Capítulo 15

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Los días pasaban y estos fueron sumando meses. El frío del invierno quedó atrás, para dar paso a los soleados días de primavera. Ahora Eleonora y Luciana tenían 18 años, y sus vidas se mantenían tranquilas, pero a pesar de eso, la relación entre Danilo y Eleonora era tensa, y ahora que habían terminado la escuela, Luciana temía que ella deseara marcharse a las Américas con sus padres y su antiguo amor, puesto que no se imaginaba sola sin su apoyo, pero este anuncio rápidamente llegó. Eleonora avisó que prepararía su viaje de regreso para el mes siguiente, lo que le provocó una profunda tristeza en Luciana, ya que no se imaginaba vivir sin la compañía y el apoyo de su prima.

En aquel tiempo, Luciana fue visitada por sus pretendientes, pero al cabo de dos meses de iniciado el cortejo, el joven Aitor decide abandonar sus intenciones de matrimonio, puesto que no veía un interés en Luciana y prefería cortejar a otra señorita, por lo cual, ahora el Conde de Valcáliz, era su única propuesta.

Por lo general, el Conde le visitaba en el palacio de dos a tres veces por semana, pero ella acudía otras tantas veces a verlo al banco Claramonte, ya que su padre le solicitaba que le entregue cartas con asuntos urgentes que enviaba para su amigo, con el único propósito de que su hija pueda pasar más tiempo con él.

Ese día, la mañana estaba fresca y soleada, con un delicioso aroma en el ambiente a flores. Como era habitual, el banco estaba repleto de clientes, pero Luciana caminaba desidia entre las personas y se dirigía a las zonas de las oficinas, sube la escalera y llega a la zona de gerencia, ya todos le conocían en el lugar y le saludaban sonrientes, levantándose inmediatamente una secretaria para tocar la puerta de la oficina privada del Conde y anunciar.

— Señor, la señorita Fortunato está aquí.

Siempre el anuncio de Luciana era una gran alegría para Maximiliano, algo que su rostro no podía ocultar, a lo que trataba de calmar su emoción para evitar ser tan obvio con ella.

— Gracias, hágale pasar y por favor, traigamos galletas y té.

Al salir la secretaria, Luciana ingresa y es recibida por su pretendiente. Ella le entrega la carta que le pasó su padre y toma asiento en un sofá que estaba cerca de la ventana.

Estas oportunidades, Maximiliano no las desperdiciabas a pesar del trabajo que pudiera tener, charlaban de distintos temas y hacían bromas, les gustaba comentar libros que ambos leían y entre ambos se recomendaban nuevos relatos. Para Luciana le eran agradables las platica con el Conde, sentía por él un cariño de hija a un padre, pero nunca lo había imaginado de alguna manera romántica, ya que eso estaba fuera de su lógica.

— No pude imaginar cómo ilumina mis días cuando le veo, por favor, siéntase en confianza de venir cuando lo desee — comenta el Conde al despedirse.

— Gracias, le esperó el sábado para cenar con mis padres. Que tenga un agradable día.

— También para usted, señorita Luciana — Maximiliano toma de la mano de la joven y deposita un beso sobre sus nudillos.

Cuando le ve marcharse, abre la carta que su amigo le envía con tanta urgencia y las cuales le agradecía en hacerlo.

Estimado Maximiliano

Que tengas un agradable día.

Sergio F.

Luciana caminaba por las calles del centro de la ciudad, puesto que aprovechaba las visitas al banco, para saludar a sus abuelos que tenían su mansión a unas calles. Al doblar en una esquina, se topa de frente con Ana María.

— Señorita Luciana, qué feliz sorpresa.

— Señora Burgo, buenos días — Saluda Luciana, tratando de calmar su nerviosismo pensado que Alberto podía estar cerca, puesto que en ese último periodo volvió a escribir cartas de manera insistente, y en dos oportunidades asistió al palacio de sus padres para poder saludarle, pero con claras intenciones de exigir explicaciones por aceptar el cortejo de sus pretendientes, a lo que ella se excusaba diciendo que se sentía indispuesta y no podía recibirlo.

Un Amor Tan EquivocadoWhere stories live. Discover now