Especial [Un rey moribundo, no ciego]

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El rey Viserys I aprendió a sobrevivir a su estado tan deplorable y vergonzoso para un regente. Lo grietoso y ensombrecido de su piel expuesta y carcomida no causaba ese escalofrío que le ponía los vellos de punta, se había resignado a que su apariencia fuera tormentosa de ver y tratar. La agonía de sus marcadas heridas fue aceptada con una entereza admirable, una que se la debía a la reina Alicent y el maestre Marel. Ambos cuidaban de que su estado no empeorara, que su cuerpo raquítico no se desplomara en las juntas con La Corte, que la leche de amapola no cegara su juicio y le permitiera a Otto Hightower gobernar en libertad.

De ahí que, aún sea capaz de pensar en los suyos y buscara protegerlos. Porque su muerte era un hecho, apenas sostenía el aliento. Pronto dejaría de ser ese freno a las artimañas ambiciosas de casas tan antiguas que se han decidido por desatar la guerra entre su familia. No deseaba partir con la promesa indirecta de que su reino pacifico se terminaría, que una guerra por el trono de hierro se desataría y sus principales víctimas sería su propia sangre. No tendría ese descanso eterno, no cuando era el único responsable.

La debilidad de su reinado debiese acabar, el alfa platinado era consciente de ello y movió sus primeras jugadas. Demandó el regreso de su primogénita, bajo la advertencia de que cuidara personalmente su derecho a sucederlo. La princesa Rhaenyra debía rodearse nuevamente de las hienas de La Corte, reconocer sus aliados y a los propensos a serlos. Su hija no podía permitirse ser solo una buena madre, tenía que asumir las responsabilidades como futura regente al igual que sus amados niños. Había que empezar a sacrificar su vivencia ajena a la perversión del trono, el rey Viserys I lo consideraba indispensable para la seguridad de los suyos.

Si la princesa Rhaenyra contaba con la fuerza necesaria a su reclamo, no sería cuestionada.

No habría guerra.

Esa era su esperanza, una segunda oportunidad para su amada casa. Pecó en la ingenuidad, ignoró la dura realidad de su familia y el estar compartiendo una cena al lado de todos sus hijos y nietos lo derribaba. Porque no bastaría que la princesa Rhaenyra ascendiera al trono, no cuando había tantos corazones rotos en los suyos. Ellos no dejarían de ser víctimas de las intrigas y la rivalidad, el riesgo no desaparecería con la coronación y promesa de su primogénita. Debían sanar esos corazones, procurar devolverles la oportunidad de repetir esos días de verano en los que tenían la ilusión de pertenecer los unos y los otros.

El rey Viserys tenía la obligación de ser fuerte, de aferrarse a la vida.

No podía dejarlos, no con esos corazones rotos y perdidos.

La frágil mirada del rey Viserys se cristalizó, un intenso dolor se adueñaba de su pecho. Le impedía respirar, dudaba que su rara enfermedad sea la culpable. Era su corazón el que lo arrastraba a la agonía, el que lloraba silenciosamente por estar con las personas que más amaba y descubrir lo devastadas que se hallaban. Se habían convertido en extraños, las memorias que forjaron en el pasado juraban no existir -no para ellos, aparentemente. Bajó la cabeza, permitió que sus lágrimas resbalaran por sus mejillas.

La princesa Rhaenyra no mostraba ese brillo orgulloso y amoroso en su mirada violeta, lucía apagada. Su corazón de madre sufría en esa cena, no tenía a los príncipes Targaryen-Hightower a su cuidado. Se le había arrebatado esa felicidad tan simple de poder picarles sus frutas, de animarlos a probar esos extraños platos que se habían vuelto sus favoritos en los embarazos, de consentirlos con sus pasteles y dulces, de incluso solo sentirse tranquila con verlos comiendo tan felices y seguros. En su lugar, era forzada a reprimir su omega interior para no abrumar a los príncipes platinados -hacerle entender que ellos no eran más sus cachorros. No podía buscarlos con sus ojos cristalizados, extenderle el pan de mantequilla que consideraba crocante y delicioso como para que el príncipe Aemond lo acompañara con su bebida, ni preguntarle al primogénito de la reina Alicent si aún prefería quitarle el guiso a su hijo Jacaerys o si aún estaban dispuesto a luchar por el chocolate caliente contra su padre Viserys I, tampoco reconocerse en Daeron.

LEGÍTIMO DERECHO [LUCEMOND]Where stories live. Discover now