Capitulo 19

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Cuando aparco en el camino de entrada de la casa de mis padres, son casi las dos de la madrugada. La luz del porche está encendida, como si estuvieran esperándome, pero sé que está así todas las noches. Mi padre cree que ahuyenta a los ladrones.
No quiero despertarlos, así que mi plan es entrar de puntillas en la casa y saludarlos por la mañana.
Apago el motor y recojo mis cosas. Nada más salir del coche, me doy cuenta de que no me he traído ningún zapato, excepto las botas que llevo puestas. Creo que tendré que usarlas durante un tiempo.
Y me recuerdo a mí misma que «un tiempo» no significa para siempre.
Cierro la puerta del coche muy despacio, para hacer el menor ruido posible. Ando suavemente hasta la parte de atrás de la casa.
Mis padres nunca cierran la puerta trasera y sé que no chirría tanto como la de la entrada.
Cuando giro el pomo solo suena un ligero clic y abro la puerta lo suficiente para poder acceder al interior. Y entonces estoy dentro.

En casa.

Despejado.

Voy hacia la mesa del desayuno y me hago con un trozo de papel y un bolígrafo. Escribo una nota a mis padres para decirles que estoy aquí. Cuando termino, me quito las botas para no hacer ruido al andar en el suelo de la cocina y las dejo junto a la puerta trasera.
Cruzo la cocina de puntillas y el salón hacia el pasillo. Cuando entro en mi dormitorio, abro la puerta sigilosamente.
No me atrevo a encender la luz. Ahora que he llegado tan lejos, no lo voy a echar a perder.
Me siento en el borde de la cama, me quito los pantalones y la camisa. Busco a tientas en la bolsa de viaje algo que ponerme como pijama. Pillo una camiseta y un par de pantalones cortos y me los pongo.
Voy a oscuras hasta el baño que mi habitación siempre ha compartido con la de Vale. Palpo el lavabo hasta que encuentro el grifo y abro el agua. Mientras me lavo los dientes, empiezo a preguntarme si no habría sido mejor despertar a mis padres, llamándoles por teléfono o tocando el timbre de la entrada. Pero en el momento en que me lavo la cara, me doy cuenta de que no quiero despertarlos porque no me apetece hablar de nada de esto. Así que entrar a hurtadillas ha sido mi única opción. Si tu hija se presenta en
tu casa a las dos de la mañana, justo la noche del mismo día en que regresa su marido, está claro que vas a querer hablar de eso con ella.
Vuelvo a mi habitación, lista para meterme en la cama. Pero tan pronto como me dispongo a taparme con las mantas, me doy un golpe en la cabeza con la lámpara de lectura.

—¡Ay! —me quejo sin poder evitarlo.

Al instante pongo los ojos en blanco. Sabía que la maldita lámpara estaba ahí. Durante unos segundos, me preocupa haber delatado mi presencia, pero la casa permanece en silencio.
Me froto la cabeza y me meto bajo las mantas, en esta ocasión esquivando la lámpara, como recuerdo que tengo que hacer.
Miro por la ventana y veo la casa de Vale un poco más debajo en la misma calle. Todas las luces están apagadas, así que me imagino que ella, Mike y las niñas deben de estar durmiendo.
Me sobresalto cuando una luz cegadora se enciende y veo a mi padre en ropa interior con un bate de béisbol.

—¡Oh, Dios mío! —grito, acurrucándome en la cama, lo más lejos de él posible.

—¡Oh! —exclama mi padre, bajando el bate muy despacio—. ¡Pero si eres tú!

—¡Por supuesto que soy yo! —le digo—. ¿Qué se supone que ibas a hacer con eso?

—¡Dar una paliza al ladrón que había entrado en mi casa! ¡Eso es lo que iba a hacer!

Mi madre entra corriendo con unos pantalones de pijama a cuadros y una camiseta con un lema que pone: «Lee un libro que esté de p#ta madre». Sin duda se trata de un regalo de mi padre que mi madre se niega a ponerse fuera de casa.

—Poché, ¿qué estás haciendo aquí?—pregunta—. Nos has dado un susto de muerte.

—¡Os he dejado una nota en la mesa de la cocina!

The Two Loves Of My Life (Adaptación Caché)Where stories live. Discover now