36. Daemon

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La delicada mano de su esposa recayó sobre la suya, las unió en un fuerte agarre y con su silencio, lo acompañó a presenciar la belleza de la noche. El príncipe Daemon calmó la inquietud de su lobo para centrarse en su omega, en lo hermosa que se veía con la luz de la luna reflejándola. Suspiró lentamente, sus ojos violetas la contemplaban fijamente. Estaba convencido de que si ella le pedía renunciar a sus títulos y volverse en un bardo que narrara su majestuosidad, no necesitaría más que una sonrisa suya como pago para sus presentaciones. Porque el poder que su futura reina tenía sobre él era inmenso e intenso, no conocía límites. Podía entregarle su vida y la del resto del mundo si así lo deseaba, la princesa Rhaenyra era su adoración.

Negar que había caído en ese sentimiento que alguna vez juró no vivir sería en vano, su corazón le pertenecía a la futura reina al igual que cada uno de sus suspiros. Daemon Targaryen estaba perdidamente enamorado de su esposa, de sus sonrisas, del brillo que luce en esos preciosos ojos cada vez que siente a su niña moverse en su vientre. Amaba cada virtud y defecto de su futura reina, que su mayor deseo era tenerla sentada en ese trono de hierro para que los infames que la merodeaban se rindieran ante su divinidad.

Que, acariciando con su otra mano el vientre de su amada esposa, el príncipe Daemon aceptaba abiertamente su predisposición para caer de rodillas ante ella las veces que le demandase, porque era de ella ahora y siempre. La media sonrisa que le dedicó era genuina y de esas pocas que se le escapaba, su pequeña y tan esperada Visenya demandó la atención de sus padres. Ambos se la dieron, llevando sus manos en la esquina inferior del vientre de la princesa Rhaenyra para esperar otro de los intentos de su hija no nata. Se tardó unos segundos, pero ahí estaba. Los dos príncipes Targaryen se sonrieron, estaba su ilusión de volver a ser padres -de experimentar ese amor tan puro y sincero, por sentir maravilla sensación que era tener a alguien tan frágil en sus brazos y que a su vez, representaba a ese amor tan intenso que compartían.

Cuando sus miradas se encontraron y sus frentes chocaron, reconocieron nuevamente su juramento de arder juntos. El príncipe Daemon no permitiría que la muerte lo separase de su amada esposa, ni de sus cachorros. Eran suyos para amar, proteger y cuidar. Que Hermana Oscura siempre lo acompañaba, preparada para seguir reclamando la vida de quien se atreva a intentar dañarlos. Ya se había llevado un par en la excursión que tuvo en las calles de Kings Landing, arrancó las lenguas de esos incautos que lanzaron acusaciones contra los príncipes Velaryon. Mas, sospechaba que era insuficiente.

Siempre sería insuficiente si recordaba a sus hijos como esos cachorros que encontró en las cabellerizas; abrazados los unos a los otros, rendidos ante el desgastante dolor y miedo a ser olvidados.

Eran sangre de su sangre, una parte de su amada esposa y de sus más grandes razones para ser feliz. Su corazón los recelaba, temiendo que no estuvieran a salvo de la propia y bien conocida codicia del trono de hierro.

El príncipe Daemon junto a su esposa fueron golpeados por un fuerte viento, producto del vuelo de dos dragones. Alzaron sus cabezos y divisaron el rastro de Vermax con Sunfyre, el alfa gruñó en respuesta. Su hijo Jacaerys estaba sobre su dragón, compartiendo ese lazo tan especial con el que consideraba de los más indignos de los vástagos de la reina Alicent. Su aroma agave se intensificó, demostrando ese enojo mezclado con impotencia de no poder mantener alejado a la infame descendencia Hightower de los suyos. No confiaba en ellos, no cuando sabía de la influencia de Otto Hightower sobre ellos.

—Nuestros hijos no corren peligro, Daemon. —La princesa Rhaenyra rompió el silencio en el que estaban. Lo picoso del aroma de su esposo era una clara advertencia, también muestra de la lucha interna que sufría. —. No con ellos.

El alfa tomó aire con pesadez. No quería aseverar que su esposa compartía la misma debilidad que su hermano Viserys, mas la plena confianza que les daba a esos Hightower le exasperaba.

LEGÍTIMO DERECHO [LUCEMOND]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora