Capitulo 23

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Velas en la mesa. Pinot gris en los vasos. Pan caliente que he ido desmenuzando sobre el mantel beige.
Y una langosta muy pequeña, y muy cara, en la mesa. Porque diciembre no es precisamente la temporada alta del producto.

—¿Qué estamos haciendo? —me pregunta Lucca. Lo tengo sentado enfrente. Lleva una camisa larga y unos chinos grises. Yo, un suéter rojo y unos vaqueros negros. Ninguno de los dos va vestido como corresponde a un lugar como este. Hasta el maître ha vacilado a la hora de ofrecernos una mesa.

—No lo sé. Parecía una buena idea, pero empiezo a pensar que…

Lucca se levanta de la silla y deja la servilleta sobre la mesa.

—Vamos —me dice.

—¿Ahora? —También me pongo de pie.

Veo cómo se saca unos cuantos billetes del bolsillo y deja una cantidad razonable debajo de su copa de vino. No tiene tarjeta de crédito, ni cuenta bancaria, ni ningún documento de identidad.
Seguro que Francine le dio ese dinero y le aseguró que ella se haría cargo de todo lo que necesitara.

—Sí —afirma Lucca—. La vida es demasiado corta como para pasársela en algún restaurante, bebiendo un vino que nos da igual y comiendo una langosta que no nos gusta.

Tiene roda la razón.

Vamos corriendo hacia el coche. Me apresuro a ocupar el asiento del copiloto y cierro la puerta a toda prisa. Me froto las manos.
Muevo los pies. Pero nada de eso consigue que entre en calor.

—¡Aquí el viento es horrible! —dice Lucca mientras enciende el motor. Me he ofrecido a conducir todas las veces que he ido en el coche con él, pero me ha ignorado en cada ocasión.

—Todavía tengo hambre —le informo.

—Y la noche es joven.

—¿Qué te parece si nos pasamos por ese italiano y pillamos alguna ensalada o bocadillos para llevar?

Lucca asiente y sale del aparcamiento.

—Me parece perfecto.

Las carreteras son oscuras y sinuosas y, por la forma en que se balancean los árboles, se nota que el viento sigue arreciando. Lucca se detiene despacio en el aparcamiento improvisado del restaurante y apaga el motor, aunque deja la calefacción puesta.

—Quédate —dice—. Vuelvo enseguida. —Sale del coche antes
de que me dé tiempo a responder.

En la silenciosa oscuridad del vehículo, tengo un momento a solas y lo aprovecho para revisar el teléfono.

Correos electrónicos del trabajo. Cupones. Mensajes de Vale y Gonzi preguntando cómo estoy. Abro algunos de los correos y me sorprendo al leer uno que me ha mandado Tina:

Queridos Juan Carlos, Martha y María José:

Os escribo con todo el dolor de mi corazón para deciros que tengo que renunciar a mi puesto de trabajo. Mi marido y yo hemos decidido vender nuestra casa y comprarnos un apartamento en las afueras de Central Square.
Por desgracia, eso significa que tengo que dejar Garzòn Books. Por supuesto, puedo cumplir con el preaviso de dos semanas.
Muchas gracias por darme la oportunidad de trabajar en vuestra maravillosa librería. Ha significado mucho para mí.

Con cariño,
Tina

Hemos tenido encargados antes que ella, y siempre he sabido que vendrían otros después. Pero me cuesta imaginar que la transición vaya a ser fácil cuando se vaya. Mis padres tienen pensado jubilarse del todo en los próximos meses y eso significa que, en un futuro, todo el peso de la librería caerá sobre mis espaldas (y solo sobre mis espaldas). Cualquier otro día, sabría cómo poner esto en perspectiva, pero ahora mismo, lo único que puedo hacer es ignorarlo. Archivo el correo y paso al siguiente mensaje que tengo en la bandeja de entrada. Enseguida me doy cuenta de que es del lugar donde vamos a celebrar la boda.

The Two Loves Of My Life (Adaptación Caché)Where stories live. Discover now