16. Lucerys

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Perdón por la extensión. 🫶🏼✨
~•~

El príncipe Lucerys se encontraba solo en su habitación, despidió a sus doncellas con la excusa de tener un absoluto silencio para poder concentrarse en acabar su lección. Fue su primer error, la luz de las velas no eran suficiente para alejar sus sospechas sobre las extrañas siluetas de la sombra y él tristemente no alcanzaba a los candelabros -ni de puntitas. Se sentía pequeño y en alerta, e instintivamente cogió su dragoncito de lana. Lo abrazó con fuerza, el aroma a sándalo y eucalipto de Aemond logró envalentonarlo, recordarle que era la sangre del dragón y un jinete. Las sombras no podían asustarlo, las enfrentó con una dura mirada y una sonrisa -esto mientras pegaba su dragoncito Emon a su pecho. Y esas mismas sombras dejaron de verse como monstruos que buscaban atacarlo, se enorgulleció y le dio un besito a su dragoncito.

Su naricita se hundió en la cabeza de su dragoncito Emon, pudo percibir el aroma de sándalo y eucalipto en su totalidad -su reclamo sobre él. Sus mejillas se sonrojaron, el abrigo negro que traía lo empezaba a ofuscar. Las olas de calor que lo acechaban por las noches y madrugadas volvieron, sintió un horrible dolor en el vientre. Se inclinó, soltó su dragoncito Emon y llevó ambos manos. Juraba que el enorme abrigo negro lo aplastaba, poco a poco fue cayendo al suelo, los dolores en el vientre se marcaban como severos punzones propios de apuñaladas. La terrible sensación de calor le impedía respirar, su corazón latía con rapidez por el miedo -el mismo que lo hacía pensar que moriría. No quería irse para siempre, no quería abandonar a su familia, a su Mond. No podía simplemente imaginarse dejarlo a él, a sus sonrisas tímidas, a lo hermoso que su mirada violeta brillaba, o a lo divertido que era tenerlo enojado por celos de que su atención fuera para otros; no podía simplemente renunciar y despedirse de las promesas que se hicieron.

Él quería volar con Aemond, conocer esas nuevas tierras de la que tanto lo escuchaba hablar, compartir su felicidad y también cuidarlo de esos días en los que solo necesitaba de su compañía y calor. No podía irse, no podía abandonar a su persona favorita.

Sus lágrimas terminaron por resbalar en ambas mejillas, ardieron sobre ellas. Estaba tan aterrado; y no por él, sino ante la posibilidad de que El Extraño se lo llevara y consigo sus esperanzas de seguir su historia con Aemond. No quería, Mond tenía que ayudarlo a vencer. Tomó su dragoncito de lana y corrió a los pasajes secretos, no necesitaba de nadie más que no fuese Aemond. Quería verlo, sentir su aroma y su admirable valentía. Porque buscaba ser fuerte, resistir a estos horribles dolores que amenazaban con acabarlo.

La habitación de Aemond estaba vacía, el corazoncito de Lucerys se estrujó y el miedo se apoderó de él. La única ventana se abrió de golpe, el pequeño Lucerys dio un saltito, su rostro fue golpeado por el frío viento. Sus rulitos se despeinaron, el sudor se marcaba en su frente y lo sofocado que estaba, en sus mejillas enrojecidas. Las ramas del enorme arbusto que acompañaba la torre de los príncipes se adentraban por la ventana, la oscuridad las volvía en garras, el pequeño Lucerys retrocedió y se aferró a su dragoncito de lana.

Quería llorar, los tirones en su vientre no se detenían ni el miedo. Sus lágrimas terminaron por resbalar, no podía ni pedir ayuda. La habitación de Aemond no estaba resguardada por los soldados ni por las doncellas, se sintió vulnerable. Su corazón le gritaba seguridad, protección. Su dragoncito de lana ya no le era suficiente, el aroma a sándalo y eucalipto se desvanecía a cada segundo.

Estaba tan aterrado, necesitaba del calor de Aemond. Su lobezno lo llevó hasta el armario de su prometido, tomó uno de los abrigos de Aemond y lo olfateó. Pudo encontrar el aroma a sándalo y eucalipto, cogió unos tres más y los acomodó en un círculo. Se quitó el suyo para adentrarse en el medio, las olas de calor lo asfixiaban pero saberse rodeado por el aroma de Aemond le daba fuerzas para soportarlas como los horribles punzones en el vientre. Cerró sus ojitos, se abrazó a su dragoncito y pidió a Los Siete que no se lo llevaran.

LEGÍTIMO DERECHO [LUCEMOND]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora