38. Aemond

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King's Landing caracterizaba al príncipe Aemond por su silencio, por la siniestra manera en que permanecía imperturbable. No conocían sonrisas en ese precioso rostro pálida, sino la dureza de su mirada y de sus facciones. Que los guardias escoltaban con miedo al grupo de príncipes que desataron una masacre en la capital, porque por primera vez divisaban una sonrisa en el jinete del dragón más grande. Era escalofriante para ellos, apartaban sus ojos y se aferraban torpemente de sus espadas. Ninguno quería pensar que esa sonrisa era de felicidad, que el segundo hijo de la reina Alicent era un monstruo a pesar de las barbaridades que las trovas de los bardos narraban.

Lo que poco le importaba al príncipe Aemond, él estaba ciertamente satisfecho con su actuar. Había demostrado a la capital y a los demás reinos que la casa del dragón volvía a ser doblemente fuerte, aguerrida y poderosa. No divisiones, ni canalladas que los debilite. Atrás quedaron el recelo de ese niño herido y el cruel juego de Otto Hightower al que estúpidamente se sometió. Así lo consideró el jinete de Vhagar cuando empuñó su espada al lado del príncipe canalla, porque estaría en su bando hoy y siempre que la felicidad y seguridad de Lucerys Velaryon fuera prioridad. Y justamente aquello sembraba la dicha en su corazón, una que no encontró en las numerosas campañas que realizó para la mano del rey.

"Siempre supimos que estábamos equivocados", murmuró su lobo en reproche. Con este presente tan placentero, resultaba fácil odiarse. No recordaba el dolor, la manipulación que hubo. Quizás era lo mejor, si pretendía apagar esa llama que lo consumió en la madrugada. Pues pronto aparecería su madre y hermana, no quería que ellas lo viesen con horror. No si ellas eran el filtro para quien realmente le interesaba, por lo que suspiró profundamente y borró su sonrisa en la espera. Se esforzó por no lucir como el esposo de la heredera al trono, mas la abrupta llegada de su abuelo Otto Hightower lo frustró.

Aegon y Aemond le sonrieron cínicamente al mayor, a ese que apenas consiguió vestirse apropiadamente mientras despotricaba en contra de sus acciones. No podían apostar si su dramatismo era por los cuantiosos ejecutados o por haber traslado a su único hijo a una mazmorra. La llegada de la reina Alicent con la princesa Rhaenyra e hijos les impidió descifrarlo. La vergüenza golpeó a los príncipes de cabellera plateada, conscientes de lo incorrecto que resultaba su altivez frente a Jacaerys y Lucerys -los príncipes que se distinguían por la prudencia y el honor en las justas

—Entiendo que en la madrugada se realizó una purga en contra de los traidores. ¿Es cierto, príncipes? —La heredera al trono cuestionó a su hijo Joffrey y hermano Daeron; siendo ellos los encargados de las capas doradas y de la guardia real. Mientras la reina Alicent tomaba asiento a la mano izquierda de la princesa Rhaenyra, solicitando a su padre callarse.

—Totalmente, majestades. —Habló el príncipe Joffrey, temiendo únicamente por los regaños de Jacaerys y Lucerys. Se suponía que debió cuidar de Aegon II y Viserys III, no desatar una cacería. —. En días de vileza, consideramos apropiado responder con nuestro lema: Fuego y sangre.

El príncipe Daemon sonrío orgulloso, no distinto del tercer hijo de la reina Alicent. En esos ojos violeta, cursaba la admiración por el último vástago de Laenor Velaryon.

—Se los agradezco. —La princesa Rhaenyra se dirigió tanto a su esposo, hijo y hermanos. En pro de resguardar el orden, se realizaba esa junta. Porque la heredera al trono estuvo enterada al inicio de las acciones de su hijo; es más, fue quien permitió tal masacre al concederle plena libertad y posteriormente, a su alfa y hermanos. Era lo que esta capital corrompida merecía, como futura reina pretendía ser tan generosa como severa. —.  Sin embargo, estimo que el resto de la capital requiere de varias explicaciones. Por lo que, les encomiendo escribir los cargos con los que sentenciaron a los caídos.

LEGÍTIMO DERECHO [LUCEMOND]Where stories live. Discover now