Capítulo 6- Nuevos rumbos

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Lan WangJi se asombró cuando llegó con los suyos al patio central de la residencia: a pesar del abandono, el lugar estaba en perfecto orden. Parecía como si la gente de la secta se hubiera ido en paz de ese sitio, dejandolo intacto. Ni siquiera habían entrado ladrones.

—Maestro, recuerde que la gente cree que este lugar está maldito. Tal vez nadie se atrevió a robarlo...

El razonamiento de Yin Pei era lógico, pero el cultivador sabía que mucha gente no respetaba a los muertos ni le hacía caso a las maldiciones.

—Algo está mal… —Lan WangJi se dio media vuelta, con la intención de irse, pero Yin Pei lo tomó de un brazo:

—¡Maestro, recuerda que ya no tenemos a dónde ir…! —exclamó, antes de darse cuenta de la intensa mirada del cultivador observando su mano, que aún lo sujetaba—. ¡Oh, perdón! —Apenado, lo soltó enseguida, y bajó la vista con un poco de miedo.

Lan WangJi odiaba que lo tocaran: solo aceptaba la cercanía y los abrazos de su hijo, pero nadie más podía acercarse a él. Con expresión fría, volvió a entrar a la casa: ese lugar no le daba confianza. Deseaba irse, pero temía por la salud de SiZhui, que era demasiado débil para hacer un viaje tan largo.

—Limpia una de las habitaciones para pasar la noche —le ordenó a Yin Pei—. Mañana seguiremos viaje.

                         ***

La luna llena brillaba, alta en el cielo. La paz de la residencia era casi sobrenatural: Lan WangJi, sentado sobre uno de los techos, meditaba, alerta ante el profundo y sospechoso silencio.

—¡Maestro! —El grito de Yin Pei, desde la oscuridad del piso del patio, sobresaltó al cultivador—. ¿Dónde estás?

El muchacho, demasiado molesto y escandaloso para su tranquila personalidad, se salvaba de que Lan WangJi no lo devolviera a su aldea por una sola razón: con él no se sentía tan solo. Desde abajo, el chico dio unos saltitos mientras lo saludaba con las manos, cuando lo vio sobre el techo:

—¿Necesitas algo, Maestro? Ya me voy a dormir.

—Sí, tengo que hablar contigo —respondió WangJi. Yin Pei se quedó mirándolo, admirado, mientras el cultivador se bajaba del techo con un elegante salto, y se paraba a su lado—. Hay algo que tú no sabes…

Lan WangJi le contó toda su historia: su nombre, quién era su hijo, y por qué estaba huyendo de su clan. Pero, para su asombro, el muchacho ya sabía quienes eran SiZhui y él:

—Lo siento, Maestro… Lan WangJi… Los cultivadores que acompañaban a tu hermano entraron como espías a la aldea, y me vieron contigo.  Un día me interceptaron —le confesó—. Tu hermano habló conmigo. Me pidió que te cuidara bien…

—¿Le hablaste de SiZhui?

—¡No, Maestro! —exclamó Yin Pei—. Él nunca lo nombró. Supuse que no sabía de su existencia…

—¿Y qué más te dijo?

—Nada más... Quiso darme unas piezas de plata para que las guardara para ti, pero preferí no aceptarlas… ¿Hice bien?

Lan WangJi lo observó, y el chico bajó la mirada. Seguro de que aún ocultaba algo, pero que no se lo iba a decir, le respondió:

—Sí, hiciste bien. Ahora vete a dormir; mañana nos vamos de aquí.

—¡Pero, Maestro…! —protestó el muchacho—, este lugar está bastante bien... ¿No te gustaría quedarte unos días, y descansar antes de seguir viaje?

«No sé por qué insiste tanto en que me quede aquí… tal vez éste sea otro de los trucos de mi hermano», pensó WangJi. Pero su hijo, profundamente dormido en una de las habitaciones, estaba agotado por el viaje, y él sabía que aún estaba delicado. Temió hacerle daño por su capricho: 

—Déjame pensarlo, Yin Pei… Vete a dormir.

                          ***

La biblioteca de la residencia del clan desaparecido era enorme, y estaba muy bien abastecida de libros. Lan WangJi meditaba en ese lugar que le recordaba un poco a la sala de libros de Descanso en las Nubes. A su lado, sentado en el piso y rodeado de un montón de papeles, SiZhui intentaba copiar un gran caracter que su padre había escrito para él. Sus pequeños dedos y una de sus regordetas mejillas tenían manchas de tinta, y el cultivador, con una leve sonrisa, observó, orgulloso, la concentración del niño. A pesar de haber perdido la memoria después de su enfermedad, SiZhui era muy inteligente: después de un par de errores, copió la letra con una caligrafía bastante buena para su edad.

—¿Está bien, papá? —Los ojos del niño estaban llenos de orgullo, mientras levantaba el papel para que su padre viera su trabajo.

—Sí, muy bien… ¿Quieres que escriba otra letra para ti?

Pero el niño parecía cansado, e intentó restregar sus ojos con las manos llenas de tinta. Lan WangJi lo sujetó a tiempo y lo limpió, mientras el niño bostezaba frente a su rostro.

—Maestro Lan… SiZhui ha trabajado demasiado.  Debe comer y dormir su siesta… —Yin Pei entró, alegre, a la biblioteca, llevando una bandeja con dos tazones de comida—, y tú también debes alimentarte.

Lan WangJi y SiZhui se habían acostumbrado a la cocina del pueblo, suave pero sabrosa, muy diferente a la de la secta Lan. El pequeño comió con apetito mientras observaba a Yin Pei con una sonrisa, pero sin poder hablarle, ya que su padre conservaba aún las costumbres que había aprendido desde niño, y no lo dejaba hablar en la mesa. El muchacho le hacía caras graciosas cuando su padre no lo miraba, y el pequeño apenas podía contener la risa.

El cultivador sentía algo cálido cuando veía la alegría de su hijo: aunque SiZhui no tenía la sangre de Wei Ying, a veces le parecía ver su risa en la del niño, y a pesar de su rígida educación, hacía de cuenta que no veía los intentos de Yin Pei para hacerlo reír a escondidas.

Negro sobre blanco (Mo Dao Zu Shi)Where stories live. Discover now