Capitulo 2

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ANTES DE

María José y Lucca
O cómo enamorarse para después
romperse en mil pedazos.

Nunca fui de las de madrugar. Pero mi odio a la brillante luz matutina se agudizó durante el instituto, los sábados a las ocho y diez de la mañana.

A esa hora, mi padre llamaba a mi puerta como un reloj y me decía: «El autobús sale en treinta minutos», aunque no se trataba de ningún «autobús», sino de su Volvo, y no me llevaba precisamente al instituto, sino a la librería familiar.

Garzòn Books había sido fundada por el tío de mi padre en los años sesenta, en el mismo lugar en el que seguía: en la zona norte de Great Road, en Acton, Massachusetts.
Y de alguna manera eso significó que, tan pronto como cumplí la edad legal para trabajar, tuve que ponerme a atender a los clientes algunos días entre semana, después de clase, y todos los sábados.

Me tocaba ir los sábados porque Vale prefería los domingos. El verano anterior, mi hermana había ahorrado todo el sueldo que ganaba en la librería y se había comprado un Jeep Cherokee azul marino.

La única vez que había subido a su todoterreno fue la noche del día en el que se lo había comprado, cuando, encantada de la vida como estaba en ese momento, me invitó a un helado en Kimball’s Farm. Pedimos una tarrina de medio litro de chocolate para nuestros padres y dejamos que se derritiera mientras nos sentábamos en el capó de su coche y nos comíamos nuestros respectivos helados, completamente relajadas bajo el agradable aire cálido nocturno.

Nos quejamos de la librería y de la costumbre que tenía nuestra madre de poner queso parmesano en las patatas. Vale me confesó que había probado la marihuana y yo prometí no contar nada a nuestros padres. Luego me preguntó si ya había besado a alguien y yo me giré y miré a otro lado porque tenía miedo de que pudiera leer la respuesta en mi cara.

—No pasa nada —me dijo—. La mayoría de la gente no se da su primer beso hasta que no llega al instituto. —En ese momento, Vale llevaba unos pantalones cortos verde aceituna y una camisa azul marino, así como dos cadenas de oro que caían por su clavícula hasta su escote. Mi hermana nunca se abrochaba las camisas del todo. Siempre las llevaba con un botón más abierto de lo normal.

—Sí —comenté yo—. Lo sé.

Pero fui perfectamente consciente de que ella no había dicho: «Yo no me di mi primer beso hasta que no fui al instituto», que era justo lo que estaba deseando oír. Me daba igual no ser como los demás.
Lo que me preocupaba era no ser como ella.

—Verás cómo todo mejora ahora que vas a ir al instituto —dijo Vale mientras tiraba lo que le quedaba de su helado de menta con chocolate—. Confía en mí.

En aquel momento, esa noche, me habría creído cualquier cosa que me dijera.
Pero también era cierto que esa noche supuso una excepción en la relación que mantenía con mi hermana. Fue uno de esos momentos raros entre dos familiares que se limitaban a coexistir.
Cuando empecé mi primer año de instituto y ambas coincidimos en el mismo edificio, nos dedicamos a cruzarnos en los pasillos del centro durante el día y en los de casa por la noche, como si fuéramos dos enemigos durante una tregua.
Así que imaginaros mi sorpresa cuando ese sábado, durante la primavera de mi primer curso de instituto, me despertaron a las ocho y diez de la mañana y descubrí que no tenía que ir a trabajar a la librería.

—Vale te va a llevar a comprar unos vaqueros nuevos —anunció mi madre.

—¿Hoy? —Me senté en la cama y me froté los ojos, preguntándome si eso significaba que podía dormir un poco más.

The Two Loves Of My Life (Adaptación Caché)Where stories live. Discover now