32. Aemond

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Los príncipes Aemond y Aegon cruzaron miradas con el esposo de su hermana Rhaenyra, el alfa Daemon portaba ese desafío y arrogancia que ellos conocían a la perfección. Ambos hijos del rey Viserys I gruñeron, no olvidaron su primer encuentro en Driftmark y sus miedos que amargamente se convirtieron en una realidad. El príncipe Aemond se culpó; fue por su decisión que el alfa Daemon reclamó a la heredera al trono, que junto a sus cachorros formaran parte de su manada. Esa que el alfa Daemon recelaba, su aroma agave se tornaba más ácido cuando extraños se acercaban a los príncipes Velaryon. La territorialidad del alfa Daemon resultaba peligrosa para cualquiera, incluido ellos. El alfa Daemon no se preocupaba por hacer evidente su desagrado, por reflejar en esos ojos violetas un duro resentimiento hacia los hijos del rey Viserys I.

Ni Aemond o Aegon se intimidaban, eran dos príncipes alfas y habilidosos espadachines. Se desenvolvieron en campañas y torneos como su tío Daemon, desprendían ese aura imponente característico de Los Targaryen. Que las diferencias con él eran mínimas, casi inexistentes. La única que merecía resaltarse era la fortuna de su tío Daemon de ser querido y admirado por los hermanos Velaryon.

El príncipe Aemond tensó su mandíbula, su aroma a sándalo y eucalipto se extendió amenazante y su lobo le arañaba con fuerzas. Detestaba la fortuna de su tío Daemon, de que el alfa pudiese recibir esas hermosas sonrisas de Lucerys, de que a al dichoso príncipe canalla le permitiese despeinarle esos rizos castaños. No debería ser su tío Daemon el que disfrutara de esa complicidad y magia de Lucerys, sino él quien estuviera a su lado, el que riera de sus bromas, el que pudiera escucharlo con atención y el que incluso le extendiera esos panecillos de mantequilla a los que esos ojos verdosos observaban con deseo.

—Príncipes. —Los hijos del rey Viserys se voltearon, fueron reverenciados por el aclamado Addam de Casco. El alfa sostenía el brazo de la princesa Rhaena, el ojo de Aemond se clavó en ellos. Su aroma a sándalo y eucalipto evidenciaba ese enojo que iba carcomiéndolo, recelaba a la princesa Rhaena y al soldado Addam de Casco. Escuchó de la famosa triada Velaryon, de lo protectores y leales que eran con el príncipe Lucerys. Se sentía en desventaja frente a ellos y le enfurecía doblemente, Rhaena y Addam tenían tantas historias con Lucerys como alguna vez los dos forjaron las suyas en el pasado.

"Por tu culpa, tu maldita culpa. Ellos son más importantes en la vida de Lucerys que nosotros", el sentir de su lobo lo llevó al límite.

La mano del príncipe Aemond se dirigió hacia su espada, la tomó con fuerza y estaba apunto de desenvainarla. Su hermano Aegon le detuvo, lo arrastró hasta el campo de entrenamiento. El primogénito de la reina Alicent gritó a cada escudero, vasallo e instructor que se largaran, que no quería ni una sola alma o conocerían el filo de su daga. Fue obedecido de inmediato, incluso por los guardias que se hallaban altamente armados y protegidos. El aura que los hijos del rey Viserys I desprendían era de temer, en esos ojos violetas podían toparse con el deseo de que se corra sangre. Ninguno buscaba ser la víctima de la brutalidad de los príncipes Aegon y Aemond, que apenas lograron disimular el miedo al retirarse a grandes pasos.

El príncipe Aegon rodó ambos ojos, desenvainó su propia espada y la apuntó contra su hermano Aemond. El alfa prime sonrió de lado, sintiéndose superior. Su lobo está colérico y nublado por la frustración, su cruel instinto que usaba en las campañas amenazaba con soltarse. — ¡Créeme, Aegon! No quieres un duelo ahora.

—No quiero. —La mirada del príncipe Aegon se encendió, mostrando ese fiero espadachín que recelaba bajo la imagen de un pobre borracho perdido en las calles de seda. El porte y autoridad de un Targaryen se hacía presente en él, su aroma a madera se espesaba y su propio lobo se mostraba a la defensiva. Sentía la misma furia, no soportaba el tener que conformarse con efímeros momentos al lado del príncipe Jacaerys. No cuando años atrás podía pasar días enteros, no cuando ambos eran libres de poder permanecer al lado del otro y simplemente ser ellos dos solos. Se le había arrebatado esa magia, su abuelo y tristemente su hermano. Lo culpaba por dejarse cegar, y él por no cobarde. —. Lo necesito.

LEGÍTIMO DERECHO [LUCEMOND]Where stories live. Discover now