22. Aemond

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El maestre Marel extendió el ungüento de hierbas sobre sus dedos, se mantenía en silencio e incapaz de mirar directamente al príncipe Aemond -de no ser necesario. El platinado no quiso enfrentarlo, se sentía cansado y adolorido. Su cabeza se partía en dos, su corazón apenas se sostenía y sus fuerzas para no acabar sollozando también. Había recordado sus palabras, rechazó al pequeño Lucerys y en lo único que se concentró fue en notar si logró herir o no a la heredera al trono. No posó su atención en Lucerys, quizás porque sabía que su corazón le haría retractarse u odiarse.

"¿A quién engañaba?".

A este punto de la madrugada, el príncipe Aemond dudaba que hubiera alguien en el castillo que lo odiara más que él. Porque se culpaba de absolutamente de todo, de haber amado a Rhaenyra y con ello, al pequeño Lucerys. La infernal sensación de haber probado la verdadera felicidad y tener que renunciar a ella era peor que nunca haberla experimentado, se excusó con el roce de los dedos del maestre Marel sobre su enorme herida para soltar esas lágrimas llenas de dolor y amargura.

Su corazón deseaba regresar a los días de engaño, a esos en los que realmente parecía pertenecer a una familia, a esos en los que no necesitaba más que una sonrisa de Lucerys o un beso en la frente de la princesa Rhaenyra para empezar su día. Esa inocencia y simpleza ya no volverían, se le estaba obligando a aceptar la crueldad de este mundo y de sus personas -de la forma más despiadada. Sus lágrimas aumentaron al desear que Rhaenyra nunca lo hubiera acogido en su regazo, que nunca le hubiera mostrado lo que podría llegar a ser el amor y calidez de una familia, que nunca le hubiera escogido para esta trampa. Mil veces prefería haberse quedado en la indiferencia de sus padres, en la incomprensión de sus hermanos.

"¿Por qué permitió que su vida cambiara, que fuera una más feliz y redimida? Si planeaba arrancárselo apenas tuviera la oportunidad. ¿Por qué ser tan cruel? ¿Acaso los castigaba por ser los hijos de la segunda reina?".

El maestre Marel no pudo más, acunó al príncipe Lucerys en un fuerte abrazo y lloró con él. El hombre era consciente de que sus palabras no bastarían, que no importaría lo mucho que abogara por la heredera al trono. El platinado tenía una versión de su ataque, una que difícilmente parecía encontrar cabos sueltos y que apostaba su vida por responsabilizar al mayor que acaba de entrar.

—Déjeme a solas con el príncipe.

El maestre Marel se separó de su príncipe, las ganas de abalanzarse contra el mayor de Los Hightower se evidenciaban en su intenso aroma. Quería sacarle la verdad, impedir que su príncipe renunciara a su destinado. Mas, estaba seguro de que la Mano del Rey escogería la muerte antes de librar a sus nietos de su ambición.

—Como ordene, mi señor mano. —El maestre Marel se contuvo; si su príncipe renunció a la protección de su hermana Rhaenyra, no lo obligaría a hacer lo mismo con él. No se pondría en descubierto, no cuando Otto Hightower parecía haber ganado esta batalla y por tanto, la princesa Rhaenyra era la villana de esta historia.

El maestre Marel se despidió, el mayor de Los Hightower ofreció de sus mejores máscaras al príncipe Aemond. Quería que sintiera su falsa tristeza y arrepentimiento -lo último no por haber roto su corazón y haber permitido que la tetra de Larys se excediera, sino por creerse su mentira. Mientras que, el platinado no era capaz de poder notar esa sinceridad. Su único ojo ahora miraba con desconfianza, su corazón se sentía tan herido y su lobezno, tan destruido. Que permitirse tener fe en las personas y sus intenciones no estaba más a su alcance.

—Realmente, lo siento, Aemond. Fui débil, no supe protegerlos de la princesa Rhaenyra. Y ahora has tenido que pagar un alto precio.

El platinado hizo una mueca, observó con detenimiento a su abuelo y buscó los embustes en sus palabras. "¿Acaso trataba de que culpara directamente a la princesa Rhaenyra?".

LEGÍTIMO DERECHO [LUCEMOND]Where stories live. Discover now