Capítulo 25

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Cada cierto tiempo, el Conde de Valcáliz salía por las noches y regresaba en la madrugada, varias veces con señales de golpe en el rostro o con los nudillos de las manos heridas. Esto hacía suponer a Luciana que, cada vez que su esposo visitaba el burdel, debía de emborracharse y pelear con algún otro cliente.

Con el paso de los meses, ella cae en cuenta de que las salidas nocturnas de su esposo, estaban completamente relacionadas cuando él se encontraba de mal humor, angustiado o frustrado, y a diferencia del resto de personas, él ocultaba aquellos sentimientos, ocupando estas salidas como una forma de desahogarse, regresando a la mañana siguiente como aquel hombre pacífico y sonriente que siempre solía ser.

Un ejemplo claro de eso, es cuando el Banco Claramonte presentó un problema con un empleado distraído, en donde se traspasaron dineros a una cuenta de ahorros erróneamente, esto trajo muchos problemas al Banco y trabajo excesivo a Maximiliano, quien se quedaba hasta tarde para poder solucionar aquel inconveniente y dar compensación a los afectados. Luciana nunca había visto tan molesto a su esposo, que incluso le daba miedo hablarle, puesto que su rostro cambió completamente a ser alguien sombrío.

Esas noches, acudió repetidamente al burdel. Los criados que le servían, tenían una rutina establecida cada vez que el Conde visitaba aquellos antros, preparándole el baño con agua caliente para cuando él regresaba.

Pero una de aquellas noches, él no regresó a dormir. Luciana estaba preocupada, y a la mañana siguiente, descubre que su esposo, sí se encontraba en casa, pero que se había quedado en otra habitación, en donde era atendido por un médico y una enfermera.

Maximiliano había solicitado que no le vea su esposa, hasta que esté mejor de salud. La angustia de no saber qué era lo que estaba pasando, oprimía el pecho de Luciana, puesto que sentía un cariño sincero por él y deseaba que estuviera bien. Pero la oportunidad de tener noticias de su esposo, llega cuando su padre acude a visitarlo.

— Fue un asalto, lo golpearon y le robaron sus pertenencias — dice Sergio a su hija que lo miraba angustiada.

— Sí, eso ya me lo han dicho. Pero papá, él ha salido con frecuencia a lugares que desconozco, muchas veces regresa con golpes en el rostro y ahora, ni siquiera puedo verle. Tengo miedo, tengo miedo por él, porque es bueno... no merece sufrir — los ojos de Luciana se empañan en lágrimas, pero mordía sus labios para no llorar.

— Él es descuidado, asiste al club de Inversionistas por las noches, pero no sabe beber y se emborracha fácilmente, por eso se tropieza con algún mueble y cae de bruces sobre su rostro.

— Papá, no soy tonta. Él nunca ha llegado con olor a alcohol a la mansión... por favor, dime la verdad.

Sergio da un suspiro y duda hablar de aquello con su hija.

— Es algo que Maximiliano no quiere que sepas.

— Guardaré silencio.

— Ay, pequeña. Tu esposo tiene muchos enemigos, por ser el banquero que muchas veces se niega a prestarles dinero o por manejar sus deudas, ellos buscan el momento para agredirlo cuando visita el club de Inversionistas o cualquier otro club social.

— Pero tienen guardias, ¿cómo permiten que eso ocurra?

— Es que se defiende bien... Oh, si vieras los puñetazos que les da — decía Sergio emocionado al recordar alguna pelea de esas, pero se detiene al ver el rostro de espanto de su hija — ¡Ejem! Pero no ocurre siempre, ya sabes que es pura bondad, no lastimaría a nadie.

Por las insistencias de ella, Sergio ingresa nuevamente en la habitación, con el propósito de convencer a su yerno de ver a Luciana, lo que finalmente accede.

