Capítulo 27

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Como se había presupuestado, el banco entregó los lingotes de oro a los Fortunato, y ellos lo enviaron en tres barcos mercantes distintos, escondidos en cajas donde se transportaban vajillas, telas o muebles, con la custodia de soldados vestidos de civiles, para no levantar sospechas.

Luciana había decidido abandonar su vida de pereza que le hacía tener días de aburrimiento, así que acompañaba a su esposo al banco y le pedía hacer algún trabajo, pero aquello también le aburría, lo bueno de todo eso, es que ya no estaba encerrada en aquella mansión que la estaba deprimiendo.

Al compartir más tiempo con Maximiliano, descubre que no sabía nada del hombre con quien vivía, e incluso lo consideraba extraño y misterioso, ya que se levantaba muy temprano por las mañanas, los días en que no debía acudir a trabajar, para correr por los jardines o saltar de un lado a otro como un niño al jugar. Los días de trabajo normal, no siempre regresaba a casa, sino que visitaba a Ismael de dos a tres veces por semana, al retornar, siempre llegaba desaliñado y los sirvientes le tenían preparado el baño con agua caliente de manera puntual.

Un día calmado de primavera, Luciana se encontraba en la oficina principal del Banco Claramonte junto a su esposo, que se mantenía concentrado en algunos informes, pero dejándolos de lado, para caminar en dirección hacia la ventana, y mirar las calles de la avenida principal, jugando con una manzana entre sus manos, que le ayudaba a liberar el cansancio mental por su trabajo matemático.

A la Condesa de Valcáliz, se le había dispuesto un escritorio en aquella oficina, en donde ayudaba a organizar informes en orden alfabético, sobre las cuentas de los clientes. Ese trabajo le daba mucho tiempo libre, así que había vuelto a dibujar vestidos con su toque personal en moda. Volver a hacer ese antiguo pasatiempo que había abandonado desde que estaba en la Escuela, le traía diversión como en aquel entonces y la dejaba absorta en sus pensamientos.

Ella levanta la mirada para ver como el Conde observaba detenidamente por la ventana, algo que había captado su atención y que lo dejaba pensativo. Verlo de manera silenciosa, hacía que Luciana descubriera más detalles de su apariencia que siempre había pasado por alto, como su semblante varonil y mirada profunda, con unas tímidas canas que aparecían por sus patillas y algunas arrugas que nacían por fruncir el ceño, lo que le daba un aire de madurez, que le hacía verse apuesto, ya qué no negaría que lo encontraba atractivo, aunque no sabía desde cuándo comenzó a verlo así.

— Señor, ¿Qué es lo que le ha llamado tanto la atención? — pregunta sonriente Luciana.

— Al señor Burgos. Está sentado al otro lado de la calle mirando la puerta de entrada del Banco.

Aquello sorprende a Luciana, ruborizándose y bajando la cabeza.

— No sé por qué está ahí ese señor.

— Él continuamente está rondando el banco, lo hace desde que viene a verme, y sé que le aborda cuando se marcha para hablar con usted.

— Yo no hablo con él — Luciana da un suspiro, puesto que temía que su esposo pueda crear malos entendidos — Es verdad que se me acerca para hablar, pero yo no le respondo, no quiero que me vean con él y regresen las murmuraciones.

— Sé que usted no le dirige la palabra y confío en lo que está diciéndome. Pero, si debe tratar algún asunto con él, puede charlar en privado en la mansión, no me opondré, solo pido discreción.

Aquella actitud complaciente del Conde molesta a Luciana, esperaba que estuviera celoso por ver a Alberto o saber que le hablaba en la calle, pero en cambio, estaba tranquilamente ofreciéndole su apoyo para verse a solas.

— Señor, quería hacerle una pregunta hace tiempo.

— Dígame

— ¿Por qué se ha casado conmigo?

Un Amor Tan EquivocadoWhere stories live. Discover now