Capitulo 7

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Francine y Joe volaron a Los Ángeles y se quedaron a dormir en mi apartamento. Mis padres reservaron una habitación en un hotel cercano, pero pasaron cada minuto del día conmigo.

Francine no dejaba de decir que no entendía por qué no hablaban del suceso en los medios de todo el país, por qué no habían movilizado un equipo de rescate nacional.

Joe siempre le respondía que todos los días se estrellaban helicópteros. Y lo decía como si fueran buenas noticias, como si eso significara que había un protocolo a seguir para momentos como ese.

—Lo encontrarán —repetía él una y otra vez—. Si hay alguien capaz de aguantar nadando hasta ponerse a salvo, ese es nuestro hijo.

Intenté mantener la calma todo lo que pude. Abracé a Francine mientras lloraba desconsolada en mis brazos. Le dije, tal y como había hecho su marido, que solo era cuestión de tiempo que nos llamaran para decirnos que estaba bien.

Mi madre preparó guisos que yo repartía y servía a Francine y a Joe mientras les decía cosas como:
«Tenemos que comer». Aunque
yo nunca lo hice.

Lloré cuando no había nadie cerca y apenas podía mirarme en el espejo, pero seguía convenciendo a todo el mundo de que pronto encontrarían a Lucca.
Entonces encontraron una hélice del helicóptero en la costa de la isla de Adak. Y la mochila de Lucca. Y el cadáver del piloto.
Y la llamada que habíamos estado esperando llegó.
Pero no con lo noticia que deseábamos.

No habían encontrado a Lucca.
Le daban por muerto.
Cuando colgué el teléfono, Francine se derrumbó. Joe se quedó paralizado. Mis padres me miraron, estupefactos.

—Eso es una locura —dije yo—. Lucca no ha muerto. Él no haría eso.

Francine tuvo unos ataques de pánico tan intensos que Joe la llevó de vuelta a casa y la ingresó en el hospital.

Mis padres se quedaron conmigo y durmieron en un colchón inflable a los pies de mi cama, observando todos mis movimientos. Les aseguré que tenía todo bajo control. Estaba convencida de que lo tenía.

Pasé tres días andando por la casa aturdida, esperando que sonara el teléfono, que alguien más llamara y me dijera que la primera llamada había sido un error.

Esa segunda llamada nunca llegó. Aunque mi móvil no dejó de sonar, con gente que quería comprobar que estaba bien.
Hasta que un día me llamó Vale y me dijo que había dejado a Mike a cargo de la librería y que había comprado un billete de avión para venir a verme.

Estaba demasiado entumecida para decidir si quería tenerla cerca o no.
El día que llegó mi hermana, me desperté por la tarde y descubrí que mi madre había ido al mercado y mi padre la había recogido en el aeropuerto. Era la primera vez que me quedaba sola en lo que me parecía una eternidad.
Hacía buen día. No quería quedarme más tiempo en casa. Pero tampoco quería salir. Me vestí y pedí a los vecinos si me podían dejar su escalera para limpiar los canalones.
En realidad no tenía la intención de limpiar nada. Solo quería estar de pie, alejada del suelo, sin la protección de paredes, techos y suelo. Quería estar lo suficientemente alto como para matarme si me caía. Que no es lo mismo que querer morir.
Subí a la azotea y me quedé allí, con los ojos inyectados en sangre. Miré al frente, contemplando las copas de los árboles y las ventanas de los rascacielos. Aquello no consiguió que me sintiera mejor que en casa. Pero tampoco me sentí peor. Así me quedé allí.
De pie, mirando. Mirando cualquier cosa que no me hiciera querer acurrucarme en posición fetal y desaparecer.
Y entonces lo vi. Un atisbo entre dos edificios, tan distante que apenas era perceptible…

El océano.

Quizá Lucca está en el agua, pensé. Puede que esté nadando.
Que esté construyendo una balsa para volver a casa.
La esperanza a la que me aferré en ese momento no era amable ni liberadora. Más bien era cruel. Como si el mundo me estuviera ofreciendo la cuerda suficiente para colgarme.
Bajé de la azotea y me puse a buscar entre las cosas de Lucca.
En su armario, en la cómoda y en su escritorio, antes de encontrarlos.
Unos prismáticos.
Volví a la azotea y me coloqué justo delante de la pequeña franja en la que podía divisar el mar, mirando a través de ellos. Y esperé.
No disfruté de la vista. No encontré la paz y tranquilidad que buscaba. No me deleité en mi soledad.
Solo buscaba a Lucca.

The Two Loves Of My Life (Adaptación Caché)Where stories live. Discover now