Capítulo 48

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Era temprano por la mañana, pero los Condes se mantenían en la cama, ya que habían avisado que ese día, no irían a trabajar, puesto que debían aclarar muchas cosas entre ellos.

Maximiliano le contaba a Luciana sobre su compromiso arreglado con su primera esposa.

— Estaba asustado y no quería casarme con la Condesa, puesto que solo era un chiquillo, así que un día escapé, cuando debía de acudir a la casa de mi prometida para visitarle. Vague todo ese día, hasta que llegue a un bar mugriento y pedí algo de comer y un trago. De un momento a otro, algunos borrachos comenzaron a pelear y todos se unieron, igual yo, deseaba desquitarse con alguien por mi maldita suerte — Maximiliano comienza a reír a carcajadas al recordar — golpee a cuanto borracho se me cruzaba, creo que incluso le pegue al cantinero cuando fue a imponer orden, y a pesar de que recibía puñetazos, eso aumentaba mi euforia, lo que me hacía estar alegre y olvide mis problemas.

— Tus padres debieron de estar furiosos al saber que fuiste a buscar pleitos.

— Ellos pensaron que me habían robado, porque llegué con los ojos en tinta, y casi no los podía abrir. Pero lo más importante, es que había nacido esa pasión en mí. Luego fui al coliseo a ver boxeo, hasta que un día pregunté a uno de los organizadores sobre cómo participar, y me dio el dato de un entrenador. A la mañana siguiente fui con un hombre llamado Óscar Benavides, que tenía un gimnasio en donde entrenaba a hombres que deseaban practicar boxeo y estuve bastante tiempo con él, hasta el día en que me casé con la Condesa. Cuando él se enteró de que era un noble, me expulsó del gimnasio, ya que no deseaba tener problemas.

— Debió ser muy triste para ti.

— Lo fue. Mi vida era muy deprimente el primer año de matrimonio con Alma, si bien, ella era buena, yo no le quería, me desagradaba su compañía, odiaba esta mansión y detestaba el trabajo en el Banco. Hasta que conocí a Ismael.

Maximiliano le contaba sobre su entrenador, que era un boxeador retirado. Él entrenaba a jovencitos en su gimnasio y no le importaba quien fuera, puesto que solo deseaba encontrar a alguien que sobresaliera y le hiciera ganar dinero, ya que era un deporte muy lucrativo.

A pesar de que la anterior Condesa de Valcáliz odiaba esa afición de su joven esposo, no se lo impidió, puesto que era la única actividad que realmente le gustaba realizar y gracias a eso, se había vuelto en alguien sonriente y dócil.

— Tu padre, lo conocí en las peleas. Si bien nos habíamos saludado anteriormente en reuniones sociales, nuestra relación partió en el coliseo, se acercó a mí después de uno de mis combates. Él estaba sorprendido de que un noble participará en esto y comenzó a invitarme a su palacio para hablar de boxeo.

Los primeros años del Conde en el cuadrilátero no fueron precisamente gloriosos, y ya Ismael había decidido no seguir llevándolo a las demostraciones competitivas, puesto que perdía dinero por cada derrota. Maximiliano, había comenzado a pagar por su participación, para evitar dejar las competencias, pero ya la Condesa le prohibió seguir gastando dinero en aquellos asuntos, puesto que eran grandes sumas que se perdían. Ese fue el momento en que Sergio Fortunato decide ser el patrocinador del Conde de Valcáliz y lo que terminó volviendo a su amistad tan grande hasta el día de hoy.

Luciana al escuchar esas historias, reía y podía calzar las piezas del rompecabezas que era la vida de su esposo.

— Ahora entiendo por qué desde niña te veía con tantos golpes en el rostro.

— No digas eso, suena depravado el saber que te conocía desde que eras una pequeña.

— Recuerda cuando me subía a tus piernas y saltaba encima de ellas diciendo "Tío Conde, ¿Me das más caramelos?" — volvía a carcajear Luciana.

