Capitulo 9

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Podría haber comenzado recibiendo clases de piano. Pero decidí lanzarme al vacío. Quería tener algo que hacer con las manos cuando estuviera en casa. Y era el piano, o cocinar. Y, bueno, cocinar me pareció la opción con la que más se ensuciaba.

Así que encontré una tienda de instrumentos de segunda mano en Watertown y conduje hasta allí un domingo por la tarde.
Cuando abrí las puertas y entré en la tienda, sonaron unas campanillas. Luego estas se cerraron detrás de mí. El interior olía a cuero y estaba lleno de filas de guitarras. Encontré una revista y me puse a mirarla durante un minuto, sin estar segura de lo que estaba buscando.

De pronto, empecé a sentirme incómoda y completamente fuera de lugar. No sabía qué preguntar, ni a quién.
Y allí parada, rodeada de un saxo, trompetas y una serie de instrumentos de los que ni siquiera conocía el nombre, me di cuenta de que no pintaba nada en ese sitio. Estuve a punto de darme por vencida, dar media vuelta y regresar a casa. Me alejé de las revistas y choqué con dos tambores de bronce, que emitieron un sonoro tañido metálico cuando golpearon entre sí por accidente. Los
enderecé y miré a mi alrededor para asegurarme de que nadie me hubiera visto.
Había una vendedora a unos pocos metros. Me miró y sonrió.
Le devolví la sonrisa con timidez y me volví hacia las revistas de nuevo.

—Hola —me saludó la vendedora, que acababa de colocarse a mi lado—. ¿Eres timbalera?.

La miré y ambas nos reconocimos al instante.

—¿Calle? —dije.

—Maria José Garzón… —Estaba perpleja.

—¡Oh, Dios mío! Daniela Calle. No te… Hacía años que no te veía…

—Sí, diez años. Puede que más —repuso ella—. ¡Vaya! Estás… estás genial.

—Gracias —dije—. Tú también.

—¿Cómo están tus padres?

—Bien. Muy bien.

Me quedé callada un instante y la miré, sorprendida por lo mucho que había cambiado. Intenté recordar si sus ojos siempre habían sido tan impresionantes. Eran de un color avellana cálido y parecían amables y llenos de paciencia, como si lo vieran todo con compasión. O quizá solo estaba proyectando el recuerdo que tenía de ella en su cara.
Pero no me cabía duda de que se había convertido en una mujer atractiva. Tenía el rostro un poco más anguloso, lo que le daba más personalidad.
Me di cuenta de que la estaba mirando más de lo debido.

—¿Ahora tocas el timbal? —preguntó.

La miré como si me estuviera hablando en chino.

—¿Qué?.

Hizo un gesto hacia los tambores de bronce que tenía detrás de mí.

—Te he visto cerca de los timbales. He pensado que quizásbhabías empezado a tocarlos.

—¡Oh! No, no —indiqué—. Ya me conoces. No toco nada. Bueno, salvo cuando nos enseñaron a tocar María tenía un corderito con la flauta, pero no creo que eso cuente.

Calle se rio.

—No es lo mismo que el timbal, pero sí que cuenta.

—No todo el mundo sabe tocar tropecientos instrumentos o los que sea que dominas —dije—. Eran seis, ¿verdad?

Calle esbozó una sonrisa tímida.

—Aprendí unos pocos más después de eso. Aunque la mayoría a nivel amateur.

—Y yo solo la flauta dulce. ¡Oh! —exclamé al recordar de pronto —. ¡También toqué los platillos de dedo en el recital de fin de curso de cuarto de primaria! ¡Así que ya son dos!

The Two Loves Of My Life (Adaptación Caché)Where stories live. Discover now