Especial [Deber, sin elección]

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La reina Alicent suspiró pesadamente, recibió las quejas de las doncellas sobre el comportamiento de su príncipe Aemond. Su corazón se estrujó al saber que su segundo hijo varón estaba perdiendo esa nobleza que le permitía ser amado y respetado, ahora era temido e incluso aborrecido por cada guardia, sirviente y doncella. No soportaban lo amargo, picoso y asfixiante de su aroma, tampoco la hostilidad con la que les gritaba para exigirles que abandonaran su habitación. Apenas aceptaba las visitas de la reina Alicent y del maestre Marel, el príncipe Aemond se hallaba empeñado en aislarse, en evitarles la oportunidad de burlarse por no ser solo un príncipe mutilado, sino por su propia frustración de haber renunciado al pequeño Lucerys.

El príncipe Aemond maldijo, regresar a King's Landing se transformó en un inferno. Porque estaba en las mismas habitaciones, en los mismos pasajes que alguna vez recorrió de la mano del pequeño Lucerys. Su lobezno permanecía inquieto, dolido por no volver a coger esa mano, por no tener nuevamente la mirada verdosa y brillante del pequeño Lucerys sobre él. Lo había perdido, había renunciado al pequeño Lucerys por amor. Se sentía incompleto, odioso con el destino y Los Siete por orillarlo a tomar esa decisión. No había noche en la que llorara, en la que se resintiera con su fortuna por haberle permitido conocer la felicidad para después arrancársela brutalmente.

Su hermana Rhaenyra fue la más cruel, dejó que se acercara a ella, que se confiara y creyera que podía ser amado, que concibiera un mundo en el que podía estar genuinamente conforme con su vida. Le mostró lo reconfortante que era recibir abrazos tan cálidos, miradas llenas de orgullo y dulces besitos en la frente, se atrevió a reclamar su corazón solo para su conveniencia. Las lágrimas volvieron a recorrer una de sus mejillas, el corazón del príncipe Aemond se negaba a odiar a su hermana Rhaenyra. Mas el que haya retrasado su retorno a King's Landing no le ayudaba, quizás se trataba por el remordimiento y el miedo.

Su hermana Rhaenyra había roto sus ilusiones.

—Aemond, debes retomar tu vida. —La voz de la reina Alicent se escuchó apacible, a pesar de lo desesperaba que estaba por observar al príncipe Aemond sentado en una esquina de su habitación -aún usando las vendas alrededor de su herida próxima a cicatrizar. Se negaba a colocarse el parche, sentía que ponérselo haría realidad su perdida -no precisamente la de su ojo. —. Lo necesitas... Eres un príncipe, eres mi hijo.

El príncipe Aemond levantó la cabeza, notó lo hinchados y rojos que estaban los ojos de la reina Alicent. A la beta le tembló la voz, sus pasos eran inseguros y sus manos deseaban abrazar a su segundo hijo varón. Al platinado le costaba confiar en el pesar de la reina, lo habían quebrado. No podían simplemente esperar que su corazón se aventurara a creer, a lanzarse a otros y que se animaran a repararlo.

—Sé que no tengo derecho a exigirte nada, fui y quizás sigo siendo una mala madre. —La reina Alicent no soportó más, su llanto resonó en la habitación lúgubre de Aemond. —. Pero no puedo permitirte estancarte... No tú, no ustedes... Los necesito.

La reina Alicent no dudó en acoger a su hijo en sus brazos, en envolverlo y aferrarse a él. Sus lágrimas mojaron los cabellos platinados del príncipe Aemond, el alfa prime se tensó. La calidez del abrazo de su madre le recordaba al de Rhaenyra, a cómo su hermana lo consolaba en las noches. Su aroma a sándalo y eucalipto se amargó, había perdido tanto en Driftmark.

El príncipe Aemond se refugió en los brazos de su madre, lloró por el dolor de su corazón. No se contuvo, la reina Alicent secó cada una de sus lágrimas, le dedicó una verdadera sonrisa reparadora y le prometió que cuidaría de su corazón. El platinado quiso creerle, tener la mínima esperanza. Se animó a salir de su habitación, bajo la condición de hacerlo solo. La reina Alicent tuvo que regresarse a la Torre, encarar la nueva información que llegaba de Driftmark. Él recorrió los mismos pasajes con torpeza -a causa de su ceguera en el lado derecho. Se maldijo nuevamente, atento a la burla que podría encontrar en los guardias, sirvientes y doncellas. Uno de sus guardias se apuró en ayudarlo, se lo impidió con un gruñido. No necesitaba de su lástima, el príncipe Aemond se aseguró de que lo entendieran.

LEGÍTIMO DERECHO [LUCEMOND]Where stories live. Discover now