Capitulo 18

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Son poco más de las ocho cuando entro en el aparcamiento de mi edificio.

Me cierro el abrigo cuando salgo. El viento es más fuerte y la temperatura cae cuando el sol se pone. Aun así, puedo sentir la brisa y el aire frío en los hombros y el cuello. Me apresuro hacia el edificio.

Accedo al ascensor. Aprieto el botón de la quinta planta. Observo cómo las puertas se cierran y también cierro los ojos. Cuando me pregunte qué ha pasado hoy, ¿qué le digo? ¿Cómo puedo decirle la verdad si ni siquiera sé cuál es? Estoy tan sumida en mis propios pensamientos que me sobresalto cuando el ascensor suena y se abren las puertas.

Y ahí, en medio del pasillo, justo enfrente de nuestra puerta, está Calle.

Tan guapa, tan amable, tan hundida y rota.

—¡Has vuelto! —me dice—. Me ha parecido ver tu coche aparcado cuando estaba sacando la basura, pero no estaba segura. Yo... te llamé antes, unas cuantas veces, pero no he tenido noticias tuyas, así que no sabía si ibas a venir a casa.

Calle no sabía si iba a venir a casa.

Tiene los ojos rojos. Ha estado llorando. Y debe de creer que, si finge estar lo suficientemente alegre, no me daré cuenta.

—Lo siento. —La abrazo y siento que se apoya en mí. Se nota que está aliviada—. Perdí la noción del tiempo.

Vamos a nuestro apartamento. En cuanto abro la puerta me llega el olor a sopa de tomate.

Calle hace la sopa de tomate más rica del mundo. Es ligera, dulce y perfectamente condimentada. Voy a la cocina y veo que tiene todos los ingredientes necesarios para hacer sándwiches de queso a la parrilla, incluido cheddar vegano porque estoy convencida de que me he vuelto intolerante a la lactosa.

—¡Oh, Dios mío! —Me emociono—. ¿Estás haciendo sopa de tomate y sándwiches de queso para cenar?

—Sí —responde ella, intentando actuar con calma y haciendo un esfuerzo considerable para parecer despreocupada—. Como hoy hace frío, he pensado que estaría bien.

Va hacia la tabla de cortar y empieza a montar los sándwiches. Mientras tanto, dejo el bolso en la mesa y me siento en la encimera. Miro cómo derrite el queso con cuidado, cómo unta la mantequilla en el pan. Abro la cremallera de mis botas y las dejo cerca de la puerta. Me fijo en que le tiemblan un poco las manos. Tiene el gesto contraído, como si le estuviera costando mucho comportarse como si no pasara nada. Me duele verla así, saber que se está esforzando tanto por mantener la compostura, que está intentando ser comprensiva, paciente y segura de sí misma, cuando lo que siente es precisamente lo contrario. Está ahí de pie, poniendo la sartén en el fuego, tratando de fingir que no le está destrozando por dentro el hecho de que hoy haya visto a mi (¿ex?) marido. No puedo seguir haciéndole eso.

—Podemos hablar —le digo.

Me mira.

Mozart entra en la cocina y se da la vuelta enseguida, como si supiera que no es un buen momento para quedarse. Veo cómo se mete debajo del piano, junto a Homero.

Tomo la mano de Calle.

—Podemos hablar de cualquier cosa que te esté pasando por la cabeza; puedes preguntarme todo lo que quieras. Esto también te concierne.

Calle aparta la mirada y luego hace un gesto de asentimiento. Apaga el fogón.

—Adelante. Cualquier cosa que quieras saber. Solo pregúntamela. No pasa nada. Vamos a ser sinceras y todo va a ir bien. —En realidad no sé a qué me refiero con que todo va a ir bien.

Se vuelve hacia mí.

—¿Cómo está Lucca? —pregunta.

—¡Oh! —Me sorprende que su primera pregunta sea sobre el bienestar de Lucca.

The Two Loves Of My Life (Adaptación Caché)Where stories live. Discover now