Capítulo 34

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El invierno iniciaba y con él llegaban las heladas. Faltaban solo un par de día para la realización del desfile de modas, pero por la mente de Luciana, solo corría la necesidad de acercarse más a su esposo, ya que no dejaba de fantasear situaciones fogosas con él, desde el día en que lo vio en el cuarto de baño.

Esto asustaba a Luciana, creyendo que algo estaba muy mal con ella y que era una inmoral. Pero se logra calmar a sí misma, al comprender que era solamente su instinto primitivo que jugaba con su mente, además que el deseo marital, era algo muy normal y necesario para la procreación. Por otro lado, si tenía intimidad con su esposo, eso estaba bien, puesto que ya estaban casados. Así que continuaba disfrutando de aquellos pensamientos sin sentir culpa.

Una noche, los esposos se encontraban sentados al lado de la chimenea, mientras escuchaban como el viento golpeaba las ventanas y cada quien leía un libro.

Luciana se mantenía pensativa, mirando al Conde que estaba absorto en su lectura. Esta no era la primera vez que lo deseaba de aquella manera, cada vez que él era amable y le regalaba esa calidad sonrisa, ella más lo deseaba, solo que al verlo en el cuarto de baño, había desatado completamente su impulso sexual, la pregunta era ¿Por qué ese hombre le atraía tanto de manera física como emocional? No estaba enamorada, era ridículo creerlo. Quizás la admiración que sentía por él, combinada con el cariño de su amistad, hicieron que su atracción escalara a un siguiente nivel.

— Señorita Luciana ¿Qué ocurre? — Pregunta Maximiliano al levantar la vista.

— Nada. ¿Por qué lo pregunta?

— Porque ha estado un rato mirándome y pienso que quiere hablarme de algo, pero no sabe cómo hacerlo.

— No mi señor. Solo pensaba en el desfile de modas, así que mi mente divaga sobre aquello. Disculpe por molestarlo — respondía ella sonriente.

— Por supuesto que no me molesta. Si necesita contarme algo para aliviar su ansiedad, puede hacerlo.

Maximiliano volvía a su lectura y Luciana creía que él era un encanto, por preocuparse de lo que podía estar incomodándola. Luciana deseaba abusar de aquella dulce ingenuidad que encontraba tan irresistible en el Conde, ya que, pensándolo bien, desde siempre le habían atraído los hombres con actitud inocente.

Ella se levanta del sofá, y camina en dirección hacia un mueble, que tenía una frazada en su interior, la toma, y regresa con ella a su silla. Antes de llegar a su lugar, actúa como si tropezara con la alfombra de la sala, cayendo de bruces, ocupando sus manos para proteger su pecho y no lastimarse el rostro.

No fue necesario fingir un grito de dolor, puesto que Maximiliano había llegado rápidamente donde ella, inclinándose para girarla.

— Señorita Luciana ¿Se encuentra usted bien?

— Creo que me he torcido el tobillo derecho, me duele.

— Permítame revisar.

Rápidamente, él le retira el zapato para observar la lesión.

— No logro ver nada fuera de lugar. Llamaré a un médico

Maximiliano la levantada del suelo de forma ágil, como si fuera una almohada de plumas, con el propósito de recortarla sobre el sofá.

— No mi señor, solo quiero descansar, ¿puede llevarme a nuestro dormitorio? Disculpe que se lo pida, ya que debo pesar demasiado.

— Es muy liviana. No se preocupe, la llevaré a la habitación.

Luciana abrazaba por el cuello a su esposo y apoyaba su mejilla sobre su pecho, ocultando su sonrisa al estar siendo sostenida por él, y sentir aquel delicioso aroma que emanaba desde el cuello de su camisa.

Un Amor Tan EquivocadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora