Especial [Un diario, un solo nombre y dueño]

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—Aegon. —La voz del príncipe Jacaerys tembló, al igual que sus piernas. Su corazón latía con fuerza, sus manos sudaban nerviosas y su omega se desataba dentro de él. No era capaz de moverse ni apartar su mirada celeste del príncipe platinado.

Temía que al cerrar los ojos, la imagen del príncipe Aegon se desvaneciera -que este encuentro fuera un cruel espejismo producto de los rayos del sol cayendo en las espadas del trono de hierro. Porque este encuentro había sido de sus mayores sueños, de los que solamente se lo confiaba a su padre Laenor en la playa de Dragonstone. Él no lo juzgaría por añorar al príncipe Aegon, por permitir que su corazón conserve y ansíe su recuerdo. Su padre Laenor siempre alentó sus ilusiones, en que no se rindiera con sus inocentes juramentos. Fue su cómplice, el primero en saber que sentía esas supuestas mariposas en el estómago cada vez que el príncipe Aegon tomaba su mano, le dedicaba una sonrisa o dirigía su atención a él.

Quería decirle a su padre Laenor que se sentía culpable, porque las mariposas volvieron.

El príncipe Jacaerys contenía la respiración, sus mejillas se sonrojaban a medida que Aegon se le acercaba. No era correcto, ellos no eran esos niños ingenuos que corrían por los pasajes secretos de Red Keep para escaparse de la ira de Ser Cole. Debía irse, recordarse las duras noches en las que se enfrentó al recelo de su reflejo. Porque fueron en esas noches en las que su mente le atacó sin piedad, le hizo creer que no había sido suficiente para que el príncipe Aegon luchara por permanecer a su lado. Esto al repetirse que el rey Viserys I fue el único en negarse a la petición de Lord Corlys, solo sus intentos resonaron en el castillo de Driftmark. Jamás se escucharon las quejas del príncipe Aegon por querer separarlo de Jacaerys, el primogénito de la heredera al trono supuso que él no valía la pena como para enfrentarse al señor de los mareas. Que se rindió de la misma manera, tuvo que apagar esa débil llama que avivó sus intenciones de rebelarse contra su madre y el mismo rey Viserys I.

Aprendió a sostenerse de la resignación para aplastar su propio dolor, sus hermanos lo necesitaban y él no pudo ser un egoísta que procurara solo su felicidad.

Su corazón debería estar resentido, su omega ofendido de que el príncipe Aegon llegara hasta él y se atreviera a envolverlo con sus brazos. Él tendría que apartarse, exigirle que se mantuviera lejos de su vida como lo hizo durante estos quince años. Porque había roto su corazón cuando no contestó a las cartas que él se aventuró a enviar con Baela, había traicionado su coraza con la que se protegía para arriesgarse por él.

"¿Entonces por qué no era capaz de empujarlo?".

Tal vez, su respuesta estaba en la fuerza con la que el príncipe Aegon lo abrazaba. O tal vez, en la humedad que sentía en su cuello. Lo cierto era que su corazón nuevamente caía por el platinado al tenerlo sollozando en su hombro. Volvían a esos días en los que el príncipe Aegon llegaba a la torre de la heredera al trono, se refugiaba en la habitación del pequeño Jacaerys. Al inicio, el príncipe Aegon se libraba de sí mismo con solo jugar al lado del pequeño Jacaerys, con solo verlo portarse como ese bebé encantador y secretamente travieso que las nodrizas cuidaban. Después, encontraba consuelo con la silenciosa comprensión de Jacaerys -esa que fue convirtiéndose en una más sólida al permitirle abrazarlo, dejarse envolver por su calor.

El príncipe Jacaerys era el lugar seguro del príncipe Aegon, la intensidad con la que lo abrazaba evidenciaba esa verdad.

Al príncipe Jacaerys le tardó corresponder el abrazo, quebrarse frente al alfa. Aún se sentía dolido y traicionado consigo mismo, porque había necesitado tanto este abrazo. Que terminó por rendirse, escondió su rostro en el cuello del príncipe Aegon permitiendo que su intenso aroma lo envolviera. Había extrañado el roce de esos cabellos platinados a su rostro, su calor y la facilidad con la que lo hacía sentir seguro. Lo había extrañado tanto, sus propias lágrimas mojaron el cuello del príncipe Aegon. El alfa le pegó más a él, ambos se rompieron frente al trono de hierro -frente a ese jodido trono que Aegon ansiaba derretir con el fuego de Sunfyre.

LEGÍTIMO DERECHO [LUCEMOND]Where stories live. Discover now