7. Aemond

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El corazón de Aemond latía con fuerzas, sus manitos se aferraban al pequeño Lucerys que dormía profundamente en su regazo. Podía sentir la lucha interna que sacudía a su lobezno; por un lado, estaba el nerviosismo de que su hermano Aegon se presente como alfa; y por el otro, la serenidad que le provocaba saber que podía quedarse bajo el cuidado de su hermana Rhaenyra. Quería rendirse a la segunda, olvidarse del terrible miedo que lo consumirá cuando su hermano Aegon sea oficialmente un alfa.

Pegó más al pequeño Lucerys a su pecho, se escudó en su calidez y se permitió cerrar los ojitos por unos instantes. No le asustaba ciertamente compartir casta con su hermano, sino terminar aplastado por la sombra de su hermano. Era un niño que estaba próximo a cumplir seis años, aún quería ser amado y apreciado por sus padres. No se le podía culpar por añorarlo, no se le podía culpar por sentirse tan asustado. Un suave bostezo le hizo abrir los ojitos, el pequeño Lucerys parpadeó lentamente y terminó por despertarse. Una de sus manitas se extendió hacia su rostro, acarició su propia mejilla y Aemond lo miró tan confundido. Porque podía jurar que el pequeño Lucerys percibía su miedo, que trataba de consolarlo con su tacto y dulce mirada.

El príncipe Aemond suspiró profundamente, volvió a cerrar sus ojitos y se dejó consentir. El miedo desaparecía, una extraña y reconfortante seguridad lo envolvía. Su aroma dejó de ser inquietante, se tornó en una peculiar combinación que exploraba entre la dulzura, serenidad y su habitual territorialidad. La habitación que fue destinada al pequeño Lucerys estalló por el aroma de sándalo, ese que se sobreponía al de lavanda y jazmines. Era agradable y adictivo, el pequeño Lucerys rio y empezó a jugar con los cabellos platinados de Aemond.

Que el príncipe no podía creer las quejas de las nodrizas sobre su pequeño Lucerys, era un bebé bastante tranquilo y demasiado risueño. Lo último no era inconveniente, siempre que todas sus sonrisas fueran para él.

— ¿No vendrás a dormir? —Su hermana Heleana apareció, vistiendo su camisón de perla. Traía las trenzas que Rhaenyra le había hecho por la tarde, antes de que Aegon presentara la primera onda de calor.

—No. —Respondió al instante, Rhaenyra se había despedido de su torre junto con su esposo. Se le había llamado al consejo, su padre Viserys demandó su presencia. —. Debo cuidarlo.

—Entonces te acompaño. —Su hermana bostezó, sobó sus ojitos y terminó cerrando la puerta. Un mal sueño le había despertado, no quería volver a su oscura habitación. —. Seré silenciosa.

El príncipe Aemond no protestó, permitió que su hermana Heleana se sentara a su lado. Era lo suficientemente tarde para suponer que los guardias no estarían custodiando las habitaciones que le designaron, ni las doncellas procurando sus sueños. Porque Heleana lo buscaba cuando esas pesadillas le acechaban, esas que se llevaban a su hermana y dejaban a una pequeña delirando incoherencias -que a su madre alarmaba.

A él no le asustaba los comentarios de su hermana, apenas los entendía. Pero su ignorancia no la usaba como motivo para excluirla, para rechazarla. Heleana era diferente como él, ambos soportaban las señas y las miradas de los cortesanos como los de los nobles, uno por su inusual casta y la otra por esas pesadillas. Fueron varias las noches en que su hermanita se escabullía, buscaba su aroma para sentirse a salvo de esas pesadillas; fueron varias las noches en las que Aemond aprendió que debía ser un niño valiente, uno que supiera cuidar de su familia.

Como ahora.

Heleana recostó su cabeza en su hombro, el pequeño Lucerys volvía a bostezar y a cerrar sus ojitos, mientras que el príncipe Aemond apreciaba el fuego de la chimenea. Su pecho se inflaba de orgullo, tanto su hermana como el pequeño Lucerys confiaban en él -en su territorialidad y protección. E inconscientemente sonrió, no era el primer hijo varón del rey Viserys ni el elegido de su abuelo Otto. Pero sí al que dos personitas tan frágiles como él podían confiarse y ser vulnerables, aquello lo hacía un buen alfa.

LEGÍTIMO DERECHO [LUCEMOND]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora