Capitulo 14

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DESPUÉS

Ambas

O cómo poner todo lo que amas en riesgo.

Estoy tumbada en la cama junto a Calle, mirando al techo. Nuestro gato gris, Mozart, está acostado a mis pies. Homero, su hermano, es blanco y negro y nunca sale de su rincón del salón, debajo del piano, salvo para comer.

Son casi las nueve de la mañana de un miércoles, uno de mis días libres, el día que Calle no tiene que ir a la escuela hasta las once. En mañanas como estas me hago la ilusión de que desayunaremos juntas, pero Calle siempre se despierta en el último segundo. Este curso hemos desayunado juntas exactamente cero miércoles. Ahora mismo, Calle está dormida profundamente a mi lado.

Hace siete semanas que supe que Lucca estaba vivo. Nuestra primera conversación fue breve y, debido a precauciones relacionadas con su bienestar, el contacto ha sido limitado. Su madre, Francine, se ha encargado de mantenerme al tanto de todo lo relacionado con él por correo electrónico.

Lo único que sé es que ha corrido el riesgo de sufrir trastornos metabólicos por el síndrome de realimentación y complicaciones por hipoglucemia.

Los médicos no le han dado el alta hasta ayer.

Lo que significa que Lucca vuelve a casa mañana.

Cuando se lo comuniqué a Calle anoche me dijo:

—De acuerdo. ¿Cómo te sientes?

Fui completamente sincera con ella.

—No tengo ni idea.

Ahora mismo estoy muy confundida. De hecho, estoy tan confundida que ni siquiera sé lo confundida que estoy.

Lo que Calle y yo tenemos es... amor. Un amor puro, simple y verdadero.

Pero yo ya no me siento pura, nada me parece simple y ya no estoy segura de lo que es verdad o no.

—¿Qué estás pensando? —me pregunta Calle.

La miro.

Ni siquiera me he dado cuenta de que ya se ha despertado.

—¡Oh! —Vuelvo a mirar el techo—. En realidad, en nada. En nada y en todo.

—¿En Lucca? —quiere saber.

—Sí, supongo que sí.

Calle traga saliva y, en silencio, se da la vuelta, se levanta y se va al baño.

Oigo cómo abre el grifo y luego el agua empieza a correr mientras se lava los dientes. También oigo el familiar sonido de la ducha. Mi teléfono suena y echo un vistazo a la mesita para ver quién es. No reconozco el número. Debería dejar que salte el buzón de voz, pero no lo hago. Últimamente no soporto perderme una sola llamada.

—¿Hola?

—¿Es usted María José Lerner? —Es la voz de una mujer joven.

—Soy María José Garzón—la corrijo—. Pero sí, soy yo.

—Señora... —La mujer vacila—. Señorita Garzón, me llamo Elizabeth Ivan. Trabajo en Beacon.

Cierro los ojos y me maldigo por haber respondido.

—¿Sí?

—Estamos haciendo un reportaje sobre el rescate de Lucca Lerner de Acton.

—Ajá.

—Y queríamos brindarle la oportunidad de poder participar en él.

Me pongo a negar con la cabeza, como si ella pudiera captar mis gestos no verbales.

—Lo siento, pero creo que prefiero no hacer ningún comentario al respecto.

—¿Está segura? Los Lerner van a colaborar con nosotros.

—Sí —respondo—. Estoy segura. No me siento cómoda con esto, pero le agradezco mucho la oportunidad.

—¿Está...?

—Gracias, señorita Ivan. Que tenga un buen día.

Cuelgo antes de que pueda responder. Apago el móvil, me aseguro de que no esté operativo y me desplomo sobre las almohadas, tapándome la cara con las manos. Me pregunto si alguna vez volveré a sentir una única emoción en la vida.

Porque últimamente siento una mezcla de felicidad y miedo, alegría y tristeza, culpa y admisión.

No es solo felicidad. Solo miedo. Solo alegría o solo culpa.

El sonido ensordecedor en el que se ha sumido la habitación implica que solo puedo concentrarme en el agua que sale de la ducha del baño. Pienso en el vapor que se está acumulando.

En lo calentito que se tiene que estar ahí dentro.

Pienso en lo reconfortante y relajante que puede ser una ducha. Pienso en Calle. En el aspecto que tiene cuando se moja. Pienso en el agua caliente corriendo por sus hombros. Unos hombros que subieron mi pesado y enorme escritorio durante cuatro tramos de escaleras cuando nos vinimos a vivir juntas. Unos hombros que trajeron dos cajas de libros mientras bromeaba conmigo, pidiéndome que dejara de acumular libros, sabiendo que eso nunca sucedería.

Calle es mi vida. Mi nueva, hermosa, maravillosa y mágica vida. Salgo de la cama y abro la puerta del baño. Está tan lleno de vaho como me imaginaba. El espejo está demasiado empañado como para que pueda ver mi reflejo cuando me quito la camiseta y me deshago de mi ropa interior.

Pero sé que, si pudiera verme, contemplaría a una mujer baja, castaña, en la treintena y con cuerpo en forma de pera y un grupo de pecas debajo del ojo derecho.

Aparto un poco la cortina de la ducha y entro. Calle abre los ojos. Me doy cuenta de que se siente aliviada al verme. Me abraza con fuerza. El calor de su piel me envuelve, tal y como sabría qué pasaría.

Apoya la barbilla en mi hombro.

—Sé que ahora mismo todo es muy complicado —me dice—. Haré todo lo que quieras. Solo... necesito saber en qué estás pensando.

—Te quiero —digo en sus hombros mientras el agua caliente me golpea en la cara y me pega el pelo a la frente—. Te quiero tanto...

—Lo sé. —Después se separa de mí y se vuelve hacia el agua.

Se enjuaga el champú del pelo.

Miro su espalda. Tomo el jabón y esparzo la espuma en mis manos.

Luego le enjabono los hombros, la espalda. Paso las manos por delante de ella y hago lo mismo con su abdomen. Mientras el agua la limpia toda, apoyo la mejilla en su espalda y la abrazo por detrás. Si pudiera, me pegaría a ella.

Llevo tres noches soñando con lo mismo: con las dos atadas a una cuerda con tanta fuerza que no podemos escapar. Sueño con nudos imposibles de desenredar. Con una cuerda tan gruesa que no se puede cortar.

Calle estira los brazos y apoya las manos en la pared. Y entonces me dice:

—Solo... Solo te pido un favor.

—Lo que sea.

—No te quedes conmigo si prefieres estar con él. No me hagas eso.

Sé exactamente lo que significan mis sueños, la cuerda y los nudos. Uno no se ata a nada, a menos que tenga miedo a salir flotando.

The Two Loves Of My Life (Adaptación Caché)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora