Capítulo 33

4.3K 371 12
                                    

Nuevamente esa noche, Maximiliano se mantenía distante. Ya sabía Luciana que estaba molesto por la visita de Alberto de aquella tarde, pero ya lo conocía y algo que odiaba de él, era ser testarudo y no hablar sobre lo que le molestaba. Pero ella también era orgullosa y no le debía explicaciones cuando no ha hecho nada malo, así que también actúa distante y no le habla durante la cena.

A la mañana siguiente, Luciana seguía actuando de manera ofendida, así que le da un saludo frío a su esposo cuando esté se despide para ir al banco.

Por la tarde, ella se encontraba en su salón privado, esperando la llegada de Maximiliano, ya que debían hablar y aclarar lo que estaba pasando, puesto que era ridículo discutir por Alberto. Pero esto no ocurre, puesto que estaba oscureciendo, y el Conde aún no regresaba.

Ya era de noche, y Luciana seguía preocupada, hasta que le llega una nota de su esposo, donde decía que se encontraba con Ismael y que regresaría tarde. Aquello la enfurece, quedándose despierta para confrontarlo a su llegada, puesto que odiaba pensar que estaría en el burdel con alguna otra mujer, cuando ella lo esperaba en casa.

A pesar de tratar de mantenerse despierta, el sueño la venció.

Nuevamente, al abrir los ojos, ya era de día, y ve como su esposo se había levantado y se acomodaba su chaqueta para salir. No le había sentido llegar, y se preguntaba, si realmente anoche durmió con ella.

- Conde, necesito hablar con usted - dice apresuradamente antes de que salga por la puerta.

- Discúlpeme señorita Luciana, pero me he quedado dormido y ya llego tarde al Banco. Hablaré con usted a mi regreso - responde Maximiliano, al salir por la puerta y cerrarla tras de él.

Lo que había pasado esos días, asustaba a Luciana, pero a la vez le enfurecía.

Después de salir de su tienda, la Condesa se dirige hasta la mansión para esperar a su esposo, pero para su sorpresa, su carruaje ya se encontraba aparcado en la entrada.

- ¿Dónde se encuentra el Conde? - pregunta al Mayordomo que le recibía.

- En su dormitorio, mi señora - responde aquel hombre, con una inclinación de cabeza.

Rápidamente, se dirige al dormitorio principal y abre la puerta, pero no estaba ahí, así que camina con paso firme hasta el cuarto contiguo y abre la puerta, la que cierra rápidamente.

El Conde de Valcáliz se encontraba en el interior de aquel cuarto tomando un baño, sin advertir de que alguien había abierto la puerta.

En la fugaz visión que pudo tener Luciana, no podía creer lo que sus ojos habían visto y pensaba que solo fue su imaginación. Pero la curiosidad era mucho mayor que su vergüenza, así que abre nuevamente y de manera silenciosa, espía al hombre desnudo que se había levantado de la tina y ahora usaba una mullida toalla para secar su cuerpo.

La joven abría mucho los ojos y contenía su respiración al mirar por aquella rendija que daba la puerta. No era su imaginación, era completamente real y no lo podía creer.

El cuerpo de Maximiliano, era esbelto y fornido, con músculos bien desmarcados desde su cuello hasta sus piernas, dignos de un atleta. La mente de Luciana seguía jugando con ella, era como si la cabeza del Conde, fuera trasplantada al cuerpo de la escultura del David de Miguel Ángel, pero, ¿Por qué un banquero tenía un cuerpo como ese? No importaba cuántas preguntas se hiciera, aun así, no lo entendía. Pero, lo más relevante ahora, era enterarse de que siempre estuvo al lado de un hombre que tenía un cuerpo completamente sensual, lo que le hizo aumentar su temperatura, dejando su rostro rojo, sintiendo como su corazón golpeaba con fuerza en su pecho y retumbaba en sus oídos.

Un Amor Tan EquivocadoWhere stories live. Discover now