Capítulo 19

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Luciana le contaba a Eleonora la charla que tuvo con Ana María. Se encontraban en su alcoba, donde siempre compartían sus secretos.

— Solo puedo concluir de todo lo que ha ocurrido que, Alberto realmente te ama — comenta Eleonora meditando — pero también ama a su esposa. Es una clase de sentimientos que no podemos entender, ya que hombres como Alberto, no se rigen por la fidelidad y nunca son de una sola mujer, por eso quieren a todas, pero sin ser de ninguna.

— Me recuerda al abuelo Jamal, ¿recuerdas que papá contaba que él tenía un harén en casa? Nunca se casó, pero quería a sus mujeres y era celoso con ellas.

— Exactamente, que buen ejemplo has dado, pero tú no eres para ser una amante. Qué bueno que te has liberado de un hombre como Alberto, ya que siempre te habría sido infiel.

— Lo odio, le desprecio tanto que nada más le deseo lo peor.

Eleonora mira a su prima que hablaba con tanta furia que le hacía apretar los dientes, mientras los músculos de su cuello estaban tensos.

— Ya lo odiabas antes y sentías un gran resentimiento en su contra, ya ha pasado tiempo desde eso y trataste de buscar pretendientes para olvidarte de él, pero lo que te ha dicho Ana María, te ha enfurecido más que antes y eso me hace pensar que, ¿le seguías queriendo?

Los ojos de Luciana se abren por el asombro de ser tan obvia, y aparta la mirada, odiándose por haber albergado tontas esperanzas y seguir girando su vida y pensamientos en torno a Alberto Burgos.

Eleonora comprende lo que estaba pasando por la mente de su prima y tenía un plan para terminar con la tortura que eran sus pensamientos. Sale de la habitación y al cabo de unos minutos, regresa con una caja de sombreros vacía, dejándola encima de la cama y abriéndola.

— ¿Para qué es eso? — pregunta Luciana sin comprender.

— En esa caja depositarás al Alberto Burgos que amaste. Todo lo que te recuerde a él, cartas, regalos e incluso ese anillo con esa piedra en forma de corazón, lo dejarás todo en esta caja. Vamos a celebrar un funeral, ya que ese Alberto que conocíamos, falleció el día de su boda y debes darle sepultura, eso te ayudará a comprender que él no volverá, y ese Alberto que te tortura ahora con palabras de amor y realiza escenas de celos, no es el verdadero, porque él ya está muerto.

Luciana comprende lo que le decía su prima y rápidamente comienza a buscar todo lo que guardaba de Alberto para colocarlo en la caja. Ordenó cuidadosamente sus cartas y notas, flores que le había regalado y que había secado entre los libros, un pañuelo perfumado, pequeños muñecos de madera y finalmente, deja el anillo con la piedra en forma de corazón.

Salieron a los patios, y Eleonora llevaba una pala para enterrar aquella caja. Llegaron cerca donde se encontraba el estanque de cisnes y en donde se reunían después de las clases cuando eran estudiantes. Hicieron un agujero en la tierra cerca de un gran sauce y Luciana vuelve a abrir la caja, para despedirse de aquel recuerdo, llorando al pensar en todos los momentos que vivieron juntos y que ahora le provocaban tanta pena. Ella volvía a recordar aquellos momentos con cariño, lo que le hizo volver a llorar por saber que ya esos tiempos nunca regresarían, incluso Eleonora se unió en el llanto, al dedicarle dulces palabras al amigo que había sido y que ahora ya no volvería.

Con delicadeza colocaron la caja en el agujero que habían hecho, sin que antes Luciana depositará un beso sobre la cubierta y una flor encima de ella. Cuando terminaron de cubrirlo con tierra, apilaron algunas rocas para demarcar el lugar de sepultura y finalmente colocar flores que recordaba el sitio en donde Luciana había enterrado sus sentimientos por aquel hombre que amo.

Esa noche, ambas jóvenes durmieron juntas y Luciana seguía llorando, creyendo en que realmente Alberto había fallecido, pero a su vez, estaba alegre de pensar así, puesto que de ahora y en adelante, solo le quedaba la resignación.

A la mañana siguiente, ella había tomado una decisión que ya no se podía retrasar en ejecutarla, así que llama a sus padres en privado para hablar con ellos y decirles que, aceptaba al Conde de Valcáliz como esposo. Los señores Fortunato estaban dichosos por aquella noticia, ya que sabían que, con aquel hombre, su hija estaría segura y recibiría el cariño y respeto que merecía, independiente de la diferencia de edad que tenían, puesto que eso no era un impedimento para ser felices y formar una familia.

Sergio de manera gustosa acudió a visitar a su amigo en el banco Claramonte para darle la noticia, sin esperar a que el Conde llegara a su mansión por la tarde, aquel anuncio no se podía retrasar. Cuando fue informada la decisión de Luciana, afuera de la oficina del Conde, se podía escuchar una exclamación de asombro, luego risas y luego palmadas, debido a que los amigos se abrazaban por la felicidad del momento y golpeaban sus espaldas.

Maximiliano estaba desbordante de dicha, ya que no esperaba que Luciana lo aceptara tan pronto como su compañero de vida, aquello creo ilusiones en él de tener una vida tranquila y alegre junto con su esposa. Ya sabía que ella no lo amaba, pero que sentía cariño por él y con eso bastaba por ahora, puesto que la enamoraría, hasta ser unos apasionados amantes.

A la noche siguiente, celebraron en el Palacio de los Fortunato la petición de mano, donde se entregó el anillo de compromiso y se acordó la dote.

Como era el deseo de Luciana, su matrimonio se llevaría a cabo al finalizar el verano, así que les quedaban solo dos meses para preparar todo.

Durante la petición de mano, la madre de Luciana podía ver que su hija no mostraba emoción alguna ante ese momento, pero sabía que era solo por el resentimiento que albergaba en contra del hijo de los Burgos y esperaba que los preparativos de la boda y la emoción de una vida junto a su nuevo esposo, le hagan olvidar todo aquello.

Ya había pasado una semana y las mujeres Fortunato fueron a una tienda de modas para solicitar el vestido de novia que usaría Luciana, quien estaba de pie en un escabel, tomándose medidas y eligiendo telas. Al estar un momento a solas, Eleonora habla con su prima sin ser escuchadas por su tía y el resto de primas que le acompañaban.

— Luci, ¿realmente deseas casarte con el Conde?

— Desde que me comprometí, los rumores sobre mí y los Burgos comenzaron a desaparecer. Además, yo no tengo expectativas en el matrimonio, y no me interesa volver a creer en un hombre. Escogí al Conde porque, al menos, me llevo bien con él y es amable, además de que es el único pretendiente que me queda. Pero, al preguntar si realmente quiero este matrimonio, la respuesta es no. Preferiría ser soltera y no someterme a la voluntad de un hombre, pero eso crearía más rumores entre el señor Burgos y yo.

— Ven conmigo a Colombia, deja este lugar y vivamos una nueva vida. No cierres tu corazón a la posibilidad de volver a amar, de esa manera podrás casarte por amor y no por una obligación social.

— Aunque me gustaría decirte que si, yo no podría ir a un sitio tan lejano del mundo que conozco, sin las comodidades a las que estoy habituada, para vivir en tierras salvajes, llena de aborígenes y piratas, estoy segura de que eso me deprimiría más, lo único que me alegraría sería tu presencia, pero estoy segura de que, al encontrar a tu enamorado, tú formarás tu vida y yo seré un estorbo.

— Sabes que eso no es verdad, pero no te forzaré a que tomes esa decisión. Solo deseo que seas feliz.

— Ahora me encuentro en paz y es lo único que importa, sé que te preocupas por mí, pero no lo hagas, ya que yo estoy bien y algo dentro de mí me dice que esto es lo mejor que puedo hacer.

— Tienes razón, debes hacer lo que te dé tranquilidad, pues lo necesitas después de todo lo que has vivido en este último período — Eleonora sonríe de manera triste, puesto que sabía que su prima estaba tan herida, que ya había dejado de batallar para buscar la felicidad y solo se resignaba con una vida calmada y aburrida.

Un Amor Tan EquivocadoWhere stories live. Discover now