Capítulo 3- Familia

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Una pequeña aldea, alejada de la zona de residencia de los clanes principales, era víctima frecuente de robos de almas, muertes inexplicables o la súbita aparición de aterradores cadáveres furiosos.

A uno de los asustados aldeanos se le había ocurrido que podían buscar a un cultivador errante, que se había hecho famoso por ayudar a todo el que lo necesitara, sin preocuparse de si pertenecían o no al mundo de la cultivación.

Por desgracia, ese cultivador era muy difícil de localizar: se tejían muchas historias acerca de él, y ya no se sabía qué era verdad y qué mentira. Los pocos que lo habían visto luchar, decían que usaba una mezcla de técnica de espada y misteriosos talismanes dibujados en trozos de papel, que lo hacían prácticamente invencible.

Nadie podía hablar con él: cuando lograba acabar con las amenazas, se marchaba sin esperar siquiera un «gracias». Pero a pesar de lo difícil que iba a ser encontrarlo, los aldeanos salieron a preguntar por él en los pueblos vecinos. Pasado el tiempo, y a pesar de todo su esfuerzo, no habían podido obtener ningún indicio sobre su paradero. 

Un día, un hombre vestido con una túnica negra, llevando a un niño en brazos y cargando con una hermosa espada a sus espaldas, entró a la aldea. Nadie sabía el nombre de ese cultivador, pero los aldeanos se dieron cuenta de que era el que habían estado buscando, porque logró eliminar todas las amenazas a su aldea. Agradecidos, los aldeanos trataron de ayudarlo con el niño, que parecía estar un poco enfermo. El hombre, que también estaba herido y cansado, se instaló entre ellos, transformándose en su defensor.

Había una pequeña y casi desarmada choza vacía, que había pertenecido a una familia asesinada por un grupo de cadáveres furiosos, y que el cultivador ocupó. Algunos hombres de la aldea lo ayudaron a arreglarla, y una buena mujer del pueblo, que sabía de medicina, contribuyó con sus cuidados para que tanto el niño como él recobraran la salud. El cultivador nunca les dijo su nombre, pero le contó a la mujer que el niño se llamaba SiZhui. 

Después de que mejoró, SiZhui se transformó en un niñito alegre y amoroso con su padre, que lo miraba con sus ojos color ámbar llenos de afecto, aunque a veces se cruzaba en ellos una nube de tristeza.

—Seguro que la madre del niño murió, y por eso su padre está tan triste...

—Él no quiere decir su nombre, y nos pidió que no le digamos a nadie que está aquí… Debe tener enemigos poderosos...

—Eso no importa. Él nos ayudó mucho, y nosotros debemos ayudarlo también.

La gente de la aldea, a pesar de no saber quién era, cerró filas alrededor de Lan WangJi y de SiZhui, decididos a que nadie los encontrara.

                          ***

Lan WangJi se encontraba en su choza, leyéndole en voz alta a SiZhui. Un chico, apenas adolescente, entró corriendo sin anunciarse y le hizo una rápida reverencia:

—¡Maestro, maestro...! —gritó. El niño se sobresaltó, y el cultivador miró con desagrado al recién llegado:

—¿Qué pasa, Yin Pei? ¿Has olvidado tu educación?

—¡Lo siento, Maestro! ¡Es que desde la torre de vigilancia del norte nos llegó una señal de peligro!

Después de que la aldea se pacificó, Lan WangJi le había recomendado al jefe local que hiciera poner torres de vigilancia en cada una de las dos entradas, con vigías permanentes para mantenerlos alertas y estar preparados ante las visitas indeseadas. Después de varios meses de tranquilidad, esa era la primera vez que uno de los vigías daba la voz de alarma.

Lan WangJi se levantó de un salto, tomó su espada y corrió hacia la entrada norte. Escondido tras los muros, pudo ver a un pequeño grupo de cultivadores que venían, volando sobre sus espadas, rumbo a la aldea: eran XiChen y Huaisang, junto con unos pocos hombres vestidos con uniformes de la secta Qinghe Nie.

—¿Los conoces, Maestro? —le preguntó uno de los aldeanos: los nudillos del cultivador se habían puesto blancos, apretando su espada.

—No. No sé quienes son… —respondió WangJi, con un mal disimulado temblor en la voz.

                         ***

—Zewu Jun, ¿ésa es la aldea en donde lograron eliminar a los cadáveres furiosos? —preguntó Nie Huaisang.

El grupo de cultivadores había volado por el costado de la aldea, y se habían escondido en un pequeño monte al costado del camino, al sur del poblado.

—Sí, es esa, Huaisang. Ahora vamos a quedarnos aquí, para ver los movimientos de este camino. Seguramente nos vieron, así que vamos a esperar a que se calmen…

La idea de Lan XiChen era dejar pasar unos días, y mandar a uno de los soldados de la secta Nie, disfrazado de campesino, a investigar en la aldea. Pero no tuvo tiempo: esa noche dormitaba con la espalda apoyada contra un árbol, mientras el resto de sus compañeros descansaba, cuando un torbellino negro entró al monte, haciendo explotar varios talismanes con tanto poder, que todos los Nie, incluído el aterrorizado Huaisang, salieron corriendo y se perdieron por el camino.

XiChen, sorprendido por ese hombre de túnica negra y cara cubierta, que blandía dos talismanes en sus manos, no se movió de la posición en la que estaba, y preguntó:

—¿Así que tú eres el cultivador que protege la aldea? ¿Por qué nos atacas, si nosotros solo estamos de paso?

No obtuvo ninguna respuesta a su pregunta: solo una mano, de afilados dedos, le señaló el camino por donde se habían ido los Nie, en un claro gesto de que también se fuera.

Lan XiChen observó con incredulidad la cara cubierta de su atacante:

—¿En serio crees que puedes engañar a tu hermano mayor, WangJi?

Negro sobre blanco (Mo Dao Zu Shi)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora