31. Lucerys

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El pequeño Jaehaerys se bajó de su regazo, se puso de puntitas y estiró sus manitas para jugar con el barquito de papel. Su hermana Jaehaera lo imitó, ambos niños reían y se mojaban con el agua de la pileta. Eran tan inocentes, tan felices -como alguna vez el príncipe Lucerys lo fue. Que su mirada verdosa se perdió en los mellizos de Helaena, su corazón amargamente reconocía que no volvería a experimentar esa felicidad. Porque había entregado una parte de sí, una que a pesar de tenerla a su lado no podía regresarlo a esos días en lo que bastaba con sujetar su mano para sentirse el príncipe más afortunado.

No estaba más esa magia entre ambos.

La dulzura de la lavanda y los jazmines se desvanecía, dejaba en descubierto ese dolor que había recelado para las noches solitarias de su habitación. El omega Velaryon suspiró con pesadez, les regaló una sonrisa a medias a los pequeños hermanos y sostuvo sus esfuerzos para mantener esa supuesta imperturbabilidad por la compañía del príncipe Aemond. No pretendía intimidarse por la mirada del alfa prime clavada en él, menos que su aroma avivara la lástima en el hijo de la reina. No era un omega débil en esos instantes, solo uno que sufría por la realidad de su presente.

Pronto acogería la verdadera resignación, ya no dolería aceptar que el príncipe Aemond sea un extraño para él.

La obligatoria convivencia que el rey Viserys I decretó para ambos le serviría, los recuerdos del pasado serían reemplazados y él finalmente podría soltar al alfa prime. Su omega interior no temería por cumplir con sus responsabilidades como hijo de la futura monarca y señor de las mareas, podría aceptar el cortejo de otro hombre y quizás ofrecerles a sus abuelos y padres la dicha de que él realmente consiguió realmente soltar la ilusión de ese pequeño e ingenuo Lucerys. Quería convencerse de aquello, que ese porvenir bastaría para desaparecer ese vacío en su vida.

Porque atender la demanda de ese vacío le resultaba imposible, de las principales razones eran ese rechazo del príncipe Aemond hacía él y su corazón herido -ese que se rehusaba a caer por el platinado, no otra vez.

—Entonces cambiaste los caballos de madera por los barcos de papel. —El príncipe Aemond susurró temeroso. El silencio del omega Velaryon hizo que su lobo temblara por su indiferencia. Lucerys no se giraba, no reaccionaba a su aroma o a su mirada. Y le inquietaba, podía tenerlo tan cerca y sentirlo tan ajeno.

—Tuve que hacerlo, mi padre era el que me regalaba esos caballos. —El hijo de la heredera del trono no pretendía sonar hostil, mas hablar de su padre Laenor lo quebraba involuntariamente. No existía el día que no lo extrañara, que no anhelara que El Extraño se lo devolviera y le permitiera refugiarse en sus cálidos brazos.

El príncipe Aemond levantó su mano, se tentó en llevarlo hasta el hombro del omega y apretarlo. Pudo percibir su tristeza, ese aroma a lavanda y jazmines reflejaban un terrible desosiego. A lo que su lobo no podía ignorar, no soportaría presenciar que lágrimas recorrieran las mejillas sonrojadas de Lucerys.

—Solía recibirlos por cada logro que conseguía. —El segundo hijo de la princesa Rhaenyra continuó, ignorando que era el príncipe Aemond con el que hablaba. La memoria de su padre Laenor pesaba más, adoraba hablar sobre él -aunque lo lastimara. —. Que tras el éxito de mi primera campaña de exploración marítima, el abuelo Corlys me entregó mi primer barco de papel. Recuerdo la angustia en su rostro, supuso que lo rechazaría por no ser ese ejemplar que mi padre acostumbraba darme.

Los ojos verdosos del príncipe Lucerys se cristalizaron, tuvo que callarse por unos segundos. Tenía un nudo en la garganta que amenazaba con romper la firmeza de su voz.

—No esperó que lo abrazara fuertemente y se lo agradeciera entre sollozos. —Una sonrisa se impuso en el rostro del omega, las emociones de aquel día lo invadieron con cariño. —. Sabía que si mi padre me regalaba esos caballos de madera como festejo a mis logros era porque mi abuelo Corlys hizo exactamente lo mismo con él. Solo que prefería los barcos de papel por su practicidad en tiempos de campañas.

LEGÍTIMO DERECHO [LUCEMOND]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora