Capítulo 17

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Esa mañana, en el Palacio Fortunato, los Burgos, padre e hijo, estaban en el despacho de Sergio Fortunato, esperando una sanción por el comportamiento de Alberto de la noche anterior.

El señor Fortunato se acerca a la ventana y abre las cortinas, descubriendo el gran ventanal que daba a los patios de la entrada.

— Quiero que me digan que ven aquí — dice Sergio enfurecido.

— El patio de la entrada de su palacio — responde el señor Burgos con una actitud complaciente.

— ¿Logran ver algún carruaje afuera?

— Solo el nuestro, señor Fortunato.

— Exacto. Cuando mi hija y su prima debutaron en sociedad, este gran espacio de estacionamiento estaba repleto de carruajes que se agolpaban para dejar a los pretendientes de las jóvenes. Ahora está vacío, por culpa de tu hijo y esa explosión de estupidez que arrastró a mi hija a que ahora no tenga quien le pretenda. — Sergio da un golpe en la mesa tan furioso que hace caer algunos papeles que estaban ahí.

— Disculpe, señor Fortunato, mi hijo fue reprendido severamente y algo como esto no volverá a pasar, se lo aseguro.

— No me asegure nada Burgos, que ya le había advertido a este mocoso que se alejará de mi hija, ya que no es la primera vez que la ronda con intensiones que no son dignas de un cristiano. Ya no tengo nada más que hablar con ustedes.

Sergio se sienta y saca un gran libro en donde se encontraba la nómina del club de Inversionistas, tomando una pluma y humedeciéndolo en la tinta.

— ¿Qué va a hacer, señor Fortunato? — pregunta el señor Burgos asustado.

— Están expulsados del club de Inversionistas.

— No señor, por favor, tenga compasión. El muchacho jamás se acercará a la señorita Luciana. Por esta imprudencia, no nos castigue con nuestros negocios, que nos ha sido tan difícil salir de la crisis financiera por la que pasamos.

Es sabido que el Club de Inversionistas, era para crear buenos tratados de negocios entre vendedores y compradores, pero a su vez, estaba relacionado con temas valóricos y morales. El ser expulsado del club, significaba la ruina para una familia, ya que se dejaba el estigma de no ser confiables para entablar relaciones comerciales, haciendo que el resto de Inversionistas decidan alejarse de quienes tengan tan mala reputación, para así evitar que esas relaciones les arrastren también a ellos.

— Su hijo me obliga, no tengo nada en tu contra Diego y lamento que tengas un hijo como este, pero me obligaron a hacerlo.

— Se lo suplico, por lo que más quiera, apiádese de nosotros, denos otro castigo, pero no esté — Burgos juntaba sus manos en forma de súplica y arrugada la frente ante la angustia, estaba pálido y comenzó a sudar, sin controlar el temblor.

Al ver en aquella condición a su padre, Alberto decide intervenir, a pesar de que le había advertido de que no hablara.

— Señor Fortunato, soy el responsable de todo lo que ha ocurrido, si debe castigar a alguien, hágalo conmigo, pero no se desquite con mi padre que no tiene culpa de mis errores.

— Debiste de pensar en eso antes, ahora es tarde para cambiar mi parecer, ya que esto, no cambiará la imagen que has manchado de Luciana.

— Es verdad, eso no lo cambiará, pero muchas veces la desesperación nos hace reaccionar de manera incorrecta para luego arrepentirnos cuando ya es muy tarde.

— Pero eso ya no basta — Sergio da un suspiro y mira al hombre que aún tenía una mirada suplicante. Era verdad que era injusto culpar a un padre por los errores de un hijo — Está bien Diego, no te expulsaré.

— Gracias, muchas gracias. Esta gentileza no la olvidaré. — dice el señor Burgos aliviado por aquello.

— Este joven ¿Es tu único hijo? — pregunta Sergio ya sin mirar a Alberto.

— Así es, señor.

— Es una lástima — Sergio tacha el nombre de Alberto Burgos del listado de los miembros del Club de Inversionistas — Él está expulsado del club. Está más decir que, tiene prohibido ingresar a las celebraciones, reuniones o eventos del club. Además, tiene prohibido el ingreso a este palacio y cualquier fiesta que se realice a nuestro nombre.

El señor Burgos baja la cabeza, ya que para Alberto le sería muy difícil abrirse camino en el mundo de los negocios después de esto. Vuelve a levantar la vista, pero ya no podía suplicar por su hijo, puesto que era un castigo justo.

— Te recomiendo Diego, que por el bien de tus aserraderos, los dejes en manos de tu nuera y que sea la cara visible de continuidad después de ti. Enséñale el manejo, para así proteger a los aserraderos de algún castigo social, y que hable conmigo para que ingrese al Club, de esa manera, puedes asegurar el futuro de tu empresa, aunque tu heredero sea tu hijo y maneje todo desde las sombras.

El señor Burgos asiente con la cabeza, sin ocultar su pesar, luego hace una inclinación de cabeza para retirarse del lugar.

A pesar del castigo impuesto, Alberto miraba en todas direcciones en esa mansión mientras caminaba a la salida, esperando ver a Luciana, para sentir que ella aún estaba ahí esperándolo, pero no la ve y esto le deja una sensación de abandono.

Luciana miraba desde la ventana del segundo piso, como Alberto y su padre se marchaban. Se había arruinado sus esperanzas de escapar de su recuerdo, ya que nadie deseaba cortejarla y no tenía opciones que elegir, puesto que estaba segura de que hasta el Conde de Valcáliz le rechazaría, puesto que nadie quería tener una esposa que tuviera amoríos con un hombre casado.

Eleonora decidió posponer su viaje de retorno a Colombia, para apoyar a su prima, debido a que ahora la situación se volvió tensa y su futuro para buscar un esposo se había arruinado.

A pesar del escándalo el día de la festividad del club de Inversionistas, el Conde de Valcáliz mantenía aún su cortejo y entregó todo su apoyo a la familia, ya que comprendía que Luciana solo fue la víctima en todo esto y no le juzgaba, tampoco pidió explicaciones, puesto que, gracias a aquel incidente, ahora él se mantenía como su único pretendiente, como si fuera una ayuda enviada del cielo.

Un Amor Tan EquivocadoWhere stories live. Discover now