa felicidad.

Un Amor Tan EquivocadoWhere stories live. Discover now