4. Rhaenyra

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La filosa mirada de la princesa rebotaba entre los lores, esos que no disimulaban el asco por el aspecto de su padre. Su sangre hervía y su aroma evidenciaba la mezcla entre enojo y tristeza; se sentía tan impotente no solo por el cinismo de los lores, sino por la enfermedad que ahora le robaba la melena platinada al rey.

La princesa Rhaenyra fácilmente podía confundir a los lores como esas despreciables carroñeras que vuelan sobre las fosas comunes, porque sostenían su atención sobre el rey Viserys por la expectativa de presenciar su muerte. Se sabía que lores como Jason Lannister aguardaban a la mínima oportunidad para ascender y acercar su casa al trono; ignorando el deber que acompañaba dicho poder.

La casa Targaryen debía permanecer junta, fuerte y sólida; el recordatorio de la profecía de la "Canción de Hielo y Fuego" se lo exigía.

Sin embargo, le costaba mantener su promesa. La reina Alicent procuraba alejarla de sus hermanos. Y no tenía derecho, ella no llevaba la sangre del dragón. Se lo había gritado cuando la encontró recriminándole a Aemond por su negativa de ir una temporada con su abuelo Otto a HighTower; y a pesar de que lo mejor para ella y sus propios hijos era que se quedara callada, no se arrepentía de haberle remarcado que -por ser la madre de los príncipes o la misma reina- no la ponía por encima del linaje de Los Targaryen.

Ella debía servirles a sus hermanos como una madre amorosa, que supiera consolar el vacío que tristemente el rey Viserys deja con su poco interés por interferir en la vida de los príncipes.

Rhaenyra estaba firme de ello, de ahí que la notoria furia en los ojos de Alicent no le intimidara. Proteger a Aemond no fue un error, tampoco permitir que se refugiara en su regazo. Era su hermano, su sangre. Por lo que, la princesa no dudó en sonreírle de lado a la reina como respuesta, una beta no se impondría a una omega Targaryen. Alicent hizo una mueca, se excusó con un fuerte tosido del rey para terminar con el consejo y despedir a los lores.

—Padre, me permite unos segundos. —La princesa Rhaenyra se levantó rápido para interceptar al rey y la reina. Tomó la mano de su padre con delicadeza, el rey Viserys sonrió por la calidez del agarre de su bella hija.

—El rey está cansado, princesa. Debe regresar a su alcoba.

—Puedo esperar. —El rey contradijo a Alicent, empezaba a disgustarle la manera en que su reina también intentaba apartarlo de su hija -del único y más puro recuerdo que le quedaba de su gran amor por su reina Aemma. —. Si mi niña desea hablar conmigo, mis males pueden darme tregua.

—Es usted un rey generoso.

—Solo un padre atento. —La reina Alicent se apartó molesta, Rhaenyra quiso creer que era por el recelo de que sus hijos no tenían esas consideraciones. Lo que desaprobaba, su padre debía estar para sus cinco hijos.

—De acuerdo con esa atención, me gustaría pedirle su aprobación de poder compartir lo que reste de esta tarde con mis hermanos. —La reina Alicent volvió con ellas, sorprendida por la petición de Rhaenyra. —. Sé que la presentación de Aegon será pronto, por lo que quisiera que la sangre de dragón se fortalezca.

El rey Viserys mostró una sonrisa de oreja a oreja, su débil aroma evidencia su felicidad. —No necesitas mi aprobación para compartir con tus hermanos, son sangre de mi sangre.

—También la mía. —La reina Alicent desafió, enojando al rey Viserys.

El alfa no confiaba en su paciencia, la misma que amenazaba con acabarse. Porque su hija procuraba mantener su familia unida, mientras que su esposa no. Ideas para forzar a Alicent a aceptarse nuevamente llegaban noche tras noche, se decidió por una gracias a su reunión con el maestre Marel.

LEGÍTIMO DERECHO [LUCEMOND]Where stories live. Discover now