El señor Fortunato se retira del lugar, para dejar al matrimonio a solas. Luciana tenía miedo de lo que se encontraría en aquella habitación y su sorpresa no pudo ocultarse, cuando ve a Maximiliano recostado en la cama, con algunos vendajes en la cabeza, un ojo tapado y el resto del rostro muy inflamado y azulado.

— No quería que me viera así, Señorita Luciana... estoy desfigurado — Trataba de sonreír, pero sus labios hinchados se lo impedían.

La joven estaba sorprendida, que cae de rodillas al lado de la cama, llorando desconsoladamente y tomando una de las manos del Conde. Luciana no podía hablar, sentía mucha lástima al verlo así.

— No es necesario que llore, me repondré.

Maximiliano estaba encariñado al ver a su esposa en aquella actitud. Muchas veces pensaba que él era un estorbo, pero aquello le hacía comprender que ella sentía estima por él.

— Por favor... no siga visitando aquellos lugares.

— No le comprendo.

— No permita que sus enemigos se aprovechen de su bondad. Además, si lo desea, puede traer a alguna señorita a la mansión para pasar la noche con usted, no me opondré. Así no necesitará visitar los burdeles.

Esa aseveración de Luciana sorprende a Maximiliano, quien da una pequeña risita y acaricia aquella mano que lo sostenía.

— Discúlpeme, esto que ha ocurrido, no volverá a pasar. Gracias por su preocupación.

Esa semana, Luciana se dedicó a cuidar de su esposo, sentía que le debía tanto y que, por culpa suya, ahora él comenzó a frecuentar sitios en donde le lastimaban, todo para desahogar sus frustraciones, puesto que ella no era un apoyo, ya que ni siquiera había intentado ser su amiga, pero deseaba serlo, así que coloco toda su voluntad para crear aquella relación de cercanía.

Desde la recuperación del Conde, la amistad con Luciana fue creciendo poco a poco, en donde siempre existía el respeto entre ambos. Maximiliano dejó de hacer aquellas visitas nocturnas con tanta frecuencia, con el propósito de calmar la ansiedad de su esposa, pero que seguía usando como escape ante algún conflicto en su vida.

Ya habían pasado ocho meses desde la boda de los Condes de Valcáliz, y Luciana recibía cartas de su prima Eleonora, quien le narraba que todo en su ciudad era un revuelo, puesto que los indígenas de la zona, mantenían un conflicto por territorios y ya habían quemado varios locales y viviendas, lo que aprovechaban los piratas para saquear y destruir los puntos de vigilancia, transformando su pacífica ciudad, en un campo de batalla. Terminaba comentando Eleonora, que sus padres estaban decidiendo trasladarse a España, hasta que los conflictos cesen y sea conveniente regresar.

Después de esa última carta de Eleonora, Luciana no respondió, puesto que esperaba el regreso de sus primos con sus tíos, estaba segura de que dentro de poco, ellos regresarían, y así, la familia nunca más estaría separada. Pero aquellas buenas noticias nunca llegaron, por el contrario, solo una tragedia se aproximaba.

Una tarde de primavera, el Conde de Valcáliz llega apresuradamente a la mansión para buscar a su esposa, luego de que le llegara una nota urgente de parte de su amigo Sergio.

De camino al palacio Fortunato, Luciana sentía miedo, puesto que Maximiliano, únicamente le había comentado que había llegado a casa de sus padres una carta de carácter urgente desde Colombia.

Al llegar, los Condes ingresan a toda prisa al interior, hasta entrar al salón de lectura donde siempre la familia se encontraba reunida.

El corazón de Luciana se detiene al ver a sus hermanos llorar, abrazados de su madre Emelina, que les consolaba, pero a su vez, ella también tenía los ojos empapados en lágrimas.

— ¿Qué ha pasado? — pregunta atemorizada Luciana.

— Se la llevaron — lloraba Carlota.

— ¿Qué? ¿Qué se llevaron?

— Eleonora — trataba de hablar entre lágrimas Emelina — secuestraron a Eleonora... los indios se la llevaron.

Un Amor Tan EquivocadoWhere stories live. Discover now