— Deja de decir eso, me haces sentir más viejo aún.

— Puede ser, pero golpeas como un toro, jajaja... Pedro, el cochero, asegura que eres uno de los mejores boxeadores y que ya nadie puede derrotarte.

— Es mentira, no soy tan bueno como cree.

— Yo opino que sí. Maximiliano, aunque no me guste, sigue practicando boxeo y ve a tus peleas, si eso te hace feliz. Pero, pero favor, que no sean tan seguidas, temo que te lastimen, además que he escuchado que muchos hombres mueren por los golpes...

— Ya he decidido dejarlo. Ahora debo preocuparme de ti y de la familia que tendremos

Luciana abraza nuevamente a su esposo, acurrucándose en la cama y apoyando la mejilla en su pecho.

— Mi amor, ¿qué haremos con respecto a Alberto? Las damas me aconsejaron que tú deberías denunciarlo a las autoridades por acoso.

— Hmmm... no creo que sea una buena idea hacer público aquel tema, eso traería nuevamente los odiosos chismes de la gente.

— Pero él sigue insistiendo y me agota escucharle, puesto que siempre pide una oportunidad.

— ¿Tú opinas que lo sigue haciendo porque tiene esperanzas de crear una vida junto a ti?

— Creo que lo hace porque quiere solo a un amante. Siento tanta lástima por Ana María, ella piensa que su esposo es bueno y que le quiere.

— Tal vez si le quiere, pero también espera encontrar una aventura. Luciana, siempre tuve ganas de decir lo que pienso al respecto, pero nunca lo dije por respeto a ti.

— Dilo

— Solo creo que él te busca para tener algo discreto, cuando desees dejarle, él amenazara con decirlo e incluso podría extorsionar para pedir dinero. Perdona por decir algo como eso, quizás opino muy mal porque le detesto tanto.

— Yo también pienso algo muy similar a lo que me dices, pero creo que lo hace, porque no está bien de la cabeza. — Luciana se sienta en la cama y acomoda las sábanas — Pero, si no lo reportamos a la policía, ¿Qué podemos hacer?

— Déjamelo a mí, tengo una solución para que deje de fastidiarnos.

— ¿Lo golpearás?

— No pensaba en eso. ¿Quieres que lo haga?

— Por supuesto que no. Eres un caballero, no ensucies tus manos con él.

— Te aseguro que no me molestaría hacerlo.

— Estoy segura de que para ti eso sería algo muy satisfactorio.

Ambos comienzan a reír, levantándose de la cama para solicitar el desayuno.

***

Luciana había enviado una nota a Alberto, para reunirse con él en la mansión Valcáliz la tarde de un viernes, a lo que él acude gustoso a su encuentro, esperando a que ella, al fin se decidiera en retomar su romance de juventud.

Con un ramo de flores y la sortija de compromiso en el bolsillo, Alberto era acompañado por un criado que le lleva por los pasillos de la mansión, hasta el salón en donde ella le estaba esperando.

— Alberto, que alegría es verte — Saluda Luciana sonriente, al abrir la puerta cuando el criado toca.

— Para mí también lo es. Mi corazón saltó de alegría al recibir tu nota. — Alberto le entrega el ramo de lilas con una mirada cariñosa.

— Pero no debió molestarse. — reía de manera alegre, sosteniendo el ramo y acercándolo para sentir esa exquisita fragancia.

— Sé que son tus favoritas, por eso has llamado Malva a la tienda.

— Tienes razón, adoro ese color. Por favor pasa.

Cuando ingresan al salón, Alberto se queda estático por la impresión, al ver que en aquel lugar se encontraba Ana María y el Conde de Valcáliz, sentados en los confortables sofás, comiendo galletas y bebiendo el té, sonriéndole y saludándolo al verlo llegar. Ya pronosticaba, que no saldría nada bueno de esto, y no sabía cuál era el propósito de Luciana haciendo que todos se encuentren ahí.

Un Amor Tan EquivocadoOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz