Capitulo 22

775 65 37
                                    

La cabaña de la familia de Lucca.
Nunca pensé que volvería a este lugar.
Pero aquí estoy.
Son las dos de la mañana. Las carreteras para llegar aquí estaban tan vacías, que parece que estamos entrando en un pueblo fantasma.
La cabaña, una casa con una forma extraña que se parece más a un chalé grande, es pintoresca y acogedora, revestida de madera, con grandes ventanas y una terraza que se extiende alrededor de toda la fachada. Da la sensación de que empezó siendo una casita pequeña a la que luego se le han ido añadiendo un sinfín de ampliaciones.
No hay ni una luz encendida en la propiedad, así que Lucca no apaga los faros del coche mientras sacamos nuestro equipaje.
Agarro mi bolsa del viaje y Lucca coge algunas cosas del maletero. Después, nos dirigimos a la puerta de entrada.

—¿Tienes frío? —pregunta mientras busca la llave—. Encenderé la chimenea en cuanto entremos.

—Buena idea.

La llave gira y la cerradura hace un clic, pero la puerta se atasca un poco y Lucca tiene que empujarla con el hombro para abrirla.

Cuando por fin lo consigue, lo primero que percibo es el familiar olor a madera.
Lucca entra, enciende todas las luces y la calefacción antes de que me dé tiempo a dejar mis cosas.

—Ponte cómoda, voy a apagar las luces del coche.

Asiento y me froto las manos, intentando entrar en calor. Echo un vistazo a mi alrededor, a la chimenea de piedra, a los muebles, a las mantas de lana que cubren casi todos los sillones. La barra está llena de botellas de licor medio vacías. Las escaleras de madera son tan viejas que crujen con solo mirarlas.
No hay ni una sola cosa en este lugar que me sorprenda, nada que no recuerde, salvo que soy una persona completamente diferente a la última vez que estuve aquí.

Ahora entiendo un poco cómo ha debido de sentirse Lucca al regresar a casa. Y también la reacción que tuvo en casa de mis padres; lo raro que es que algunas cosas no cambien nada, y otras tanto.
Lucca vuelve y cierra la puerta.

—Hará más calor aquí dentro de unos minutos —comenta—. Aunque no hace falta decir que hace años que no me paso por aquí.

—La última vez que estuvimos fue en…

—Nuestra boda —termina él por mí.

Sonrío al recordarlo. Él también. Después de la fiesta, pasamos la noche en el hostal, así que la última vez que pisamos este lugar fue cuando hicimos el amor (él con esmoquin y yo con mi vestido de novia) en la encimera de la cocina que tengo justo a mi izquierda.
En ese momento me pareció de lo más romántico. Ahora, me da un poco de vergüenza que tuviéramos sexo en la cocina. ¡Ahí es donde la gente prepara la comida! ¿En qué estábamos pensando?

—¿Cómo va ese fuego? —pregunto.

—¡Me pongo a ello! —Lucca se acerca a la chimenea. Está vacía, llena de polvo y con una pila de viejos troncos al lado. Veo cómo se mueve. Cómo elige los troncos. Cómo los coloca dentro del hogar. Cómo enciende una cerilla. —¿Estás cansada? —me pregunta—. ¿Quieres irte a la cama?

—No —respondo, negando con la cabeza—. Por extraño que parezca, no tengo sueño. ¿Y tú?

Hace un gesto con la mano.

—No voy precisamente con la zona estándar del este.

—Cierto —digo.

Lucca va hacia la barra.

—¿Te apetece una copa de vino?

—¿Tienes ginebra?

—¡Oh, vaya! —dice—. Ginebra entonces.

Me sirve un vaso de Hendrick’s y otro para él. Me siento y pillo la manta que cuelga del respaldo del sofá.
Lucca se agacha detrás de la barra y saca una bandeja de hielo del congelador. Después golpea con fuerza la cubitera sobre la encimera para que caigan los cubitos.

The Two Loves Of My Life (Adaptación Caché)Where stories live. Discover now